“Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de
él”
Jn 8, 31-42
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SÓLO JESÚS, EL HIJO, NOS REVELA LO QUE ES LA VERDADERA LIBERTAD
Cuando el Señor ya no es una idea abstracta, sino que se ha convertido en vida de nuestra
vida, entonces se experimenta la libertad cristiana. ¿Es por ello la vida más fácil? Ni hablar.
Como esencia de esa pertenencia a Cristo, en relación personal con él en la fe y el amor,
aparecen exigencias hasta entonces insospechadas, que crean nuevos vínculos, pero no
esclavizan, sino más bien dilatan el corazón para correr por el camino de los divinos
mandamientos.
Nos llamamos cristianos, como los judíos se vanagloriaban de ser hijos de Abrahán, por ser
fieles a ciertas observancias. Pero esto no basta para hacer de nosotros hijos de Dios, hijos de
la Iglesia. Ser hijos significa ante todo ser libres. Sólo Jesús, el Hijo, nos revela lo que es la
verdadera libertad: una total renuncia a sí mismos para afirmar al Otro, a los otros. El pecado,
por el contrario, es el polo opuesto: todo lo refiere a uno mismo y a poner el propio yo como
centro del universo. Esta es la esclavitud de la que nos habla Jesús. Se puede ser esclavos y
querer seguir siéndolo aunque se tengan siempre en la boca las palabras libertad y liberación.
Y es que no podemos liberarnos solos, sino que es preciso ser liberados. Esto acontece
cuando abrimos el corazón a la Palabra -presencia de Cristo en nosotros- y a su poder
salvador. El puede convertirnos apartándonos de la idolatría y de nosotros mismos para
guiarnos a la libertad del amor.
ORACION
Señor Jesús, tú sabes cuánto nos gusta no perder nuestra libertad, pero conoces también
cómo la malgastamos tontamente, sin darnos cuenta, plegándonos a los ídolos de moda.
Ten piedad de nosotros. Haznos comprender que sólo tú puedes y quieres arrancarnos de toda
esclavitud, con el don de tu Palabra de salvación, que nos hace habitar en ti. Suelta las
cadenas de los compromisos y pecados del egoísmo que nos ata.
Que tu cuerpo despedazado y tu sangre derramada, precio de nuestra libertad, sean para
nosotros prenda y fuente de una vida continuamente renovada por el amor, dilatada en don
incansable de nosotros mismos a ti y a los hermanos. Haz que comencemos a gustar el gozo
de aquella libertad que llegará a su plenitud cuando tú, libertad infinita, seas todo en todos.