Comentario al evangelio del Jueves 08 de Marzo del 2012
Decimos que no hay infierno, porque la infinita misericordia de Dios no lo permite. Pero esta parábola
del hombre rico y Lázaro nos recuerda que el apego a la riqueza y la insolidaridad con el pobre es tan
grande y brutal, que el infierno ya está presente en el corazón de las personas que actúan como este
hombre rico. En la primera lectura hemos escuchado al profeta Jeremías: “Yo, el Señor, penetro el
corazón, examino las entrañas, para pagar al hombre su conducta, lo que merecen sus obras.”
Hay en esta parábola un claro juicio sobre lo que está bien y lo que está mal en nuestra sociedad. Es un
juicio muy serio ante la insensibilidad humana. Sería lamentable que el texto no tiene nada que ver
con nosotros, que los malos y abusadores son los demás, porque “yo no soy como ese hombre rico, que
vestía de púrpura y de lino y todos los días hacía espléndidos banquetes”. Si no soy capaz de criticarme
y exigirme a mi mismo, cómo puedo criticar a otros. ¿Cómo reacciono ante las necesidades de los
demás?
El reproche que se hace al rico es no saber compartir lo que tiene con los más necesitados. Y ha
perdido incluso una oportunidad de conversión por no haber escuchado a Moisés y los profetas, que
nos hacen continuos pedidos de solidaridad con los pobres. Su gravísimo pecado consistió en haber
hecho de las riquezas su dios.
El egoísmo humano es tan cruel que pasa por encima y olvida las más mínimas relaciones de justicia.
Hoy se ha generalizado el escándalo del derroche y del despilfarro de los bienes hasta tal punto que
“más de la mitad de alimentos se pierden o tiran”, como informaba “canal solidario” el pasado 23 de
febrero de 2009 en esta página de ciudadredonda. ¿Cómo podemos pensar que el infierno no existe
ante tan inmensa y permanente injusticia?
Carlos Latorre, cmf