Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Tenían prisa
Cuando una persona corre pueden estar sucediendo varias cosas: lo más probable es que
esté llegando tarde a una cita o que la esté dejando el autobús o el avión. También se corre
para escapar de algún peligro, basta ver cómo la gente sale despavorida en las
manifestaciones cuando la policía dispara las bombas de gas lacrimógeno. ¡Cómo no
recordar cuando el ángel le dijo en sueos a san José: “Toma al Nio y a su madre y huye a
Egipto porque Herodes lo busca para matarlo” (Mt. 2,13). Esa misma noche escaparon.
Encuentro un tercer motivo para andar de prisa y es cuando sucede algo muy bueno, ya se
trate de una excelente noticia que nos pica la lengua si no la comunicamos o de una
maravillosa oportunidad. Si los almacenes El Éxito sacan un desplegado informando que
sólo por hoy ofrecen 80% de descuento en todos sus productos, ya nos vemos salir
disparados antes de que se agoten las mercancías.
El domingo de resurrección parece el domingo de las prisas, porque todos corren. María
Magdalena sale de madrugada a visitar el sepulcro. Al ver que la piedra del monumento
estaba removida y que el cuerpo de Jesús había desaparecido, vuela a comunicárselo a
Pedro y a Juan. Sin deliberar, éstos a su vez, corren para cerciorarse del hecho. Cuando
Juan vio los lienzos puestos en el suelo y el sudario doblado en un sitio aparte, entendió lo
que Jesús les había dicho que resucitaría al tercer día y entonces vio y creyó.
Los dos discípulos que, decepcionados y cabizbajos, iban a Emaús, distante de Jerusalén
once kilómetros, cuando se encuentran con Cristo resucitado, vuelven esa misma noche
para comunicar la noticia a los apóstoles.
¿Por qué corren? Corren porque están felices. Pasaron de la pena de haber perdido al
Maestro, al gozo de haberlo recuperado. Todo indicaba que el mal y la injusticia se habían
vuelto a salir con las suyas, pero no fue así. La decepción se torna en esperanza. En la
resurrección de Cristo encontramos un motivo profundo de alegría pues autentifica el
misterio de la Encarnacin del Verbo de Dios. “Si Cristo no resucit, vana es nuestra fe” (I
Cor. 15,17).
La resurrección es la clave de interpretación de la historia y la garantía de nuestras
esperanzas. ¿Por qué seguimos buscando entre los muertos al que vive? (Lc. 24,5). Que
venga Handel y entone el Aleluya, Wagner con el Coro de los Peregrinos, Verdi con la
marcha triunfal pues hay motivo para festejar. El motivo profundo de nuestra alegría está
en saber que las cadenas de la muerte han sido rotas y que la respuesta al problema de la
muerte ha sido superada en Cristo, nuestro salvador.
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