SEGUNDO CUARESMA. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 9, 2-10.
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con
ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando
con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “ Maestro, ¡qué
bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés
y otra para Ellas”. Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó
una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:- “Éste es mi Hijo
amado; escuchadlo.”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más
que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les
mandó: - “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del
hombre resucite de entre los muertos.”. Esto se les quedó grabado, y
discutían qué querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos”.
CUENTO: CÓMO ENCONTRAR DIOS
Un día un el discípulo de un gran maestro le preguntó: -¿Cómo puedo
encontrar a Dios?.
Y el maestro le contestó: - Debes quererlo.
El discípulo de dijo: - Pero yo lo estoy deseando con todo el corazón.
Entonces, ¿por qué no lo encuentro?
Un día, el maestro se estaba bañando en el río con el discípulo. Sumergió la
cabeza del joven bajo el agua y allí la sujetaba mientras el pobrecillo
discípulo pataleaba desesperadamente para librarse. Al día siguiente, el
maestro inició la conversación:
- ¿Por qué te agitabas tanto ayer cuando te sujetaba la cabeza bajo el
agua?
- Porque buscaba ansiosamente aire para respirar - contestó el discípulo.
- Pues entonces, cuando te decidas a buscar a Dios de verdad tan
ansiosamente como buscabas el aire para respirar, entonces seguro que lo
encontrarás”
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Si el primer domingo de Cuaresma nos invitaba a ir al desierto a
enfrentarnos con nuestras propias tentaciones a imagen de las de Jesús,
este segundo domingo se nos invita a subir a la montaña del Tabor para
contemplar a Cristo transfigurado y resplandeciente. Desierto y Montaña
son en la Biblia lugares privilegiados de encuentro con Dios. En ambos
espacios, que son primeramente interiores, no hay apenas estorbos, ni
distracciones, sólo hay silencio, inmensidad, infinitud. Tampoco hay muchos
apoyos ni compañía. Así se impide la huida. En el desierto y la montaña
Dios habla al corazón, lejos del ruido de la gran ciudad que nos impide
entrar en nosotros mismos. Allí no hay escapatoria ni excusas. No hay otra
música que el silbido del viento, ni más luz que la de las estrellas. Allí
sentimos el peso de la soledad ante Dios, y la verdad de nosotros mismos.
Pero nunca una soledad sola ni angustiosa. Es la “soledad sonora” de la que
hablaba el poeta, la soledad habitada por la plenitud del verdadero Amor. Y
¡necesitamos tanto este encuentro en lo profundo con el Amor de Dios!.
Porque la vida humana y cristiana no es sólo lucha contra la tentación,
dureza del camino y del desierto. Es también vivencia gozosa de una
Presencia luminosa. La fe cristiana no es sólo una moral, es también
vivencia mística, vital, contagiosa. Sin esta vivencia, la fe queda reducida a
un conjunto le leyes, o de normas, o se convierte en un puro humanismo
sin trascendencia. Necesitamos la montaña del Tabor para seguir
caminando y avanzando. El Tabor que son los momentos de oración, los
encuentros de Eucaristía, la lectura y la escucha sosegada de la Palabra, la
cercanía de la comunidad, los espacios de silencio y de acogida gratuita.
Pero no es un Tabor que nos aísla del mundo, sino la energía, la gasolina, el
combustible que nos renueva y revitaliza en nosotros la utopía, las
ilusiones, la entrega, la generosidad, la fe en que el reino de Dios ha llegado
a este mundo. Los discípulos también tuvieron la tentación de quedarse
colgados de aquella experiencia y pretendieron construir tres tiendas para
no bajar al valle de la vida cotidiana y real. Jesús los tuvo que enviar de
nuevo a bajar. La oración, el encuentro gozoso con el Señor, no es para
quedarse en ella, sino para llevarla a la vida, o más bien, para que nuestra
vida, la que vivimos cada día, sea en verdad oración. Así nuestra vida
rutinaria se coloreará de luz, saldrá de su monotonía y de su encerramiento
materialista, y la proyectará hacia las estrellas. Así surgirá ese deseo de
Dios del que nos habla el cuento y necesitaremos del Él como del oxígeno
para respirar. Y eso se notará en la vida, porque nuestro rostro y nuestra
vida también quedarán transfigurados, transformados, resplandecientes,
luminosos como el de Cristo, y contagiaremos al volver del Tabor la alegría
de la fe, y nos comprometeremos en la construcción del Reino de Dios que
es amor, justicia y paz.
Subamos, pues, al Tabor, nos espera Dios al final o al principio de cada
jornada. Vivamos cada día en su Presencia Amorosa y Providente, Luminosa
y Protectora. Descubramos en la vida de fe la belleza resplandeciente del
Señor. Dejemos que El nos ilumine y nos guíe. Contemplemos su gloria.
Hagámonos nosotros en esta Cuaresma testigos luminosos del Amor infinito
de nuestro Dios. ¡QUE TENGAIS UNA FELIZ SUBIDA A LA MONTAÑA Y QUE
DISFRUTEIS DEL ENCUENTRO!