DOMINGO 1º CUARESMA (B)
Lecturas: Gen 9,8-15; S 24,4-9; 1Pe 3,18-22; Mc
1,12-15
Homilía por el P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
Conviértanse, que estoy cerca
Hemos comenzado el Miércoles de Ceniza este
tiempo en que la Iglesia nos convoca a la conversión, la
penitencia y la oración. Se trata de prepararnos bien para
revivir la gracia de la pascua, para que la muerte y la
resurrección del Señor transformen más y más nuestro
modo de ser y obrar. Desde el Corazón misericordioso de
Cristo en cada cuaresma fluyen gracias abundantes de
conversión, de superación de vicios, de mejoras
inesperadas de las virtudes, de crecimiento en Cristo en
las decisiones de la vida. ―Si hoy escucharen mi voz, no
endurezcan el corazn‖ (S 95,7s). Como con Noé, el
Señor quiere renovar su pacto de amistad con nosotros,
aunque la haya precedido una historia de pecado.
El evangelio de hoy parte del momento en que
Jesús acaba de ser bautizado. El cielo se ha abierto, el
Espíritu Santo ha descendido sobre él y la voz de Dios
Padre le ha proclamado su Hijo amado. Con nuestro
bautismo también nosotros fuimos hechos verdaderos
hijos de Dios, el cielo se nos ha abierto y el Espíritu Santo
se nos ha dado. ―Inmediatamente —dice Marcos— el
Espíritu llev a Jesús al desierto‖. Este término,
―inmediatamente‖, no lo recoge el texto litúrgico, pero
está en el evangélico. La palabra ―llev‖ traduce una
griega, que es mucho más fuerte; la emplea el evangelio
muchas veces para expresar el poder divino de la palabra
de Jesús expulsando demonios. Sería mejor tal vez
traducirla como ―lanzó violentamente‖. Con esa fuerza del
Espíritu, que le empujaba desde el fondo de su ser, Jesús
fue lanzado (―catapultado‖, podríamos también traducir)
―al desierto‖. ¿Por qué? ¿Qué busca? El desierto en la
Biblia es el lugar de las grandes experiencias de Dios:
Abrahán, Moisés, el pueblo de Israel 40 años, el profeta
Elías. Jesús ha sido lleno del Espíritu; tiene por delante la
misin que le ha traído a este mundo: ―salvar a su pueblo
–a todos los hombres– de sus pecados‖ (v. Mt 1,21).
Salvar, librarlos de sus pecados y llevarlos a Dios. Por eso
tiene ansia y necesidad de estar largo y a solas con el
Padre. El que tiene el Espíritu de Cristo tiene necesidad de
Dios. El que ama a sus hermanos, el que quiere su
salvación del pecado, tiene necesidad de Dios. Este es el
primer objetivo de la Cuaresma: el encuentro con Dios,
que me salva y me capacita para salvar. Es absurdo
pretender una vida cristiana sin la presencia de la oración.
La Iglesia es ante todo una comunidad orante. La gracia
nos hace lo primero hijos verdaderos de Dios. La oración
activa esas nuestras energías sobrenaturales, que Dios
nos ha dado: la fe, pues nace y se alimenta de ella; la
esperanza, que es la aspiración y tensión para alcanzar a
Dios; la caridad, que es el encuentro ardiente y creador
con el Amor siempre más grande. Un esfuerzo por
mejorar la calidad de sus momentos normales de oración,
comenzando por la eucaristía dominical, por aumentar el
tiempo dedicado a la escucha orante de la palabra, será
ampliamente respondido por Dios. Una petición del
discípulo al Señor: enséñanos, enséñame a orar (Lc
11,1), no dejará de ser escuchada. Busquen, hermanos,
que en esta cuaresma Dios les abra (y ustedes entren) la
puerta de su intimidad: ―Estoy a tu puerta y llamo‖ (Ap
3,20). Ojalá que la llama de la zarza, que no se extinguía
y sorprendió a Moisés en el desierto, arda estos días en
sus corazones y mejore su brillo en un salto de calidad.
El desierto es sin embargo también la tierra árida,
dura, lugar de la prueba y lucha con Satán, el príncipe del
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mal, el que quiere siempre vencer a Dios haciendo pecar
al hombre, el Anticristo. ―Se qued en el desierto
cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre
las fieras salvajes, y los ángeles le servían‖. Es todo lo
que dice Marcos de aquellos 40 días. Probablemente no
conoce al detalle la historia de las tentaciones, que han
narrado Mateo y Lucas. De todas formas estas dos líneas
están unidas a la narración del bautismo y responden al
fin catequético de este evangelio. Las bestias salvajes
simbolizan en el A.T. los poderes malignos (S 22,11-21;
Ez 34,5.8.25). Someterlas y pacificarlas será propio del
Mesías y triunfo de la justicia (Is 11,6-9). El salmo 91
(11-13) habla del dominio sobre las bestias con una
promesa de ayuda de ángeles. No nos hagamos ilusiones,
que no son cristianas. El bautismo no garantiza una vida
sin problemas. La búsqueda de Dios exige renuncia y
sacrificio; ningún premio se gana sin esfuerzo. El Espíritu,
que va a empujar el accionar de Cristo hasta que lo
entregue en la cruz (Mt 27,50), estará en guerra con
Satán hasta el final. Así se verá a Jesús muy pronto
expulsando a los demonios, porque es más fuerte que
ellos. De donde primero hay que expulsarlo, es de
nosotros mismos.
Los cuarenta días son un término clásico en la
Biblia. No se trata de acciones breves y superficiales.
Jesús es ―el camino, verdad y la vida‖ (Jn 14,6). Por eso
nuestro camino, aun habiendo recibido el Espíritu de
Jesús (y precisamente por ello) es el de la cruz, el mismo
de Jesús. ―Se ha cumplido el plazo‖; ha llegado el tiempo.
Esa exigencia perentoria de pureza y de Dios, que tal vez
sientes en tu corazón, es signo de la promesa de gracia
que el Seor quiere darte ya para tu conversin: ―Está
cerca, ante tus ojos, el Reino de Dios. Conviértete y cree
en el Evangelio‖.
Para el que crea y acepte este Evangelio como tal,
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es decir como ―buena noticia‖, todo cambiará a mejor
porque él mismo ha cambiado. Porque reconoce y vive el
hecho de que Dios le ha perdonado y no le apisonan la
conciencia unos pecados que han sido arrojados a lo
profundo del mar (Mi 7,19); porque su espíritu va
adquiriendo fuerzas y no está zarandeado por las fuerzas
disgregadoras del egoísmo, la soberbia o la venganza.
El Papa Benedicto XVI nos ha dado unas hermosas
sugerencias para nuestro esfuerzo cuaresmal. Se inspira
en la frase de Hb 10,24: ―Fijémonos los unos en los otros
para estímulo de la caridad y buenas obras‖. Considera
como cristianamente desacertada la indiferencia y
desinterés, hoy frecuentes, respecto del bien espiritual y
moral del otro, que se encubre bajo apariencia de respeto
a su privacidad. El Papa recuerda las verdades de nuestra
comunión en la misma naturaleza humana y, desde la fe,
de nuestro común destino sobrenatural y, en el caso de
los bautizados, de nuestra unidad en Cristo. El ―otro‖,
pues, es en cierto sentido verdadero, aunque con matiz
diferente, parte de mi propio YO; como se suele decir en
lenguaje más filosfico, es un ―alter ego‖, expresin latina
que significa: mi ―otro yo‖. Por eso la sordera ante el
―otro‖ es en realidad un mal moral. La Biblia nos pone en
guardia. Las parábolas del Epulón y del buen samaritano
condenan la falta de compasión ante el mal del prójimo.
Pero la caridad con el prójimo avanza más. Nuestra
sociedad es sorda y ciega ante las necesidades
espirituales y morales de la vida. La cultura moderna,
cultivando de modo exagerado la libertad individual y sus
derechos, deja a muchos aislados, sin fuerzas espirituales
para el verdadero bien sobrenatural y moral, e incluso sin
capacidad para conocerlo. La Iglesia y el cristiano sienten
en su corazn el pecado del ―otro‖, oran por él, se alegran
de su regreso a la casa del Padre y nuestra, no dejan de
aprovechar los momentos propicios para recordarle con
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cariño que le esperamos. Este es el sentido profundo de la
corrección fraterna.
Por fin estando todos llamados a la santidad, el
Papa nos exhorta a caminar juntos, a animarnos
recíprocamente a ella. La Iglesia misma crece y se
desarrolla así en la plenitud de Cristo. No cedamos ante la
tentación de la tibieza. Recordemos que en la vida de fe
el que no avanza, retrocede. Pidamos al Señor y a María
ayuda para aplicar todo esto en la vida personal, la
familia, los amigos, el trabajo, los grupos de Iglesia.
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