LA MESA DEL JUEVES SANTO
Por Javier Leoz
Aquel que, montado sobre un pollino, se adentró en nuestras murallas,
hoy se sienta y nos reparte su Cuerpo su Sangre. Se arrodilla y, al lavar
y acariciar los pies a sus discípulos, nos recuerda que no hay mayor
gigante en el cielo que aquel que sabe ser pequeño en la tierra. Se hace
sacerdote: se ofrece a sí mismo por nosotros.
¡Jueves Santo! ¡Nunca una mesa dio tanto de sí!
1.- En ella vemos cumplidos los deseos de Jesús. “Cuánto he deseado comer
esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). Lo veremos temeroso
¿A quién le gusta el sufrimiento? Pero a continuación, en plena sintonía con el
Padre, dará el paso definitivo: “hágase tu voluntad”. En la mesa del Jueves
Santo el Señor nos hace sus confidentes. Clavamos nuestros ojos en Él y, todo
lo que nos dice, nos sabe a poco. Somos conscientes que, su Pascua, no nos
puede dejar indiferentes; que tendremos que pasar de la negación a la
afirmación, de la duda a la fe, de la traición a la adhesión inquebrantable a
Jesús.
¡Jueves Santo! ¡En su mesa, Jesús, nos hace partícipes de su presencia
eucarística! A partir de ahora memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Sentados, y con apetito celeste, sabemos que la Eucaristía es misterio de amor
divino, pan verdadero que Dios entrega al mundo (a nosotros) para que
tengamos vida y abundante.
Lo vivimos así? Es la Eucaristía un “paso” de Dios por nuestras vidas? ¿La
vivimos como misterio o como un conjunto de oraciones, gestos, luces,
flores……pero sin pasión? Jueves Santo! Nunca una mesa dio tanto de sí!
2.- De repente, debajo de ella, nos sorprende que el “Hermano Mayor” se lance
rostro a tierra y, con sus manos, comience a acariciar los pies de los discípulos.
¿Y me preguntáis que hago? –Nos dice Jesús- ¡Así habréis de ser y actuar
vosotros! Buscando personas a las que amar y brindando vuestro servicio como
prueba de que sois mis amigos.
¡Jueves Santo! No todo lo que hay en su mesa es dulce o agradable al paladar
cristiano. Es fácil comulgar pero, querámoslo o no, más difícil amar sin ser
recompensado. Es más fácil arrodillarnos ante el Santísimo que ante los dolores
de los más necesitados. Es más fácil llevar sobre nuestros hombros una imagen,
que un pobre a la peana de nuestro cuarto de estar. Pero…esto es lo que tiene el
Jueves Santo: es un amor sin condiciones. Amar como Cristo conlleva no
caricaturizar sus gestos, ni tan siquiera repetirlos. Va mucho más allá: es creer
que, en lo que Él hizo, está nuestro sello de identidad, la prueba de fuego de la
verdad de nuestro cristianismo. ¡Qué amargo, a veces, resulta el amor que nos
exige Jueves Santo!
¡Jueves Santo! ¡Nunca una mesa dio tanto de sí!
3. ¿Quién sirvió la mesa del Jueves Santo? Jesús mismo es quien se ofrece y se
reparte. Hoy recordamos a ese Sacerdote de la Nueva Alianza que, ante la
mirada atónita de sus doce discípulos, se troceaba generosamente en l patena
de aquel primer altar cristiano.
¡Jueves Santo! ¡Mesa del Ministerio Sacerdotal!
Don de vida, la Eucaristía, que es servida por nosotros –sacerdotes al servicio
del Único y Eterno Sacerdote que es Cristo-. Conscientes de nuestras
debilidades. Sabedores de que la cabeza es Cristo y que, nosotros, somos
continuadores de su obra, de aquel pensamiento que –en tal día como hoy- legó
como testamento espiritual: “haced esto en memoria mía”. En esta tarde, los
sacerdotes, nos sentimos especialmente tocados por la gracia del Señor.
Actualizamos y vivimos nuestro sacerdocio con pasión y con emoción porque, en
la Eucaristía, percibimos que está el culmen y la fuente de la vida cristiana. Hoy,
os lo podemos decir, nunca como en la misa un sacerdote puede ser más feliz.
Lo fue Cristo en Jueves Santo, dándose y sirviendo. ¡Cómo no lo vamos a ser
nosotros!
Jueves Santo: vida divina que nos trae Cristo. Amor divino que nos manifiesta
Cristo con sus manos. Memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección que alzará,
una y otra vez, tantas manos como sacerdotes lo hagan en nombre de Aquel
que es todo y se hace todo por salvarnos.
¡BENDITA SEA LA MESA!
En la que rodeada, de pan recién amasado,
y regada con vino generosamente vertido
nos sentamos los hermanos de Cristo.
En la que, ofreciéndose como alimento permanente,
nos recuerda que, en Jueves Santo,
se quedó Jesús de una forma providencial,
en Misterio con valor infinitivo
en pan, que ya no es pan, y es su Cuerpo
y en vino, que dejó de ser vino, para ser su Sangre.
¡BENDITA SEA LA MESA!
Que, al sentarnos junto a ella
sabemos que nos urge el camino de la fraternidad
que nos espera el sendero de le reconciliación
que nos exige abrir las manos hacia el amor.
¡BENDITA SEA LA MESA!
Aquella en que, en Jueves Santo, con tintes de pasión
se sirvieron tres manjares santos y divinos:
el Amor, para ser como Jesús
la Eucaristía, para vivir con Jesús
el Sacerdocio, para ofrecer a Jesús
¡BENDITA SEA LA MESA!
En la que, cada Jueves Santo,
con lágrimas en los ojos y con los pies desnudos
recordamos el testamento de Jesús:
“haced esto en memoria mía”
¡Cómo vamos a olvidar, Jesús, tus deseos¡
Toma nuestras manos,
y dirígelas hacia los pies de los discípulos
de los nuevos tiempos
Toma, Señor, nuestra boca
y, cada vez que te repartas en la Eucaristía,
que sintamos la fuerza y el precio de este Sacramento
el vigor y la eterna juventud de tu presencia
el amor, como aquel mismo amor,
que se dejó caer en una tarde de Jueves Santo
¡BENDITA SE LA MESA!
Aquella en la que, siendo sacerdote,
amaste, bendijiste, consagraste y te ofreciste.
Amén.