IV Semana de Cuaresma
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO B
Lecturas:
a.- 2Cro. 36, 14-16.19-23: La ira y la misericordia de Dios.
La primera lectura, nos habla de la destrucción de Jerusalén y del templo, pero el
juicio más que visto de un punto de vista histórico, es de carácter teológico (cfr. 2
Re 25). Se hace eco de cómo el pueblo y los reyes no tomaron en cuenta los
continuos llamados de los profetas, que exhortaban a la conversión, sino que se
burlaron de ellos, hasta encender la ira de Dios. Desde la concepción de la justicia
distributiva, el Cronista resalta que los tristes acontecimientos: como la destrucción
del templo, el exilio y otros acontecimientos trágicos son consecuencia de la
infidelidad del pueblo y justo castigo divino. Esta lectura menciona la violación del
descanso sabático, los setenta años de destierro serán tiempo más que suficiente
para devolverle al Señor el tiempo perdido. La nota de esperanza, la pone la carta
de Ciro sobre el regreso del pueblo judío a su tierra. “En el ao primero de Ciro, rey
de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías, movió
Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por
escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los
cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique
una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo,
¡sea su Dios con él y suba!” (vv. 22-23).
b.- Ef. 2,4-10: Por pura gracia estáis salvados.
El apóstol Pablo, nos invita a reconocer la obra que en Cristo el Padre está
realizando en cada uno de nosotros. Nos dio vida nueva con la resurrección de
Cristo, cuando estábamos muertos a causa del pecado, más aún nos tiene
destinados a sentarnos a la derecha de su Hijo en la vida eterna. Todo es obra de la
gracia, un don de Dios para que nadie se vanaglorie en sus obras. Esta gracia no es
fruto de nuestras obras, sino de la bondad de Dios Padre. “Pues habéis sido
salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un
don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto,
hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de
antemano dispuso Dios que practicáramos.” (vv. 8-10).
c.- Jn. 3,14-21: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve.
El evangelista Juan, nos introduce en el misterio del amor de Dios como motivo de
la venida de su Hijo a este mundo. Antes ha hablado del Hijo del hombre, figura
que está unida al juicio definitivo de Dios (cfr. Dan.7). Jesús es el verdadero
Revelador de Dios, porque ÉL ha abajo del cielo, nadie ha subido al cielo: todos lo
hombres cercanos a Dios han sido formados en la Ley o a quienes revelaba sus
secretos: Abraham, Moisés, etc.
Hay una alusión a que Moisés había subido al cielo, según las tradiciones judías,
pero la verdadera intención es anunciar la Ascensión verdadera de Jesús al cielo. La
razón única de esta Ascensión, es que es el único, que ha bajado del cielo. Hay una
nítida referencia a trascendencia de Jesús. Él, en cambio, ha bajado del cielo; es el
Hijo que estaba en el seno del Padre, ha visto su Rostro. “A Dios nadie le ha visto
jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.” (1Jn.1,18).
En esta primera afirmación, encontramos que Jesús es muy superior a cualquier
otro cercano a Dios del AT. ÉL no sólo ha oído al Padre, se le ha revelado la
palabra; ÉL es la Palabra, es el que ha visto al Padre, tiene una experiencia
inmediata de Dios. Es el Hijo del Hombre, ese ser constituido por Dios como Señor
de la historia. Pero ese Hijo del Hombre, debe ser Crucificado. Aquí tenemos un
tremenda paradoja: el Señor de Israel y de la Historia, aquel que hace justicia a los
santos, se somete a la Ley hasta ser considerado un maldito (Dt. 21,22ss).
Nicodemo, que escucha a Jesús, no puede aceptar esto de parte de Dios. Aquí
tenemos la mayor prueba del amor de Dios al hombre: Dios Padre ha entregado a
su propio Hijo a la muerte. Jesús no es sólo el enviado, sino el Hijo de Dios. Se
cumple la Escritura: la serpiente levantada en el desierto, anunciaba al Mesías (cfr.
Nm. 21, 4-9); lo mismo podemos decir de Abraham, cuando entrega a su hijo Isaac
a la muerte en el sacrificio, el Padre ahora revive en sus entrañas el dolor de la
entrega de su propio Hijo enviado a la muerte de Cruz. Todo este requiere un
nuevo nacimiento, el Bautismo, las cosas del cielo que Nicodemo no comprende.
Dios ha enviado al mundo a su Hijo para salvar al mundo del pecado, de la muere,
de Satanás. La intención de Dios es que todos se salven porque los ama, por lo
que envía a su Hijo para darlo a conocer y llegar a la vida eterna (cfr. Jn. 1,18; 17,
3). Jesús no vino a condenar a nadie, sino a salvar al hombre mediante la fe. Si el
hombre cree, no será condenado, sin embargo, hay que decir, que Jesús vino a
juzgar a quien no acepta la salvación que ÉL trae, no condena, el mismo hombre se
condena a sí mismo al rechazar dicha salvación que se le ofrece (cfr. Jn. 9, 39).
Como vemos, el juicio se adelanta para cada hombre a la hora de optar o rechazar
a Cristo Jesús, es la escatología realizada, pero no definitiva. Esto es propio del
evangelista Juan, mientras que en los Sinópticos, el juicio será al final de los
tiempos, aunque Juan también habla del último día. Finalmente, descubrimos que el
criterio del juicio final será la fe, pero que en Juan es, un aquí y ahora, realidad que
ha comenzado a vivirse en las opciones y decisiones que toman los hombres,
descritas desde el simbolismo de la luz y las tinieblas. Estamos con Dios o contra
Dios, los que vienen a la luz, porque aceptan al Enviado de Dios, y los que prefieren
las tinieblas, son los que rechazan a Dios y a su Enviado. En forma, diríamos
discreta tenemos a la Trinidad actuando en conjunto: el Espíritu, fuente de la que
hay que nacer; Jesucristo, quien nos capacita para recibir la infusión del Espíritu y
el Padre, origen de todo, que envía su Hijo al mundo; Luz que alumbra a todo
hombre, pero que éste puede rechazar, si no rompe con las tinieblas o pecado
personal. Una conciencia limpia vive para Dios, es guiado por el Padre hacia Jesús,
en cambio, quien camina lejos de la Luz, obra al margen de ella, huye de su
claridad, precisamente para que sus obras no se manifiesten. En estos textos sobre
la luz y las tinieblas (vv. 20-21), el evangelista quiere resaltar que ante la presencia
de Jesús, el hombre se descubre, toma conciencia de su realidad; aparece desde lo
profundo lo que realmente es, lo que hay en él. En esta Cuaresma hemos decidido
en la oración, seguir a Jesucristo con mayor empeño, dejemos entonces que su luz
inunde toda nuestra vida hasta los rincones más profundos.
Este es una de esas confesiones de Teresa de Jesús donde descubre cuantas
gracias le concede Dios para su salvacin. “No soléis Vos hacer, Seor, semejantes
grandezas y mercedes a un alma, sino para que aproveche a muchas. Ya sabéis,
Dios mío, que de toda voluntad y corazón os lo suplico y he suplicado algunas
veces, y tengo por bien de perder el mayor bien que se posee en la tierra, porque
las hagáis Vos a quien con este bien más aproveche, porque crezca vuestra gloria.
Estas otras cosas me ha acaecido decir muchas veces. Veía después mi necedad y
poca humildad, porque bien sabe el Señor lo que conviene, y que no había fuerza
en mi alma para salvarse, si Su Majestad con tantas mercedes no se las pusiera.”
(Vida 18,4-5).