Jueves Santo en la Cena del Señor B
“También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”
Hay en el fondo de la celebración del Jueves Santo dos entregas de signos bien
distintos, y de resultados opuestos. La de Judas, traición y beso hipócrita. El móvil,
unas monedas, un dinero, unas ganancias. Era más provechoso tener liquidez en el
bolsillo, que una vida humana. Los resultados son conocidos: la prisión, el juicio, la
burla, la condena, la muerte de Jesús y el trágico final de Judas. A diario, como
entonces, se vende a personas por unas monedas y el resultado siempre es el
mismo: el egoísmo, la falta de solidaridad, la envidia, el negocio, la muerte.
La otra entrega la de Jesús: El no vende a nadie, se da El mismo, no busca el
interés, ni el dinero, sino la vida para todos los hombres, el testimonio que les dará
fuerza y ánimo para seguir sus pasos. En esta entrega, Jesús se da a sí mismo a los
suyos para que nunca se encuentren solos ni desamparados en medio de la dureza
de la vida. Frente a uno que vende, que le vende a El por unas pocas monedas,
Jesús se da, se ofrece gratuitamente: se queda para siempre con nosotros, y lo
hace con distintos gestos que son realidades impresionantes y comprometidas.
El lavatorio de los pies. Tarea propia de esclavos, y gesto de deferencia con los
huéspedes, gesto de humildad y de servicio. El, que “ha venido no a ser servido,
sino a servir” (Mt 20, 28), lo realiza con naturalidad y verdad. Se levanta de la
mesa, se despoja del manto, se pone a los pies del hermano, incluso del enemigo,
porque ama, ayuda, escucha, comprende y perdona. No se queda sólo en el gesto,
es una leccin para los suyos: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho
con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Dios no es un dueo terrible, sino un
servidor de los humanos que levanta a la persona en su dignidad.
La entrega no se hace realidad dando “cosas”, sino dándose uno mismo. Jesús, que
se ha dado y roto en su vida sirviendo a los demás. Se reparte ahora como comida
y bebida: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. “Tomad y bebed, esta es mi
sangre”. Imposible reflejar mejor lo que su vida ha sido. Imposible perpetuarse de
manera más clara entre nosotros. Imposible dejar un signo más patente de lo que
su vida fue y de lo que debe ser la vida de quien camine tras sus pasos: partir y
repartir el pan; partirse y repartirse entre los demás. Así se queda con nosotros en
gesto de comunin; “Quien como mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo
con él” (Jn 6, 56), y en gesto también de fraternidad: “Como hay un solo pan, aún
siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único
pan” (1 Cor 10, 17). La Eucaristía, no tomará toda su fuerza y realidad sin nuestro
compromiso: “Haced lo mismo en memoria mía” (Lc 22, 19). Desde la unin con
Cristo nos impulsa a la realización de la unión con los demás, a la fraternidad.
Con la Eucaristía el sacerdocio ministerial. Escoge a hombres débiles, pecadores
para perpetuar su acción salvadora a lo largo del tiempo. Para que en la Comunidad
“puedan obrar como en persona de Cristo cabeza” (PO 2). Repitiendo los gestos y
palabras de Jesús en la Última Cena, actualizando su misterio pascual. Hacer
presente la misericordia de Dios ofreciendo y dando el perdón a los pecadores. Ser
trasmisores del mensaje de salvación y de la palabra de vida. En una palabra hacer
presente a Cristo a modo de una nueva encarnación. Ante este nuevo gesto de
amor la respuesta de los elegidos no puede ser otra que la que se insinúa en el
momento de la ordenacin: “practicad lo que enseáis e imitad lo que
conmemoráis”.
Los gestos no han de ser un recuerdo bello para la historia, sino un mandato que
pone en pie una comunidad nueva: la de los que sirven humildemente a los demás,
la de los que en el Cuerpo y Sangre de Jesús reciben fuerza para amar y entregarse
sin límites: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros también
lo hagáis” (Jn 13,15).
Los discípulos de Jesús sólo tienen una cosa que aprender y no olvidar: hay que
amar; amar como El. Es el momento del amor. De aquí que el único mandamiento
para los seguidores de Jesús es el amor, con la novedad del modelo de ese amor:
“Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he
amado, amaos también entre vosotros: En esto conocerán que sois discípulos míos,
en que os amáis unos a otros” (Jn 13, 34-35).
Joaquin Obando Carvajal