EL DOMINGO DE PASCUA B
(Marcos 16:1-7)
Era duro para el viudo. Por más que cincuenta años estaba casado con su esposa.
Entonces una tarde ella tuvo infarto y dentro de horas murió. Por un tiempo el
hombre fue a su fosa casi todos los días. Quería estar cerca a su amada. Así
encontramos las mujeres en el evangelio.
María Magdalena, María (la madre de Santiago), y Salomé traen perfumes al
sepulcro de Jesús. Quieren ungirlo según la costumbre judía. Era su maestro, su
amigo, y su compañero antes de que fuera injustamente ejecutado. Ya piensan que
sólo les queda esta muestra de respeto. También nosotros buscamos a Jesús.
Porque él murió para rescatarnos del pecado, creemos que merece nuestra
atención.
Sin embargo, nos paramos en la tarea. Como las mujeres se dan cuenta de la
piedra grande cubriendo la tumba, los obstáculos a la adoración asoman en nuestra
mente. Tenemos varias responsabilidades – preparar la comida, cuidar a los niños,
contestar correo en la computadora. Además, estamos cansados y ya televisan el
torneo “Masters”. Otra cosa es que comenzamos a dudar la necesidad del rescate.
Sí, somos pecadores – nos decimos a nosotros - pero del tipo ligero que sólo
necesita buen consejo de vez en cuando y no la entrega de vida. Decidimos que si
vamos al templo, no quedaremos un largo tiempo.
Una vez dentro del sepulcro las mujeres no ven el cuerpo de Jesús. Es que lo
buscan donde no está. Es nuestro predicamento también. Algunos de nosotros lo
esperan en la escrupulosidad como si fuera un juez severo que cuenta cada
pensamiento que corre en la miente como pecado. Otros lo buscan en lo opuesto, la
vida placentera, como si fuera un epicúreo que disfruta viajes en barcos de crucero
y carros de lujo. Otros lo buscan en el éxito humano como si pudiera ser
encontrado a donde haya grandes números de gente y cantidades de dinero. A
todas estas búsquedas el joven nos dice a nosotros tanto como a las mujeres: “…no
está aquí; ha resucitado”.
“…ha resucitado”. Entendemos las palabras, pero ¿realmente qué significan?
Indican un misterio que nosotros también debemos penetrar. Jesús ha vuelto a
vivir, pero no como Lázaro que ha de morir de nuevo. No, vive ya para siempre
libre de enfermedad, tentación, y muerte. En algún modo es como el carbono que
se transforma bajo la presión y temperatura masiva en diamante. La verdad ya se
nos hace clara. Si vamos a realizar esta transformación, tendremos que
entregarnos totalmente como Jesús. Aunque somos “buena gente” que trabajan
duro para ganar plata por la familia, no mereceremos la resurrección de la muerte.
Tendremos que soportar el dolor y aun la muerte si es necesario para alcanzar la
vida eterna.
Por lo tanto, la resurrección de Jesús no nos quita la responsabilidad sino nos la
incumbe. Como el joven envía a las mujeres a anunciar la resurrección a los
discípulos, nosotros somos enviados a nuestras familias y comunidades. No es
suficiente que les hablemos palabras piadosas -- “Dios te ama” y “Que Dios te
bendiga”. Para comprobarnos sinceros, tenemos que mostrarles la coherencia entre
nuestro compromiso a Jesús y su compasión para todos. Tenemos que actuar como
los cursillistas visitando una prisión cuarenta millas de la ciudad cada ocho días sin
faltar casi una vez en varios años.
Sí, nos cuesta ser comprometidos. Sería imposible si no tuviéramos el apoyo. Pero
el joven dice a las mujeres que Jesús va delante de los discípulos a Galilea.
También va a acompañar a nosotros en nuestro servicio. No sólo nos ayuda sino
también nos hace felices. Él es como nuestro mejor amigo con quien podemos
contar para prestarnos una mano cuando nos encontramos en necesidad y darnos
una palmadita en la espalda cuando sentimos decepcionados.
“…ha resucitado”. Se puede decirlo de un enfermo que se levanta de su cama de
dolor o de un joven que se despierta de la decepción. Que se lo diga de nosotros
por comprometernos a ser mejores amigos a todos. Pero sobre todo se lo dice de
Jesús que brilla hoy como un diamante entre la gente. Por haber soportado la
muerte para rescatarnos del pecado, Jesús brilla como un diamante.
Padre Carmelo Mele, O.P.