“¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé?”
Mt 20, 17-28
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
"¿POR QUÉ, DESPUÉS DE HABER HECHO EL BIEN, ME PAGAN CON MALES?"
En la Palabra de Dios que hemos escuchado aparecen dos mentalidades opuestas y que
suscitan una pregunta fundamental: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Vale la pena vivirla?
El mundo nos sugiere: adquiere fama, busca alcanzar el poder, usa tu capacidad para
demostrar que eres... Por el contrario, el profeta, hombre de Dios, y Jesús, el Hijo predilecto del
Padre, nos brindan el ejemplo de una existencia gastada en el servicio, por amor.
Este servicio logra su plenitud cuando se convierte en ofrenda total de la vida: el otro se
convierte de este .modo en algo más importante que nosotros mismos, tiene la primacía. En el
fondo, se requiere una actitud de humildad, virtud que autentifica cualquier gesto de amor y lo
libera de equívocos o de buscar segundas intenciones.
Éste es el camino emprendido por el profeta. Pero sólo recorriéndolo es como ha aprendido a
conocer lo que realmente significa. De ahí su grito de lamentación al Señor: "¿Por qué,
después de haber hecho el bien, me pagan con males?"
La tentación de desconfianza se clava en lo íntimo del corazón. Sólo Jesús puede dar fuerza
para hacer el bien incondicionalmente: "El Hijo del hombre va a ser entregado... para que se
burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará" (Mt 20,18s). El bien no cae
en el vacío, sino que dará fruto a su debido tiempo, un tiempo que es vida eterna, gozo sin fin
para todos.
ORACION
Gracias, Señor Jesús, por la dulce firmeza con que nos llevas de la mano por el camino de la
cruz. Gracias por la paciente benevolencia en repetirnos hasta la saciedad que la verdadera
realeza se obtiene sirviendo, dando la vida por amigos y enemigos. Gracias, Señor Jesús: tú, el
más bello de los hijos de los hombres, has permitido ser desfigurado hasta no tener apariencia
ni belleza que atrajese nuestras miradas desagradecidas.
Gracias, Señor Jesús, por la humilde fortaleza de tu silencio cuando todos provocamos tu
condena a muerte con nuestras indiferencias, rebeliones y pecados. Gracias por tu perdón
espléndido, que brotó precisamente en el leño de tu atroz suplicio. Gracias, Señor Jesús,
porque siempre estás con nosotros con tu preciosa sangre.