“Mi Padre trabaja siempre, y Yo también trabajo”
Jn 5, 17-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
VIVIR COMO HIJOS ES LA HERENCIA ETERNA
El Señor ha constituido a su Siervo como alianza para restaurar el país. El Padre ha
enviado al Hijo y le ha dado el poder de resucitar de entre los muertos. Nadie está
excluido de esta invitación a la vida, nadie podrá sentirse abandonado u olvidado por
Dios, porque el único verdaderamente abandonado es el Hijo amado, a quien un
Amor más grande entrega a la muerte en la cruz para librarnos de la muerte eterna.
A los judíos que le acusan de violar el sábado y de no respetar el descanso del
mismo Dios, él les revela la propia conformidad sustancial de Hijo que actúa en todo
de acuerdo con lo que ve y escucha del Padre: por consiguiente, de él recibe la
autoridad de juzgar. A cuantos escuchan con fe su Palabra y la guardan en el
corazón, les da el poder de llegar a ser hijos de Dios; desde ahora pasan de la
muerte a la vida eterna, y, en el último día, no encontrarán al juez, sino al Padre, que
les espera desde siempre, porque en ellos reconoce el rostro de su Hijo amado, el
Unigénito, convertido por nosotros en hermano primogénito.
Grande es la esperanza que se nos propone: nos concede nueva luz en la existencia
cotidiana. Vivir como hijos es la herencia eterna y, a la vez, el tesoro secreto que nos
sostiene cada día en la fatiga.
ORACION
Señor Jesús, tú que siempre miras al Padre y cumples lo que le ves hacer, atrae
nuestra mirada a ti: en tu luz veremos la luz, aprenderemos a vivir como hijos de
Dios.
De él has recibido el poder de dar la vida y devolverla, nueva, al que la ha perdido,
porque te has entregado a la muerte por todos. Aumenta nuestra fe; en ti está la
fuente viva y de ti lograremos con gozo nuestra salvación.
Tú, juez de todo mortal, que escuchas siempre los juicios veraces de Dios, haz que
nosotros escuchemos tu Palabra con corazón obediente; de ti aprenderemos que la
mayor sabiduría es adherirse a la voluntad del Padre con humilde amor. En la fiesta
sin fin de la divina ternura, que envuelve a todo hombre para convertirlo en hijo,
gozaremos contigo, oh Hijo unigénito, porque no te has avergonzado de llamarnos
"hermanos".