COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires – ciclo 2012)
Domingo 26 de Febrero de 2012
1º domingo de Cuaresma
Evangelio según San Marcos 1, 12- 15 (ciclo B)
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde estuvo cuarenta días y
fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo
servían. Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea.
Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha
cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la
Buena Noticia".
“Todos pasamos períodos de duda y de prueba en el desierto”
El Reino de Dios está cerca y el tiempo está cumplido: nunca separemos las
cosas; se está preparando el drama final, la Pascua.
Pero la Pascua, la redención, la salvación, el sacrificio único de Cristo -este
verdadero Dios y verdadero hombre, que cargó sobre sus espaldas el
pecado del mundo- que viene a disolver el pecado y a liberarnos de la
muerte eterna ofreciendo su vida por nosotros, y que a veces nosotros no
nos damos cuenta de tanto amor que Dios nos tiene; y todavía jugamos
pidiéndole “pruebas”, “signos”, pero no serán dados otros signos más que
éste: Él murió por ti, por mí y por todos nosotros, y en la cruz nos compró y
nos salvó.
El tema de la conversión y de creer en el Evangelio, tiene que estar muy
unido y mirando el misterio de la Pascua; y desde esta ofrenda, desde este
sacrificio de Cristo, debemos darnos cuenta que nosotros tenemos que
modificar nuestra vida: renovarnos, transformarnos, orientarnos de nuevo,
retomar las cosas, tomar definiciones y decisiones.
Esto es importante porque no debemos conformarnos con pequeñas cosas
externas, que podrán ser una expresión pero que no es la realidad. No
comer carne, hacer una penitencia, tienen que estar sostenidos por el
espíritu.
En el texto vemos que Cristo es llevado al desierto, lugar de desencuentro,
de lucha, de combate. Cada uno de nosotros pasa por un desierto, por un
combate, por un desencuentro, en su vida existencial, en sus vínculos con
los demás, en el trato para con Dios, en su relación con la Iglesia, en su
relación política con la sociedad.
Todos nosotros pasamos períodos de duda y de prueba en el desierto, pero
es allí donde el Señor aparece, está presente. El Señor se permite, y
permite, ser tentado menos en el pecado para que, de alguna manera, uno
no sucumba ante la adversidad. Uno sabe que hay que pasar por la
adversidad; pensemos en los jóvenes, pensemos en los adultos, pensemos
en los enfermos, pensemos en aquellos que no tienen posibilidad de
esperanza, pensemos en los ancianos, pensemos en aquellos que no tienen
palabras ni motivos para seguir viviendo.
Mirando a la Pascua, es importante convertirse y creer en el
Evangelio. Dios irrumpe en nuestra vida produciendo un cambio, y no sólo
tenemos que renunciar sino que tenemos que dar una orientación nueva a
nuestra propia vida, revistiéndonos de los mismos sentimientos del
Evangelio. Pero si no nos revestimos de Cristo, no vamos a vivir una buena
Cuaresma.
Habría, por así decir, como dos tentaciones. La primera, que uno se sienta
bueno y por ello no asumir la fatiga del cambio para no elegir lo que más
empeño produce: total todo es relativo, todo es más o menos, no nos
compliquemos la vida, sigamos igual. Y la otra es quedarse y construir un
mundo de ilusiones , quedarse en su mundo, idílico, hedonista, artificial,
lleno de cosas de consumo, superficial; un mundo que ha eliminado el
misterio de Dios en uno y el misterio de uno en Dios. ¡Es una tentación
terrible! No pensar, no tomar decisiones, no producir un cambio, no
educarse, no esforzarse, no vivir la vida en serio; entonces ¿qué queremos?,
¡así nos va y nos irá peor!
Es importante saber que la vida tiene distintas notas y la clave de nuestra
vida es Cristo; cuando uno vive en Cristo , lo definitivo , va definiendo todo
lo demás; pero hay gente que no se encontró con lo definitivo y por eso
anda a la deriva
En esta Cuaresma, pidamos al Señor la fuerza y la luz para encontrarlo, y
encontrándolo nos podamos convertir y creer en el Evangelio . Les dejo
mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén