Domingo 1 de Cuaresma (b)
“Señor ayúdanos a convertirnos y creer en el Evangelio” (Mc.1,15b)
Hemos comenzado el tiempo litúrgico de la Cuaresma, el que hemos inaugurado con la
imposición de las cenizas sobre nuestra frente. Cuaresma es fundamentalmente un tiempo
para volver el corazón a Dios, es tiempo de oración, de penitencia, de reconciliación y perdón
que prepara el corazón para vivir la gracia de la Pascua de Resurrección. La oración nos ayuda
a reflexionar y descubrir lo que hay que cambiar en nuestra vida para agradar al Señor y en la
oración pedimos la gracia para poder hacerlo. Por eso cuaresma es tiempo de conversión y
cambio de actitudes para sintonizar con los valores de Jesús a quien seguimos. Cuaresma es
ayuno, no sólo de comida, sino de todas las cosas que nos alejan sutilmente de Dios. El ayuno
y las disciplinas cuaresmales son para ofrecer algo a Dios, para ofrecer sacrificios, para
mostrar cuánto le amamos.
El tiempo cuaresmal es tiempo privilegiado para crecer en la fe y sobre todo en la comprensión
y la vivencia del amor divino. Es tiempo para renovar la relación de amor con el Señor. La
liturgia cuaresmal tiene un doble desarrollo: por una parte se destacan los momentos
fundamentales de la vida de Israel en relación a la Historia de la Salvación y por otra parte, se
destacan los hechos más sobresalientes de la Vida de Jesús, hasta su muerte y resurrección.
El amor de Dios roto por el pecado de Adán, sufre un largo proceso de reconstrucción por parte
de Dios a lo largo de toda la historia de la salvación. Dios interviene en la historia con el
propósito de hacer volver al que se ha alejado de su Amor. Hoy la liturgia nos sitúa frente a una
de estas intervenciones de Dios: la Alianza de Dios con Noé al final del diluvio (Gen.9,8-15). El
pecado del hombre produce el enojo de Dios y cae sobre la tierra el diluvio que extermina todo
ser viviente excepto a Noé, sus hijos y las especies animales elegidas por él. Cuando pasa el
diluvio y Noé baja a tierra ofrece junto a sus hijos un sacrificio de alabanza y acción de gracias
a Dios. Entonces dice Dios a Noé y a sus hijos: “he aquí que establezco mi alianza con
vosotros…y nunca más será aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, para destruir la
tierra”. El castigo divino, lleva siempre consigo la promesa de la salvación. Aun en la disciplina
Dios manifiesta su amor y ternura por el hombre, el fruto más preciado de su creación.
Recordemos, que cuando acontece el pecado de Adán, Dios –compadecido- le promete un
Salvador. Y cuando realiza la Alianza con Noé hace aparecer el arco iris de colores, signo de la
paz y de la unión del cielo y de la tierra. Este arco iris es signo y figura del gran signo del amor
de Dios: Cristo, Alianza Eterna de Dios con el hombre. Dios abraza a la humanidad en
Jesucristo. La figura del Mesías es siempre la presencia del amor de Dios entre los hombres.
La segunda persona de la Santísima Trinidad se hace carne, se hace uno de nosotros, vive
entre los hombres y se mezcla con ellos sacralizando la vida humana.
En el evangelio de hoy, Jesús es tentado por Satanás en el desierto. Mezclado entre los
hombres, se hace semejante a ellos incluso al experimentar la tentación. Jesús acepta ser
tentado por Satanás y éste intenta someterlo desde las ambiciones, las ansias de poder, de
triunfo y de gloria. Este es el lazo de Satanás: hacer creer al hombre que todo proviene de sus
manos y de su inteligencia a la hora de ordenar la realidad del mundo. Cuando el hombre cree
que él es el señor de la vida y de la historia y deja de lado a Dios, Satanás encuentra el terreno
propicio para su obra que es la destrucción del mundo y de la vida, precisamente porque todo
es obra de Dios. La destrucción, la esclavitud del mal y el desprecio por la vida serán el costo
por asentir a tal tentación.
Para destruir estas y otras posibles incitaciones al mal, el cristiano debe mantener viva en el
corazón y en todo el ser la palabra de Jesús en el Evangelio: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo
a Él darás culto” (Lc. 4,28). En este culto de verdad y de vida se encuentra la salvación del
hombre y la grandeza del mundo.
Que María, la Madre del Amor, nos lleve a buscar el amor de Dios por sobre todas las cosas.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú