V Semana de Cuaresma
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO B
Lecturas:
a.- Jer. 31, 31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré el pecado.
Nos encontramos ante una síntesis de la vida y experiencia íntima de Dios de
Jeremías, y la enseñanza de la historia, las mismas vetas por donde circula toda
existencia humana. La alianza del Sinaí había sido por más de mil años violada por
una de las partes: el pueblo de Israel. Con respeto a la libertad humana, Dios había
tratado de salvar esa alianza, pero todo fue en vano. La religión de la alianza
sinaítica se vació hasta quedar reducida a ritos. Jeremías, que experimentó lo dulce
y amargo de la comunicación con Dios, quiso proclamarlo al pueblo que amaba y
por el que sufría. Vivió la experiencia de no encontrar palabras para comunicar su
vivir en Dios. Llegan días que la religión será personal, interior, vivencial,
sobrenatural. La ley será escrita en el corazón del hombre, será su propia
conciencia, formada por el mismo Dios. (v. 33). Todos conocerán al Señor, es decir,
aceptarán a Dios en sus vidas, entonces no habrá pecado porque estarán en Dios.
Este es el pueblo de la nueva alianza, por la que Cristo derramó su sangre. La
alianza de Jeremías se cumplió en Cristo Jesús y sus discípulos la llevan grabada en
su interior, la voluntad salvífica del Padre.
b..-Heb. 5, 7-9: Por su obediencia, Cristo es salvación nuestra.
El autor de esta carta, nos presenta como ningún otro, la Humanidad de Cristo y su
debilidad. Durante su existencia ofreció súplicas y oraciones y aprendió a obedecer
en la escuela del sufrimiento. Es en el huerto de Getsemaní donde encontramos
este tipo de oración, casi violenta (cfr. Lc. 2, 39-46); la diferencia entre este pasaje
y aquel es que aquí fue escuchado, ahí no, ya que asume la muerte, pero sí
podemos decir que fue escuchado, porque fue liberado del sepulcro para su
resurrección. Jesucristo aprendió a obedecer en la escuela del dolor, y no en las
purificaciones rituales, a pesar de ser Hijo de Dios, reflejo de la gloria de Dios e
impronta de su sustancia (cfr. Hb. 1, 3). Sus hermanos, también sufren y por lo
mismo, el dolor es el camino para salvarlos, con lo que aprendió a conocer lo que
significa para el hombre su fidelidad a Dios. Jesucristo se hizo semejante a los
hombres, menos en el pecado, y en la desobediencia, precisamente para
rescatarlos con su obediencia al Padre eterno. Esto lo capacitó para ejercer su
soberanía, sobre aquellos para quienes es causa de salvación eterna.
c.- Jn. 12, 20-30: Si el grano de trigo muere, da mucho fruto.
Juan evangelista, nos presenta la hora de Jesús. Comienza a develarse el misterio
de Jesús, con su pasión y glorificación. La llegada de unos griegos, que le quieren
conocer, es un primer germen de cómo todas las fronteras caerán, y hasta los
paganos, conocerán este admirable misterio de salvación. Sabemos, que la
evangelización de los paganos comienza luego de la glorificación de Jesús a los
cielos. Estos griegos, no eran paganos, eran simpatizantes o prosélitos, no eran
judíos, pero aceptaban a Yahvé, la moral judía y los ritos de su religión. Habían
venido a las fiestas pascuales, pero se ve que en la religión judía no encontraban lo
que buscaban, acuden a Jesús. Hay un movimiento interno en la escena que todos
se dirigen a Jesús, Lázaro resucitado, su hermana María le escucha, la multitud va a
su encuentro saliendo del templo y estos griegos que vienen a las fiestas pascuales,
pero van en busca de Jesús. Es singular que se dirigen a Felipe y éste a Andrés,
uno discípulo del Bautista, el otro llamado por Jesús; Andrés, representa la
comunidad judía, Felipe, los gentiles. La llegada de los griegos y sus deseo de
conocer a Jesús marca su hora, la de dar a conocer su obra y su evangelio a todos
los pueblos paganos. Si bien, el evangelio no dice que vieran a Jesús, el encuentro
con los griegos lo motiva para predicar la necesidad de la pasión para que judíos y
griegos acudan a ÉL: “Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos
hacia mí.» Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.” (Jn.12, 32-33).
Quizás el evangelista, al no narrar el encuentro de Jesús con los griegos, quiera
decir que la entrada de los gentiles a la Iglesia era un deseo de Jesús, pero que no
ocurrió en su tiempo. Vemos que a Jesús le basta el deseo de estos griegos, para
hacer un discurso de la propia vida. Contempla los campos llenos de mieses
dispuestos para la siega, pero para ello el grano tiene que ser sembrado, morir, la
vida sólo se adquiere entregándola, es el modo de hacerla eterna. La propia muerte
lo turba, lo confunde, es su naturaleza humana que reacciona pero, acepta esa su
Hora y pide la glorificación: “Padre, glorifica tu Nombre” (v. 28). Es el Getsemaní
del apóstol Juan. El Nombre, representa al propio Jesús, que se acaba de proclamar
el “Yo soy” (Jn.11,25). Juan sabe conjugar la turbación y la glorificación, puesto
que al temblor de la naturaleza, encontramos la respuesta del Padre: “Le he
glorificado y de nuevo le glorificaré” (v.28). Toda esta presentación es en función
de la Hora de Jesús, que es a la vez pasión y glorificación; de este modo la vida de
Jesús queda encaminada o introducida en la gloria de Dios, manifestó su gloria,
hemos contemplado su gloria, de nuevo será glorificado, enseña el evangelista (cfr.
Jn.2,11; 1,14; 12,28). El momento de su muerte, es decir, cuando sea elevado,
crucifixión y ascensión, atrae a todos los hombres hacia ÉL (cfr. Zac. 12,10). Tanto
Cristo, como los discípulos, se pueden aplicar la parábola del grano de trigo, que
sólo bajo tierra, enterrado, debe morir para dar nueva vida (v. 25. Es la respuesta
del Padre, que por medio de su Hijo revela su obra de salvación. De ahí, que a la
glorificación del Hijo corresponda la del Padre. Pero la voz no ha venido por Jesús,
sino por los que lo escuchan (v. 30), los creyentes, para que comprendan que las
acciones del Hijo, son también obras del Padre, que se identifica con ellas. Los que
no oyeron la voz, no eran creyentes. El juicio de este mundo, se da desde la pasión
y desde la Cruz de Jesús, donde se manifiesta su obediencia absoluta a la voluntad
del Padre. La pasión, es para Juan la subida de Cristo a su Cruz y a su gloria, de ahí
la atracción que Cristo ejerce sobre los hombres, aquellos que se dejan atraer por
el Padre para orientarlos hacia ÉL, fuente inagotable de salvación.
Teresa de Jesús, maestra de oración, madre de los espirituales, nos propone el
camino de la oración como el mejor medio para dar frutos de santidad. Lo propone
en su tratado de la oración: “Los cuatros modos de regar el huerto”, del alma, en
su libre de la Vida (V 11-22). Este texto habla de la oración de quietud. “Ahora
tornemos a nuestra huerta o vergel, y veamos cómo comienzan estos árboles a
empreñarse para florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo mismo para
dar olor. Regálame esta comparación, porque muchas veces en mis principios y
plega el Señor haya yo ahora comenzado a servir a Su Majestad (digo principio de
lo que diré de aquí adelante de mi vida), me era gran deleite considerar ser mi
alma un huerto y al Señor que se paseaba en él. Suplicábale aumentase el olor de
las florecillas de virtudes, que comenzaban a lo que parecía a querer salir, y que
fuese para su gloria y las sustentase pues yo no quería nada para mí y cortase las
que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores; digo cortar, porque vienen
tiempos en el alma que no hay memoria de este huerto; todo parece está seco y
que no ha de haber agua para sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de
virtud. Pásase mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca al pobre
hortelano, que todo lo que ha tenido en sustentarle y regarle va perdido. Entonces
es el verdadero escardar y quitar de raíz las hierbecillas, aunque sean pequeñas,
que han quedado malas, con conocer no hay diligencia que baste si el agua de la
gracia nos quita Dios, y tener en poco nuestra nada y aun menos que nada. Gánase
aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.” (Vida 14,9).