“El rico Epulón y del pobre Lázaro"
Lc 16, 19-31
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EN AQUELLA LUZ, ÉL SIGUE ENVUELTO DE SILENCIO.
La Palabra de hoy presenta a nuestros ojos un cuadro de imágenes sencillísimas, de vivos
colores, sin matices. El mismo estilo es ya una enseñanza: nos lleva a buscar sinceramente lo
esencial. Emerge un tema fundamental: el hombre decide en el tiempo su destino eterno —vida
o muerte—, sin que exista otra posibilidad. Quien confía en sí mismo y en una felicidad egoísta,
obra de sus manos, penetra en las tinieblas y está ciego hasta el punto de no ver a un mendigo
sentado a la puerta de su casa. Quien confía en Dios, reconociéndose criatura dependiente de
él y amado por él, lleva en el corazón un germen de eternidad que florecerá en felicidad y paz
eterna. ¿Cómo aprender a no confiar en nosotros mismos? Ni Jeremías ni Jesús lo explican
con teorías. Utilizan imágenes: un árbol, un mendigo.
Fijemos la mirada en Lázaro. El silencio parece ser el rasgo principal de su rostro. Probado
duramente a lo largo de la vida, olvidado por los que esperaba ayuda, él calla. Ni una palabra
contra Dios, ni contra los hombres. Ni rebelión, ni envidia, ni crítica. La muerte libertadora,
quizás largamente esperada, llega como amiga. Y la escena cambia. Él, el despreciado, es
acogido por los ángeles y santos en el seno de Abrahán. En aquella luz, él sigue envuelto de
silencio. Una belleza sobrenatural emana de su rostro. Su rostro deja transparentar otro Rostro.
Jesús es el pobre Lázaro: él no consideró un tesoro celoso ser igual a Dios, sino que se
despojó de su rango; se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. Su amor humilde
le ha permitido subir y atravesar ese insondable abismo que separa la tierra del cielo. Y ahora,
cada día, se sienta a la puerta de nuestro corazón y llama...
ORACION
Señor Jesús, tú nos conoces hasta el fondo y sabes dónde ponemos nuestra confianza:
líbranos de los proyectos mezquinos que nos proporcionan falsas seguridades y ábrenos a
horizontes de vida eterna.
Tú ves nuestro corazón y sabes con qué cosas se sacia y de qué tiene hambre. Quítanos todo
lo que nos estorba, lo que nos encierra en el palacio de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo, de
nuestra vanidad de tener o de saber. Quítanos toda aquello que nos hace indiferentes,
insensibles a tantos hermanos sentados fuera y privados de lo que realmente necesitan:
privados de casa, de pan, de instrucción, de salud, de cuidados; privados de amor, de
esperanza. Haznos capaces de compartir todo lo que recibimos de tus manos, pan espiritual y
pan material, para encontrarnos allí donde tú has querido venir a vivir en medio de nosotros; tú,
el verdadero pobre, porque siendo rico te has hecho pobre para enriquecernos por medio de tu
santa y gozosa pobreza.