Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Ámate a ti mismo
Escribir sobre los beneficios del ayuno y el sacrificio concluidas las celebraciones del
carnaval parece un suicidio, pero allá voy. Estamos comenzando la cuaresma y la Iglesia
nos invita a la moderación y al sacrificio como un medio para purificar el espíritu de las
afecciones desordenadas que insensiblemente van intoxicando el alma. Pensemos en el
bombardeo de imágenes que nos fusilamos a través de películas, internet o programas de
televisión; la sarta de críticas y chismes que animan nuestras conversaciones, las horas
perdidas por ocio y pereza, los excesos en la comida y bebida que tanto mortifican la figura,
pasando por las mentiras inocentes y las malas palabras que ya forman parte del léxico
ordinario. Si vemos como una necesidad imperiosa cuidar la salud física ¡cuánto más
necesitamos cuidar la salud espiritual!
Recuerdo un amigo que comía como un troglodita y no había forma de que refrenara su
apetito. Un día el cardiólogo le dijo que estaba a punto de sufrir un infarto si no bajaba las
grasas y el colesterol. Por puro miedo dejó de zampar. Lo mismo le sucedió a otro que se
dedicaba tanto al trabajo que terminó perdiendo a la esposa y a los hijos. Todos los excesos
son malos y necesitamos de la moderación que el sacrificio nos ofrece.
El sacrificio por amor a Dios produce muchos beneficios en todos los órdenes: primero nos
desprende del apego a los bienes materiales y nos hace valorar las criaturas de cara a la
eternidad, por eso es tan sano el dar limosna a los necesitados compartiendo de lo nuestro.
Nos robustece la fuerza de voluntad para hacernos dueños de nosotros mismos y no resultar
títeres de nuestras pasiones, gustos o caprichos. Nos libra del egoísmo. La mejor manera de
amarnos a nosotros mismos es pensando y sirviendo a los demás. No debemos temer a la
cruz y al sacrificio pues de ellas sólo pueden provenir bendiciones. Los sacrificios
espirituales son aún más meritorios, como por ejemplo, ser lo suficientemente humildes
como para pedir perdón por nuestros errores y fallos y reparar por los daños causados, pues
no hay verdadero arrepentimiento sin redención.
La vida es una milicia. No debemos buscar vidas sin cruces, sino más bien, cruces con
Cristo, porque la cruz es un instrumento connatural a la vida del hombre. La vida del
cristiano que no se instale en la comodidad, es una vida dura. Hay que aprender a llevar la
propia cruz, y muchas veces ayudar a otros a cargarla, como el Cireneo, sin renunciar a la
nuestra, estando ciertos de que sólo a través del camino regio de la cruz, se llega a la
resurrección. twitter.com/jmotaolaurruchi