Comentario al evangelio del Lunes 12 de Marzo del 2012
En adviento nos fijamos en los grandes personajes bíblicos (María, Isaías, Juan) que nos ayudan a
preparar la venida del Señor. Estas grandes figuras no existen en la cuaresma. Pero en nuestro camino
hacia la Pascua sí van apareciendo decenas de personajes que pueden ayudarnos a acoger la llamada a
la conversión y a abrir nuestra vida al Resucitado y a su palabra.
Uno de ellos es Naamán, un general sirio. Un hombre que nos habla de Damasco, de esas tierras que
están tristemente de actualidad. Es fácil mirarle con simpatía: es un enfermo, alguien necesitado. Pero
también un hombre de carácter; el relato bíblico lo presenta enojado, gruñendo, furioso.
Contemplándole podemos descubrirnos a nosotros mismos. Naamán ha hecho muchos kilómetros
buscando la curación; ha insistido, pelea por ella. Pero quienes hablan en nombre de Dios le ofrecen
respuestas que chocan con sus planes. Más aún, que le parecen ridículas: ¡cómo bañarse siete veces en
el Jordán cuando en su tierra hay ríos mucho mejores! ¿Qué es eso de que el hombre de Dios no le
reciba y le dé consejos a distancia?
Los hombres y mujeres del Espíritu nos advierten: ¡cuidado, no se trata sólo de aceptar el querer de
Dios: hay que acoger también los caminos que Él elige para llevarlo a cabo! Solemos esperar que sea
Él quien vaya a nuestro ritmo, quien se acomode a nuestros planes. Naamán nos enseña lo importante
que es escuchar y acoger los caminos que Dios ha hecho suyos: ¿por qué aceptar un mesías judío
nacido además de un embarazo sospechoso?, ¿por qué acoger algo tan repugnante como la cruz?...
Cuidado con caer en la tentación de Naamán.
Pedro Belderrain, cmf