MIRANDO A LA CRUZ
Padre Javier Leoz
Al contrario del Domingo de Ramos, hoy, es el silencio quien reina. La cruz, sin más
pretensiones que el ser contemplada, cargada, vivida y asumida nos invita a mirar
hacia arriba. El silencio nos aturde. Estamos tan acostumbrados a ir de la mano del
ruido, confundidos por los decibelios que –la escucha, la meditación, la reflexión- se
nos hacen cuesta arriba cuando, la calma, es paso necesario para alcanzar esa
sensibilidad.
1.- La Pasión del Señor nos mueve y nos conmueve.
Nos incita a salir de nosotros mismos. A ponernos en camino hacia el Monte
Gólgota y, en esa cumbre, asombrarnos por la grandeza del amor de Dios. ¿Puede
demostrarnos con más obras, y con tan pocas palabras, lo mucho que el Señor nos
ama? La cruz nos mueve en peregrinación confiada hacia ella. Encontraremos a su
sombra dos regalos: a María como nuestra Madre y, a la Iglesia vigilante, orante,
transmisora de la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La cruz nos conmueve. ¿Cómo es posible que, el Señor, haga esto por mí? No hay
respuestas. Sólo el corazón colosal de Dios es capaz de salir al paso de nuestras
interpelaciones: lo hago porque, tu vida, merece un precio, un rescate, una
salvación. Y, todo ello, lo hago por medio de mi Hijo Jesucristo.
2.- La Pasión y muerte del Señor nos descoloca.
El camino fácil es la gran enseñanza de los valles de nuestro mundo. Pero
¿conducen esos pasajes cómodos a la felicidad? ¿Cuál es la situación del hombre de
hoy? ¿Ha dado salida y solución a otras cruces de acero o de droga, de insolidaridad
o de soledad, de pesimismo o de derrotismo que emergen con fuerza en los nuevos
Gólgotas de nuestros días?
La cruz de Jesús, por ello mismo, nos desconcierta. Para ser entendida ha de ser
acogida desde la obediencia. No es cuestión de que nos gusten o no las cruces que
crecen hasta nuestros hombros. Lo importante, no lo olvidemos, es alzar nuestros
ojos a Cristo y rezarle: ayúdame a llevar la cruz como Tú (en comunión con el
Padre), con las mismas manos que Tú (sin olvidar los dramas que nos rodean), con
la misma sangre que Tú (negándome a mí mismo y ofreciendo lo mejor de mí
mismo por la fe y por los demás).
3.- La Pasión y muerte del Señor nos embellece.
Un rostro desfigurado, el de Jesús, dará lugar a una humanidad rejuvenecida, con
más vida, con más beldad. La muerte de Jesús en la cruz no es estéril. No quedó
clavada en la historia de un pasado. Nos sigue aportando un inmenso canal de
salvación personal, social, eclesial y comunitaria. En la aparente derrota de Cristo
surgirá con fuerza la alegría de la Pascua. En la supuesta desaparición de nuestros
cuerpos, por la muerte y resurrección de Cristo, brillaremos de nuevo en una
eternidad cara a cara con Dios. ¿Puede darnos más frutos las astillas
ensangrentadas de la cruz? ¿Pueden ofrecernos algo más las dos traviesas (vertical
y horizontal) de una cruz que abraza de lleno a cuantos la miran, la rezan, la
contemplan, la aman, la defienden, la siguen o la adoran?
La pasión y muerte de Cristo desfiguran su rostro pero….embellece, recupera y
salva la humanidad doliente. Miremos a la cruz…guardemos silencio…dejemos que
ella nos hable…nos redima…
4.- EMBELLÉCENOS, SEÑOR, CON TU PASIÓN
Que el hombre, errante y sin rumbo,
sólo sabe vivir si es para disfrutar.
Que, la pasión del hombre de hoy,
no se clava en cruz que se eleva hacia el cielo
Que, los sufrimientos del hombre de hoy,
no siempre son ofrecidos, al igual que los tuyos,
por causas nobles, santas y eternas.
EMBELLÉCENOS, SEÑOR, CON TU MUERTE
Porque, los caminos que elegimos,
se convierten en vías dolorosas de a ninguna parte
Porque decimos vivir bien, y morimos mal
poseerlo todo y carecer de lo esencial
aparentarlo todo y saber que, en el fondo,
estamos desnudos y sin nada.
EMBELLÉCENOS, SEÑOR, CON TU SANGRE
Sangre que sea manantial de Vida Eterna
Sangre que, al juntarse con la nuestra,
la convierta en rio de gracia y de amor
de ternura y de sacrificio, de perdón y de paz.
¡Necesitamos tanto tu sangre derramada, Señor!
EMBELLÉCENOS, SEÑOR, EN TU CRUZ
En ese madero donde, las pocas palabras,
nos elevan y nos hacen sentirnos más tuyos
En esas traviesas donde, el amor sin límites,
es sacrificado, traicionado pero más Divino que nunca
En ese mástil que, disparándose hacia el cielo,
nos indica el camino final de las buenas obras
el premio merecido a todo combate por Dios
la aureola que se impone a la perseverancia cristiana
el abrazo del Creador
a todo el que cumple su voluntad antes que la propia
EMBELLÉCENOS, SEÑOR, CON TU SILENCIO
Habla Tú, Señor, y muéstranos la luz de tu rostro
Habla Tú, Señor, e indícanos el camino del amor
Habla Tú, Señor, y no tengas en cuenta nuestros pecados
Habla Tú, Señor, y ten misericordia de nosotros
Habla Tú, Señor, y como al buen ladrón
deja que, ahora más que nunca,
no nos olvides al dejar este mundo desagradecido.
Amén