Domingo Primero de Cuaresma B
“Convertíos y creen la Buena Noticia”
Con estas palabras de Jesús, que nos las dicen a cada uno en la imposición de la
ceniza, comenzamos la Cuaresma. Son palabras sencillas que encierran todo el
sentido de lo que tiene que ser este tiempo de preparación a la Pascua.
La Cuaresma nos puede parecer una repetición monótona, cayendo en saco roto las
palabras de Jesús: “Convertíos y creed en la Buena Noticia”. No debe ser así. Es
una invitación, que nos llega en este año una vez más, a emprender, con
entusiasmo, el camino hacia la plena luz pascual, es decir, hacia la renovación de la
alianza bautismal con Dios, como nos recuerdan la primera y segunda lectura.
Camino que exige conversión y aceptación de la Buena Noticia que nos propone
Jesús.
La vida cristiana es estar siempre en camino luchando contra el pecado para vivir la
vida como hijos de Dios. No es fácil. La dificultad está dentro de nosotros, en
nuestra resistencia a seguir la voz del Espíritu, que nos llama siempre a una vida
más digna y más plena. Dificultad que se acentúa por el ambiente de frivolidad y
ligereza de nuestra sociedad, ofreciendo caminos fáciles y engañosos. Son las
tentaciones que Jesús también experimentó. La triple tentación de Jesús en el
desierto apunta a las tentaciones que rondan y con frecuencia avasallan al hombre
de nuestros días: El materialismo que prima la economía y el dinero, el tener y el
gastar. La magia religiosa que manipula la religión en provecho propio. La idolatría
que adora el dinero y el sexo, el poder político y el dominio, la explotación y la
gloria.
Nadie, por muy santo que sea se ve libre de la tentación. Y esto no es malo, es
simplemente un aspecto de nuestra condición humana. Jesús vence las tentaciones
y nos muestra el camino para ello: tener a Dios como cimiento, dejarnos iluminar
por su Palabra, ser dóciles al Espíritu que hace que el seguimiento de Cristo no sea
una militancia intelectual, ni un esfuerzo moral, sino una experiencia espiritual.
Todo esto supone una vigilancia y un dominio de sí mismo para saber detectar el
engaño de la tentación, y con ilusión y generosidad luchar para vencerla.
La Cuaresma es una llamada gratuita y amorosa de Dios para renovar nuestra
alianza bautismal con El por medio de la conversión y la reconciliación con Dios y
con los hermanos. La conversión no consiste en poner algunas prácticas piadosas
mas y algún sacrificio en nuestra rutinaria vida cristiana, viviendo la fe en la corteza
de nuestra existencia. Así el Evangelio no logra introducir un cambio serio en
nuestro estilo de vida. Se diría que la fe no tiene fuerza para transformar nuestra
vida de raíz.
La conversión es morir al hombre terreno y a sus criterios para abrirse al hombre
nuevo en Cristo. Es un cambio radical, porque debe partir del interior de la persona,
ya que del corazón del hombre brota todo el mal que hace inhabitable nuestro
mundo (cfr. Mc 7, 21 s) y también lo bueno. El cristiano convertido, hombre nuevo
en Cristo, rehace sus criterios y su estructura personal, abandona los ídolos que lo
esclavizan y prefiere ser pobre a ser explotador, ser perseguido antes que
perseguidor, ser pacífico y no violento, ser hermano y no enemigo, perdonar y no
odiar.
Progresando en la tarea diaria y siempre inacabada de esta conversión, es posible
el nacimiento del hombre nuevo. Siguiendo el estilo, el talante y las actitudes de
Jesús en el desierto, renaceremos a la vida nueva y a la alianza filial con Dios y a la
fraternidad que supone el Bautismo.
Con la Iglesia pidamos con sencillez y perseverancia: “Al comenzar un año más la
santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del
misterio de Cristo, y vivirlo en plenitud”.
Joaquin Obando Carvajal