NO ESTAMOS SOLOS
Padre Javier Leoz
Las lágrimas de Jesús, sus peticiones y oraciones al Padre, son para nosotros
garantía de que nuestros sufrimientos y pruebas contarán siempre con su mano
tendida. Ante el dolor ¿cómo reacciona el hombre de hoy? Ante la cruz ¿por dónde
y cómo se la toma?
1.- Nos aproximamos poco a poco a la Santa Pascua. Y al igual que le pasó por la
mente a Jesús, en muchos instantes, quisiéramos que desfilara de nosotros el cáliz
amargo del desazón, preocupaciones, sufrimiento o muerte.
--Pretendemos ser eternos y comprobamos que somos caducos
--Presumimos ser dueños de la vida, y es el día a día quien nos empuja hasta la
muerte
--Tenemos respuestas para todo y, detrás de una solución, surge de nuevo un
interrogante.
2.- A punto de iniciar la Semana Santa es bueno saber que no estamos solos ante
los grandes dramas que nos sacuden. Uno, especialmente sangrante, es la orfandad
que padecen en propias carnes muchas de las personas que nos rodean. No saben
a quién recurrir. No tienen a quién suplicar. Y, algunos de ellos, no poseen ya ni
razones para vivir. ¿Qué hacer por aquellos hermanos nuestros que han dejado por
el camino el amor de Dios? ¿Cómo hacerles entender que, a la vuelta de la esquina,
les aguarda un Cristo con suficiente fuerza y vida para todos?
La Nueva Evangelización, a la cual todos estamos convocados, podemos iniciarla
acercándonos a aquellos que reclaman un poco de atención o de cariño, de ternura
o de apoyo. La sociedad nos instruye para la vida pero nos oculta la realidad de la
muerte. La sociedad siembra de música el escenario de nuestro vivir pero no nos
alerta para los momentos, existencialmente obligados, que llamarán a nuestra
puerta como pueden ser el llanto, el dolor o la negación de uno mismo.
3.- Hoy, como aquellos griegos que se acercaron a Felipe, también nosotros
quisiéramos ver a Jesús. ¡Se solucionarían tantos enigmas! ¡Callarían tantas
lenguas! Pero lo cierto es que, Jesús, está en medio de nosotros. Nuestra fe, a
veces adormecida y otras interesada; unas veces entusiasta y otras tímida nos dice
que está aquí. ¿Seremos capaces de intuirlo con ese sexto sentido de nuestra
confianza? ¿Seremos tan ilusos de dudar por el simple hecho de que, no siempre, lo
percibimos con nitidez o con suficiente calor?
¿Queremos, de verdad, ver a Jesús? ¿No estaremos en algunos momentos
esperando a que se nos manifieste totalmente? ¿Tenemos ansias de ver, creer,
amar, fiarnos y aguardar a Jesús?
En ese camino de discernimiento no estamos solos. Nos acompañan, como he dicho
al principio, sus lágrimas, su oración y la gran promesa que nos dejó: “estaré con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,16-20).
4.- Ha llegado la hora de Dios, la hora de Jesucristo. Que seamos capaces también
nosotros de poner a punto nuestros relojes cristianos. La Pascua nos exige, como a
los discípulos, vivir unidos al Maestro. No podemos quedarnos en el “héroe de
Jesús”. Su testimonio sigue siendo algo vivo, algo que nos interpela y nos conduce
a entregarnos en la medida de nuestras posibilidades con Él, en Él y para Él. No
estamos solos.
HA LLEGADO LA HORA
En donde, la muerte, lejos de ser fracaso
será por Cristo, culmen de una misión
En donde el llanto y el dolor, por la vida,
serán respuesta y salvación
para todo el que, mirando a Jesús,
esté dispuesto a morir un poco.
HA LLEGADO LA HORA
En la que, sin ver frutos aparentemente,
descubramos que es importante sembrar
dar y entregarnos, aún sin recibir agasajos aquí,
brindarnos y negarnos,
aún a riesgo de aparecer como fracasados.
HA LLEGADO LA HORA
De saber que, estando unidos a Cristo,
nuestro mañana incierto
será una Pascua definitiva y feliz
De soñar que, el mundo roto y sin horizontes,
contará con un Aliado en el más allá
invitándonos a superarnos
a levantar la cabeza
a alzar nuestros ojos a la invitación de Dios.
HA LLEGADO LA HORA
En que, además de esperar de Dios,
nos empeñemos más en nuestra misión
En que, además de aguardar al Señor,
avancemos por la tierra
despertando fe y esperanza,
ilusiones y caridad, alegría y gozo
HA LLEGADO LA HORA
De contemplar, frente a frente y sin miedo,
la pobreza que cuelga de la cruz
De contemplar, sin dudas ni temores,
la riqueza de amor que se desangra en la cruz
De contemplar, con agradecimiento y fe,
el Misterio Divino que muere y calla en la cruz
¡HA LLEGADO LA HORA!