IV DOMINGO CUARESMA
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
La cima del amor
El evangelio de este domingo es parte de la conversación entre Jesús y Nicodemo,
el magistrado judío que fue a ver a Jesús de noche. Un agudo y sugerente
comentario sobre el mismo es el que, a modo de “sermón laico”, hizo don Miguel de
Unamuno en el Ateneo de Madrid la noche del lunes 19 de noviembre de 1899.
La parte del texto que se lee este domingo se abre con una invitación a mirar, a
levantar los ojos. San Juan, para situarnos ante el misterio de la cruz, que
contemplaremos el Viernes Santo, recurre a un recuerdo bíblico: Durante su
travesía de cuarenta años por el desierto, los hebreros se vieron asaltados por
serpientes venenosas, cuyas mordeduras traicioneras resultaban mortales. Moisés
ordenó, entonces, hacer una serpiente de bronce, que colocó sobre un madero
vertical en medio del campamento. Es la imagen mitológica que los médicos siguen
teniendo todavía hoy como emblema de la medicina. “ Quien volvía los ojos al Signo
levantado en medio del campamento quedaba curado no por el objeto mismo, sino
por ti, Señor ” leemos en libro de la Sabiduría (16,7).
Notamos que la interpretación del libro de la Sabiduría viene a decir que la curación
no es por arte de magia, como si se tratara de un talismán. Mirar la serpiente era
un acto de fe en el Dios salvador.
Nosotros somos invitados a mirar a la Cruz: “ Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo
el que cree en él tenga vida eterna ”. El apóstol Juan, el único de los Doce que
estuvo a los pies de la Cruz en aquel mediodía del viernes santo, no ha podido
olvidar ni aquel día ni aquel espectáculo. Setenta años después nos remite a
aquella imagen en la que él ha meditado tan largamente.
Para Juan, la “ Cruz” y la “ Pascu a” son el mismo misterio, que él expresa con esa
frase de doble sentido: “ Jesús ha sido levantado de la tierra ”. Para Juan, decir
crucificado” es lo mismo que decir “exaltado ”. En la cruz ha visto el inicio de la
Ascensión; la hora de la cruz es la hora de la Gloria de Dios.
Cuando, en la noche de la Cena, salió Judas del Cenáculo, dijo Jesús: “ Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él ”. Y cuatro días antes les
había dicho a Andrés y a Felipe: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo
del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto…Y cuando yo sea elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” .
La muerte de Jesús es la cima del amor del Hijo al Padre y la cima del amor del
Primogénito por sus hermanos pecadores. El madero de la Cruz, al que está clavado
tras sufrir una tortura horrible, es una cima de dolor y de muerte, pero cima
también de amor y de revelación divina.
Hay que cerrar los ojos para ver lo invisible, para descubrir que “ no hay amor más
grande que dar la vida por aquellos a los que se ama” . Y ver .en ese amor el signo
de otro amor extremo: “ Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito,
para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna ”.
Con frecuencia andamos tentados de pesimismo al ver tanto mal y tanto
sufrimiento en el mundo. Pero este mundo es amado por Dios apasionadamente.
Nos sigue diciendo el texto: “ Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él ”. La voluntad de Dios es clara: ha
querido hacer al hombre partícipe de su vida, pero no lo impone a la fuerza, porque
un amor impuesto deja de ser amor. Para que sea efectivo es imprescindible que el
hombre abra su corazón y acoja ese don.
A veces, en nuestras noches de cansancio o de duda, nos preguntamos dónde esta
Dios. Hay que preguntarse también dónde andamos nosotros. El final del texto
debería de hacernos pensar: “ Este es el juicio : que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo
el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz para no verse acusado por
sus obras. En cambio, el que obra la verdad, se acerca a la luz, para que se vea
que sus obras están hechas según Dios” .
Don Miguel de Unamuno comenta: “ Ah, Nicodemo. ¡Si comprendieras la entrañable
lumbre que es la bondad, la divina potencia de visión con que reviste el espíritu!
Para ver, y ver de veras, lo verdadero y eterno, no ya sólo lo racional y pasajero, es
preciso sacudirse de lo impuro de sí mismo, hay que mirar con el hombre interior,
desnudándolo de la costra terrenal que enturbia, ofusca y trastorna la recta visión.
Te enseñaron tus maestros, Nicodemo, que nadie puede mirar sino desde donde
está y a través de sus ojos, e ignoran que puede el hombre mirar desde Dios” .
“Hay que nacer de nuevo ”, le había dicho Jesús a Nicodemo, que, preso de sus
prejuicios intelectuales, no le entendía. Dice don Miguel que él, como Nicodemo,
padeció ese intelectualismo que acaba en autofagia, devorándose a sí mismo. Nos
cuenta cómo se curó él: “Buscando en mi corazn de nio y yendo a mamar la
leche que nos hizo hombres, a oír la voz de nuestra niñez, la voz del Evangelio ”.
¡Genial, don Miguel!