DOMINGO DE RAMOS. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 11, 1-10
Cuando se acercaban a Jerusalén, a la altura de Betfagé y Betania, junto al
monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos 2 con este encargo:
–Id a la aldea de enfrente. Al entrar en ella, encontraréis en seguida un
borrico atado, sobre el que nadie ha montado todavía. Soltadlo y traedlo. 3
Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, le decís que el Señor lo necesita
y que en seguida lo devolverá. 4
Los discípulos fueron, encontraron un borrico atado junto a la puerta, fuera,
en la calle, y lo soltaron. 5 Algunos de los que estaban allí les preguntaron:
–¿Por qué desatáis el borrico? 6
Los discípulos les contestaron como les había dicho Jesús, y ellos se lo
permitieron. 7 Llevaron el borrico, echaron encima sus mantos, y Jesús
montó sobre él. 8 Muchos tendieron sus mantos por el camino y otros
hacían lo mismo con ramas que cortaban en el campo. 9 Los que iban
delante y detrás gritaban:
¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino
que viene, el de nuestro padre David! ¡ Hosanna en las alturas!
Domingo 5 de Abril del 2009. Mc. 15, 1-39
Muy de madrugada, se reunieron a deliberar los jefes de los sacerdotes,
junto con los ancianos, los maestros de la ley y todo el Consejo de
Ancianos; luego llevaron a Jesús atado y se lo entregaron a Pilatos. Pilatos
le preguntó:
–¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
–Tú lo dices.
Los jefes de los sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilatos lo
interrogó de nuevo diciendo:
–¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan. Pero Jesús no
respondió nada más, de modo que Pilatos se quedó extrañado. Por la fiesta
les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Tenía encarcelado a
un tal Barrabás con los sediciosos que habían cometido un asesinato en un
motín. Cuando llegó la gente, comenzó a pedir lo que les solía conceder.
Pilatos les dijo:
–¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
Pues sabía que los jefes de los sacerdotes habían entregado a Jesús por
envidia. Los jefes de los sacerdotes azuzaron a la gente para que les soltase
a Barrabás. Pilatos les preguntó otra vez:
–¿Y qué queréis que haga con el que llamáis rey de los judíos?
Ellos gritaron:
–¡Crucifícalo!
Pilatos les replicó:
–Pues ¿qué ha hecho de malo?.
Pero ellos gritaron todavía más fuerte:
–¡Crucifícalo!.
Pilatos entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y
entregó a Jesús para que lo azotaran y, después, lo crucificaran. Los
soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a
toda la tropa. Lo vistieron con un manto de púrpura y, trenzando una
corona de espinas, se la ciñeron. Después comenzaron a saludarlo,
diciendo:
–¡Salve, rey de los judíos!
Lo golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de
rodillas, le rendían homenaje. Tras burlarse de él, le quitaron el manto de
púrpura, lo vistieron con sus ropas y lo sacaron para crucificarlo.
Por el camino encontraron a un tal Simón, natural de Cirene, el padre de
Alejandro y de Rufo, que venía del campo, y le obligaron a llevar la cruz de
Jesús. Condujeron a Jesús hasta el Gólgota, que quiere decir lugar de la
Calavera. Le daban vino mezclado con mirra, pero él no lo aceptó. Después
lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes , para ver
qué se llevaba cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo
crucificaron. Había un letrero en el que estaba escrita la causa de su
condena: «El rey de los judíos». Con Jesús crucificaron a dos ladrones, uno
a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban por allí lo insultaban,
meneando la cabeza y diciendo:
–¡Eh, tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días! ¡Sálvate a ti
mismo, bajando de la cruz! Y lo mismo hacían los jefes de los sacerdotes y
los maestros de la ley, que se burlaban de él diciendo:
–¡A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse! ¡El Mesías! ¡El rey de
Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!
Hasta los que habían sido crucificados junto con él lo injuriaban. Al llegar el
mediodía, toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Y a eso
de las tres gritó Jesús con fuerte voz:
Eloí, Eloí, ¿lemá sabaktaní? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? .
Algunos de los presentes decían al oírle:
–Mira, llama a Elías.
Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola en una
caña, le ofrecía de beber, diciendo:
–Vamos a ver si viene Elías a descolgarlo.
Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. La cortina del templo se rasgó
en dos de arriba abajo. Y el centurión que estaba frente a Jesús, al ver que
había expirado de aquella manera, dijo:
–Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
CUENTO: POEMA DE LA CRUZ (León Felipe)
Hazme una cruz sencilla, carpintero...
sin añadidos ni ornamentos...
que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...hazme una cruz sencilla, carpintero.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Llegamos a la etapa final de la Cuaresma. Comienza este domingo la
Semana Santa, la más Santa de las semanas. Y lo hacemos acompañando a
Jesús entrando triunfante en Jerusalén, aclamándole con nuestras palmas y
ramos en el camino hacia la cruz. Por eso este domingo se leen dos
evangelios: el de la entrada en Jerusalén y el de la Pasión de san Marcos en
este caso, por ser el evangelista del ciclo B.
¿Por qué quiso Jesús entrar de esa manera en Jerusalén sabiendo que eso
sería la gota que colmaba el vaso en su enfrentamientos con los judíos?.
¿Quiso darse Jesús un baño de multitudes antes de morir? ¿O simplemente
quiso dejar bien claro quién era El, no un Mesías político-militar, que
hubiera tenido que entrar en la ciudad en elegante corcel, sino un Mesías
humilde, montando en un sencillo asno prestado?. Es muy posible el que
puedo judío que ese día le aclamó lo hiciera en este sentido de espera del
Mesías, peor quizá más político que espiritual. Lo cierto es que en sus
aclamaciones el evangelista, por boca del pueblo, proclama a Jesús como
Hijo de David, el Mesías Esperado, y se le vitorea como a Dios mismo.
También el mismo evangelista concluirá su evangelio de la Pasión poniendo
en boca del centurión el reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios.
Sea lo que sea, lo cierto es que Jesús decide entregarse voluntariamente a
la muerte, sabiendo que ya había llegado su hora, y lo hace sin esconderse,
públicamente. Ya no hay nada que esconder. Cristo asume las
consecuencias de su mensaje sobre el Reino de Dios, que entra en conflicto
con las autoridades políticas y religiosas de su época. ¡Qué impresionante
testimonio el de Jesús de coherencia, de valentía, de entrega a la Voluntad
del Padre!. Y qué lejos estamos nosotros de esta coherencia muchas veces.
Porque queremos un cristianismo adaptado, que no nos moleste demasiado,
a nuestra cómoda manera, sin cruz, con triunfalismo, con parabienes.
¿Estamos dispuestos a seguir a Jesús hasta la cruz? ¿O nos queremos
quedar sólo en el momento de las aclamaciones y el triunfo? Nos cuesta la
cruz, a mí el primero. Queremos eludirla y cargarla de adornos para que no
nos sea tan dura. No queremos esa cruz sencilla y humilde de la que nos
habla el poeta. La queremos cambiar, la queremos recortar, la queremos
evitar. Pero la cruz es el camino para llegar a la Resurrección, para
atravesar el paso a la felicidad verdadera. Sin cruz, sin entrega, sin
coherencia, sin sacrificio generoso de amor, no hay verdadera vida, no hay
renacer a una vida mejor, eso que llamamos la resurrección, y que empieza
ya en esta vida. Porque la cruz no es un ejercicio de masoquismo, sino una
muestra infinita de amor. La cruz es el recuerdo permanente del amor
misericordioso de nuestro Dios.
Semana Santa. Para muchos, semana de vacaciones, de sol, playa, familia,
amigos, diversión, descanso. Todo menos espíritu religioso. También a
nosotros que nos llamamos cristianos también se nos pega algo de esto. Y
muchos dejan de participar en la comunidad cristiana que celebra estos días
los momentos más importantes de la fe: la Muerte y Resurrección de Cristo.
No digo que no se salga de vacaciones o no que no se descanse o se esté
más tiempo con la familia. Todo eso es bueno y necesario. Pero a la vez
podemos programarnos para vivir estos días también desde el espíritu de la
fe, contemplando a Cristo camino del Calvario, dejándonos el maravilloso
Mandamiento del Amor y la Eucaristía, llevándonos a mirarlo crucificado por
amor y por nosotros, haciéndose solidario con todos los crucificados de la
tierra de ayer y de hoy, abriendo el sepulcro de los miedos y de la muerte,
para sacarnos a la luz de la resurrección, enviándonos como testigos de la
vida, del amor, de la paz, de la alegría.
Deseo en verdad para mí y para todos vosotros una SEMANA SANTA QUE
SEA EN VERDAD UNA SANTA SEMANA DONDE EL AMOR SEA EL CENTRO DE
NUESTRA VIDA.