“yo les digo que todo aquél que se irrita contra su hermano, merece ser condenado
por un tribunal”
Mt 5, 20-26
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
"EL QUE SE ENOJA CONTRA SU HERMANO..."
Jesús propone una justicia superior a la de los escribas y fariseos; la primera está basada
en el conocimiento profundo de la Ley, la segunda, en la observancia escrupulosa de los
preceptos. Es superior, pues, la justicia que no se fundamenta sólo en el saber y el hacer,
sino sobre todo en el ser: esa justicia es santidad porque es participación en la bondad
infinita de Dios. Jesús dirige cualquier acto a su origen, el corazón.
"El que se enoja contra su hermano..." Notemos la insistencia: ¡hermano! Se mata al
hermano en el corazón con pensamientos o sentimientos hostiles e incluso, sencillamente,
con la indiferencia. Se le mata también con palabras injuriosas o despectivas. Hoy está de
moda hablar violentamente, vulgarmente. Contagiados por el clima de la sociedad en que
vivimos, esta costumbre puede penetrar también en ambientes considerados cristianos,
pero es totalmente antievangélica. Se suele decir: "Mata más la lengua que la espada", pero
el pensamiento mata aún más que la lengua, porque no todos los pensamientos malos
afloran en palabras...
¡Qué delicado es el sentido de la justicia que Jesús nos inspira! Se trata de la pureza de
corazón, de santidad, y sólo se puede lograr con un constante deseo y compromiso de
conversión. La justicia verdadera es la que Jesús ha proclamado e inaugurado en la cruz
con su acto de perdón y de amor desmesurado. Estamos llamados continuamente a este
misterio de muerte por amor. Los hermanos necesitan ver en nosotros los rasgos del rostro
del amor que perdona y hace vivir.
ORACION
Para amar a los enemigos, que es en lo que consiste la perfección de la caridad fraterna,
nada nos anima tanto como la agradable consideración de la portentosa paciencia del "más
bello entre los hijos de los hombres" (Sal 44,3).
Para aprender a amar, el hombre no se debe dejar llevar por los impulsos carnales, y para
no sucumbir a estos deseos, debe dirigir todo su afecto a la dulce paciencia de la carne de
Dios. Descansando así, más suave perfectamente en el deleite de la caridad fraterna,
también abrazará a sus enemigos con los brazos del verdadero amor. Y para que este
fuego divino no se apagado por la condición de las injurias, contemple continuamente con
los ojos del alma la serena paciencia de su amado Señor y Salvador (Elredo de Rieval, El
espejo de la caridad, III, 5).