Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él.
Jn 3, 14-21
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL TIEMPO CON JESÚS, VIVIDO MINUTO A MINUTO, ADQUIERE UN SIGNIFICADO
NUEVO.
La Palabra nos invita ante todo a reflexionar sobre la vida humana como viaje de regreso a la
casa del Padre, viaje no individual, sino como pueblo, como humanidad: no podemos
quedarnos indiferentes con la suerte de nuestros hermanos. La Iglesia -cada cristiano- siente
que debe vivir cada vez más en Cristo para poder dar vida a quien yace "en las tinieblas y
sombra de muerte". Teniendo la mirada fija en él, la comunidad cristiana puede alimentar la
lámpara de la esperanza. Pues Cristo, sacerdote y víctima, es el documento con el que el
Padre celestial nos declara su amor infinito, nos revela su designio de salvación y nos invita a
acoger su don. Deseamos la vida, pero estamos rodeados por la realidad de muerte. Para que
crezca la vida, es preciso insertarnos en la fuente de la vida que es Cristo, es necesario hacer
de la vida presente un don.
El tiempo con Jesús, vivido minuto a minuto, adquiere un significado nuevo. El se presenta
como elevado en la cruz, pero también como glorificado en el sufrimiento. En él se nos brinda
la visión concreta y desconcertante del amor de Dios. Si tenemos los ojos fijos en el
Crucificado, poco a poco, como fuente viva, brotará en nosotros el testimonio del Espíritu:
Cristo "me amó y se entregó por mí" (Gál 2,20). Y esta fuente no dejará nunca de borbollar su
canto de amor en el que confluyen lágrimas de arrepentimiento y lágrimas de alegría. Por pura
gracia estamos salvados mediante la fe, por gracia, por gracia...
ORACION
Jesús, sacerdote eterno, que sabes compadecerte de nuestras enfermedades, que has sido
probado en todo, tenemos los ojos puestos en ti: somos tuyos, acógenos. Déjanos oír hoy tu
voz, tu Palabra, para que no se endurezcan nuestros corazones. Haz que también nosotros nos
dejemos herir por el amor y el dolor para adherirnos con fe a la santísima voluntad del Padre.
Tú has sido fiel hasta la cruz para abrirnos el camino del santuario del cielo, donde habrá plena
paz. Haznos sentir hoy, cada vez con más intensidad, la urgencia de llegar a ser santos,
totalmente dados a los demás para ayudarles, confortarles, ser para ellos fieles compañeros de
camino. No es mérito nuestro el haberte encontrado y conocido: es don de tu gracia, que
siempre nos renueva y nos sorprende; que todos los hombres puedan leer en nuestro rostro el
gozo de pertenecerte, el anhelo de anunciarte, el deseo de vivir para siempre en la Jerusalén
celestial, en el seno de la Santísima Trinidad.