¿QUÉ TE IMPIDE VER A DIOS?
Padre Javier Leoz
Un lienzo valioso, con el paso de los años y otros condicionantes nos impide
contemplar con nitidez sus colores primitivos.
Un río poco a poco se ve reducido en su cauce porque, las aguas que lleva, van
depositando en sus orillas diversos sedimentos o lodo.
Y, las personas, con el transcurso del tiempo vamos observando que aquello que
nos afectaba ahora nos deja indiferentes y, por el contrario, lo que nos era
insensible ahora nos altera.
1.- El episodio de los mercaderes en el templo nos sitúa ante la verdad o la
falsedad de nuestra fe. ¿Qué nos impide ver Dios? ¿Qué muros hemos levantado,
visibles e invisibles, que nos imposibilitan un encuentro personal, reflexivo,
auténtico y radical con el Señor?
Cierto día, el Cardenal Weisman discutía con un inglés utilitarista sobre la existencia
de Dios. A los argumentos del gran sabio, respondía el inglés con mucha flema: “No
lo veo, no lo veo”.
Entonces, el Cardenal tuvo un rasgo ingenioso. Escribió en un papel la palabra
“Dios”, y colocó sobre ella una moneda:
-“¿Qué ves?” –le preguntó.
-“Una moneda” –respondió.
-“¿Nada más?” – insistió el Cardenal.
Muy tranquilo, el Cardenal quitó la moneda, y preguntó:
-“Y ahora, ¿qué ves? ”
-“Veo a Dios” –respondió el inglés.
- ¿Y qué es lo que te impide ver a Dios? ” –le preguntó de nuevo el Cardenal.
Y el inglés se calló como un muerto.
El dinero, el negocio, el afán lucrativo o ciertas acciones que desarrollamos, a veces
nos pueden ensombrecer la persona de Jesús.
2.- Hoy, además del espacio físico que pueden ser nuestras iglesias (desde la más
pequeña hasta la más impresionante catedral) hay otro lugar en el que
constantemente mercantilizamos con las cosas de la fe: el corazón.
El corazón es ese atrio sagrado en el que, queriendo o sin querer, vamos
expandiendo muchas mesas que se interponen entre Dios y nosotros. En ellas, lejos
de servir al Señor, pretendemos que sea Él quien se amolde a nuestras situaciones
personales o al tren de vida que llevamos.
3.- ¿Quién de nosotros no ha utilizado en algún momento la frase de “si Dios ya
sabe cómo soy”? Detrás de esta afirmación o exclamación se esconde nuestra
propia forma de ver y de negociar con lo relativo a Dios, nuestro interesado modo y
argucia de hacer un Dios a nuestra medida.
-Con la moneda de nuestro tiempo somos capaces de comprar todo menos aquello
que, materialmente no nos cuesta nada, y tanto nos cuesta adquirir: tiempo para
Dios
-Con la moneda de la comodidad preferimos elegir el camino fácil antes que otro
que nos exige una conversión personal.
-Con la moneda del “todo vale” hemos rebajado o reducido tanto, algunas verdades
o mandamientos de nuestra fe, que lo hemos olvidado o arrastrado por el camino.
-Con la moneda del demoledor materialismo hemos sido capaces de levantar
ficticiamente una sociedad (basada en la apariencia, en el dinero o en el bienestar)
pero hemos sido incapaces de mantener en pie miles o millones de templos
espirituales donde habita o habitaba Dios: el alma de cada persona, el alma de
nuestra Europa, de nuestra España, de nuestra tierra o de nuestra parroquia.
4.- Si hoy regresara de nuevo el Señor ¿qué mesas volcaría de nuestra vida para
que pudiéramos ver más y mejor a Dios? ¿Dónde nos pegaría y con fuerza para que
nada se interpusiera entre el atrio sagrado (el mundo) y Dios?
Interrogantes que, de cara a la Nueva Evangelización y con miras al Año de la Fe,
necesitan respuestas. Pidamos al Señor que seamos capaces de mantener con
diligencia el sentido trascendente de nuestro día a día: de Dios venimos y a Dios
marchamos.
5.- QUE NO ME APROVECHE, SEÑOR
De tus soportales sagrados para vivir cómodamente
anunciando que, creo en Ti, pero sin vivir en Ti.
Sólo entonces, oh Señor,
te pido que vengas en mi ayuda
que inclines y vuelvas las mesas de mi autosuficiencia
para que, siendo humilde, contemple tu grandeza
y amándote considere lo que me rodea poco o nada.
QUE NO ME APROVECHE, SEÑOR
De tu clemencia, siempre constante y oportuna,
para repetirte cómo y cuándo me has de dar
a cambio de cuánto y para qué me has de dar.
QUE NO ME APROVECHE, SEÑOR
De la buena voluntad de los que creen
permaneciendo en la sombra de tus atrios santos
sin indicarles el camino que conduce hacia Ti
Que no sea, Señor, tropiezo ante el que te busca
Que no sea, Señor, egoísta en mi servicio
ni busque, entregándome y siguiéndote
otra cosa que no sea el brindarme por Ti y para Ti.
QUE NO ME APROVECHE, SEÑOR
De tus caminos, para buscar sólo mi senda
De tus moradas, para convertirlas en mi casa
De tu silencio, para cargarlo con mis ruidos
De tu suelo, para profanarlo inútilmente con mis ideas
QUE NO ME APROVECHE, SEÑOR
De los que quieren llegar a Ti,
distrayéndoles de tu santa mirada
De los que peregrinan hacia Ti
vendiéndole signos contrarios a tu presencia
De los que quieren hablarte y rezarte
confundiéndoles con mi voz o con mis gritos
QUE NO ME APROVECHE, SEÑOR
Y que sepa amar, respetar y cuidar
los aledaños que conducen a tus brazos de Padre
a tu Palabra de amigo, a tu voz con y en el Espíritu