¡Benedicto dieciséis a Cristo queremos que nos deis!
Domingo 05 cuaresma B
El Evangelio de San Juan está llenos de detalles importantes para nuestra propia
salvación. Hoy nos fijaremos en tres de ellos. En primer lugar, el evangelista nos
detalla que algunos griegos había venido a Jerusalén para celebra la fiesta de la
Pascua, pero presagiando lo que pronto ocurriría, no acudieron precisamente al
templo que pronto quedaría obsoleto, sino que se dirigieron directamente al
encuentro de Jesús.
El segundo detalle está en que aquellas gentes de las que no tenemos nombres, se
dirigieron a Felipe, uno de los Apstoles con una peticin singular: “Seor,
quisiéramos ver a Jesús” como presagiando que a través de los siglos, Cristo
seguirá hablando a los hombres y dirigiéndose a ellos para llevarles el mensaje de
la salvación, y los hombres buscarán la palabra de Dios en otros lugares y en otras
personas, pero singularmente en los apóstoles y sus sucesores, que tendrán
palabras de vida, de consuelo, de perdón y de salvación, si en verdad son
auténticos representantes de la gracia, de la bondad y de la misericordia divinas.
Esas serán las señales de su verdadero apostolado y de la veracidad de su
mensaje.
Hoy, podemos decir de nueva cuenta, con el Papa entre nosotros, en León, en
México, en América: “Benedicto, queremos ver a Cristo”, Benedicto, no nos hables
de ti, háblanos de Cristo , haznos presente entre nosotros la palabra de salvación,
Benedicto, señálanos caminos de vida, Benedicto, entrega tu vida al servicio de la
Iglesia como lo hizo tu antecesor Juan Pablo II para que también tú llegues a ser
una de las glorias de la Iglesia y puedas juntarte con ese hombre con el tú fuiste
colaborador por tantos años. Benedicto, no ceses en tu empeño de señalar caminos
nuevos para la evangelización de siempre que venga a decirles a los hombres que
la vida sin Cristo es fría, monótona, vacía, sin sentido y sin alma.
Y el tercer detalle es el de Cristo que con una tremenda clarividencia de su futuro
afirmaba: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les
aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda
infecundo: pero si muere, producirá mucho fruto”. La hora de Cristo no fue
anticipada, como no lo puede ser la de nuestra propia muerte. Él hablaba de esa
hora cuando María, sin proponérselo, marcó el inicio precisamente de esa hora,
cuando le pide a su Hijo que haga algo para sacar de apuros a la pareja de novios
que los habían invitado a su fiesta de bodas. Cristo sacó de apuros a los novios,
pero esperó pacientemente para que el grano ya hubiera sido sembrado en el
corazón de sus discípulos y luego entre las gentes, para entregarse él
personalmente y hacer que su mensaje tuviera el respaldo de su propia vida y de
su muerte aceptada por amor. Se entregó con todo el corazón, abrió sus brazos
para abrazarse a su cruz, que él no había buscado, pero que los hombres pusieron
en sus manos porque les deslumbraba su luz y les apenaba la claridad de su
pensamiento y de su Palabra. Pudieron más que él ciertamente, pero no por mucho
tiempo, porque su Padre, al tiempo oportuno lo glorificó y lo sigue glorificando
cerca de él, por su entrega y su generosidad. Al término casi de nuestra cuaresma,
vamos a aquilatar en lo que vale la entrega de Cristo en lo alto de la cruz, e
imitémoslo en un intento serio, continuado y armónico, para hacer este mundo más
cordial, más humano y más del corazón de Cristo Jesús,
Pbro. Alberto Ramírez Mozqueda