EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes Santo: Celebración de la Pasión del Señor
Libro de Isaías 52,13-15.53,1-12.
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande.
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan
desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la
de un ser humano,
así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca
habían oído.
¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor?
El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra
árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que
pudiera agradarnos.
Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al
sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo
tuvimos por nada.
Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencia, y
nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado.
El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El
castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el
Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros.
Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero
llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su
boca.
Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque
fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi
pueblo.
Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no
había cometido violencia ni había engaño en su boca.
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de
reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se
cumplirá por medio de él.
A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor
justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los
poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables,
siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.
Salmo 31(30),2.6.12-13.15-16.17.25.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!
Líbrame, por tu justicia
Yo pongo mi vida en tus manos:
tú me rescatarás, Señor, Dios fiel.
Soy la burla de todos mis enemigos
y la irrisión de mis propios vecinos;
para mis amigos soy motivo de espanto,
los que me ven por la calle huyen de mí.
Como un muerto, he caído en el olvido,
me he convertido en una cosa inútil.
Pero yo confío en ti, Señor,
y te digo: "Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos".
Líbrame del poder de mis enemigos
y de aquellos que me persiguen.
Que brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu misericordia;
Sean fuertes y valerosos,
todos los que esperan en el Señor.
Carta a los Hebreos 4,14-16.5,7-9.
Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que
penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a
excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener
misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas,
a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión.
Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué
significa obedecer.
De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para
todos los que le obedecen,
Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42.
Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente
Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían
allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias
designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas
y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién
buscan?".
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo
entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se
vayan".
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los
que me confiaste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo
Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me
ha dado el Padre?".
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de
Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel
año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre
muera por el pueblo".
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este
discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del
Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era
conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese
hombre?". El le respondió: "No lo soy".
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido
porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la
sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en
secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos
saben bien lo que he dicho".
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada,
diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?".
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado
bien, ¿por qué me pegas?".
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No
eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy".
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había
cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?".
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos
no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida
de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este
hombre?". Ellos respondieron:
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado".
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los
judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie".
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de
los judíos?".
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?".
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te
han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?".
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este
mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera
entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí".
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey.
Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que
es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde
estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para
condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en
ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?".
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un
bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo
revistieron con un manto rojo,
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no
encuentro en él ningún motivo de condena".
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí
tienen al hombre!".
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en
él ningún motivo para condenarlo".
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir
porque él pretende ser Hijo de Dios".
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús
no le respondió nada.
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte
y también para crucificarte?".
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras
recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado
más grave".
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
"Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al
César".
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar
llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata".
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los
judíos: "Aquí tienen a su rey".
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a
crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que
el César".
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado
"del Cráneo", en hebreo "Gólgota".
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la
hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado
quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los
judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'.
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está".
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las
dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como
no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca".
Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi
túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer
de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
"Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el
discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se
cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a
una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la
cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera
quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no
quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados
con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó
sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la
verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno
de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente,
por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús.
Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y
trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la
mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la
que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca,
pusieron allí a Jesús.
Comentario del Evangelio por
Salviano de Marsella (v. 400-v. 480), sacerdote
El gobierno de Dios, p. 269
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que ama (Jn
15,13)
El amor de Dios por nosotros es mucho más grande que el de un padre. Lo
prueban estas palabras del Salvador en el Evangelio: "Dios amó tanto al mundo que
entregó a su Hijo único para salvación del mundo" (Jn 3,16). Y el apóstol Pablo dice
también: "Dios no libró a su Hijo, sino que le entregó por todos nosotros. ¿Cómo no
nos dio, con él, todas las cosas?" (Rm 8,32) Porque Dios nos quiere más que un
padre ama a su hijo.
Es evidente que Dios nos ama más allá del afecto paternal, él que, por nosotros, no
libró su Hijo – y ¡qué Hijo! Este Hijo justo, este Hijo único, este Hijo que es Dios.
¿Podemos decir más? ¡Sí! Por nosotros, es decir por los impíos, por los culpables,
no lo libró...
Por eso el apóstol Pablo, para significarnos, en cierta medida, la inmensidad
de la misericordia de Dios, se expresa así: "Cuando nosotros estábamos aún sin
fuerza, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los impíos – ciertamente apenas
habrá quién muera por un justo" (Rm 5,6-7). Ciertamente, en este pasaje se nos
muestra el amor de Dios. Porque si nosotros apenas moriríamos por alguien justo,
Cristo nos demostró que era mejor, muriendo por nosotros que somos culpables.
¿Pero por qué actuó así el Señor?
El apóstol Pablo nos lo enseña cuando dice: "Dios nos demostró su amor en
que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros, ¡Con cuánta
más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del
castigo!» (Rm 5, 8-9)
La prueba que nos da, es que murió por los culpables: beneficio más preciado
cuando se concede a indignos... Porque si se lo hubiera concedido a santos y a
hombres de mérito, no habría mostrado que era el que da, lo que no se debería
dar, pero se habría mostrado como el que sólo devuelve lo que se debe. ¿Qué le
devolveremos pues por todo esto?
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”