Comentario al evangelio del Sábado 24 de Marzo del 2012
A VUELTAS CON LA PALABRA DE JESÚS
Me he quedado pensando, después de leer el Evangelio, que hay un montón de gente hablando y
opinando sobre Jesús. Cada cual tiene sus ideas (en algunos casos «ideas fijas») y opiniones... Pero
Jesús "no está" en la escena, no hay ninguna palabra suya. Me traía esto a la cabeza la letra de una
canción que cantábamos hace tiempo: « Ayer hablé con Jesús y me dijo que estaba triste, porque hay
muchos hombres que hablan en su nombre... pero no le dejan hablar a él; que hay muchos hombres,
que se reúnen en su nombre.... pero no le dejan entrar a él ». Y claro: el resultado es de total confusión.
No se habla «de» Jesús del mismo modo, cuando antes se ha hablado «con» Jesús. No es lo mismo
reunirse, comentar, opinar, hablar, programar, organizar cosas... cuando antes no
nos hemos preguntado (mejor: no LE hemos preguntado) cuál sería la opinión, el criterio, lo que nos
pediría Jesús,lo que haría él. O sí, lo hacemos, pero desde nuestras ideas, ideologías y teologías
preconcebidas... que se pueden convertir en un auténtico escudo «contra» la voluntad y la palabra de
Jesús... aunque tengamos la intención y la impresión de que Jesús querría que las cosas fueran... como
nosotros hemos decidido. Porque ahí, en nuestro evangelio de hoy, tenemos el caso de personas que
parecen conocer muy bien la Escritura, pero que la usan según les conviene para sus propios fines. Y
así, le dicen a Nicodemo que estudie las Escrituras para que se convenza que de Galilea no puede salir
ningún profeta... al mismo tiempo que se pasan "por el arco de triunfo" lo que dice la Escritura: «
¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace? ». O sea: que la
Escritura para unas cosas sí y para otras no. La Escritura para encontrar argumentos que justifiquen una
postura previamente tomada.
También pensaba en nuestras «Liturgias de la Palabra». Diversos grupos y personajes habían
escuchado las palabras de Jesús... y provocaron distintas reacciones, tomas de postura, incluso
discusiones.
Cuando leemos la Escritura, al terminar de proclamarla se dice: « Palabra de Dios » o « Palabra del
Señor ». Por cierto, que sin el « es » que muchos colocan delante: ya sabemos que «es» Palabra de Dios,
por eso la estamos leyendo. Al final de su lectura no «afirmamos» nuestra fe en que eso lo ha dicho
Dios (la respuesta, en tal caso, debiera ser diferente)... sino que le agradecemos lo que acaba de
decirnos, le alabamos y glorificamos por habernos hecho llegar su Mensaje de vida y salvación.
Pero, realmente , si preguntáramos después de esa proclamación/lectura cuántos se sienten
interpelados, agradecidos, e incluso sorprendidos por lo que nos ha dicho Dios... Si preguntamos
siquiera qué es lo que se nos ha quedado en el corazón después de leerlo (suponiendo, claro, que lo
hayamos entendido, que no siempre es fácil)... muchos nos dirían: «no me he enterado de nada», «no
me he quedado con nada». He dicho un « te alabamos Señor », un « gloria a ti Señor Jesús » muy
mecánico, pero estas palabras no estaban conectadas con el corazón. Lo escuchado (quizás sólo "oído")
no ha provocado en mí ninguna reacción especial. Al menos la mayoría de las veces. Y nos pasa a
menudo, como dice la última frase de este Evangelio: « Y se volvieron cada uno a su casa ». Que
algunos traducen así: « cada uno se marchó por su lado ». O sea: que no sacaron nada en claro, y cada
cual siguio en sus ideas.
Con toda seguridad debiéramos poner de nuestra parte para que estas cosas ocurran lo menos
posible. Desde leer y meditar la Palabra de Dios previamente en nuestras casas, antes de la celebración
(cuando sepamos cuáles son las lecturas, claro está)..., pasando por una seria formación bíblica (¡ay
tarea siempre pendiente entre los católicos!), dialogando con otros que no lo entiendan igual que
nosotros (por cierto: hay que subrayar que en este caso están más cerca de la verdad los guardias y la
gente, que los especialistas en la Escritura: para meditarlo despacio), pero con intención de comprender
y no de rebatir o imponer lo que pensamos (como ocurre en este Evangelio)... Y lo más difícil:
procurar que nuestra formación, nuestras ideas preconcebidas, nuestros intereses y prejuicios, nuestras
pocas ganas de cambiar lo que pensamos, el darnos cuenta de que estamos equivocados, etc... no sean
la razón para que «servirnos» de la Palabra, en vez de servir a la Palabra.
Total: que este Evangelio es incómodo para cualquiera que lo lea. Porque es fácil decir o pensar lo
que les falta a otros , lo que otros tendrían que hacer... pero es que hay que empezar por aplicárselo uno
mismo. Aunque cueste. Aunque duela. Aunque creamos tener razón, o estar ya muy formados. Que no
se vuelva «cada uno a su casa» casi igual que cuando salió de ella.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez, cmf