SEMANA SANTA/SEMANA DE PASION
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Comenzamos las celebraciones de la Pascua con la gran Vigilia, sigue la
cincuentena o siete semanas hasta Pentecostés. La resurrección de Cristo Jesús es
la máxima celebración del año litúrgico, misterio que conmemoramos cada domingo
en la Eucaristía semanal, también denominada la Pascua semanal. La resurrección
de Cristo, es el misterio central de nuestra fe cristiana, fuente de nuestra fe y
esperanza. Realidad cumbre en la vida de Jesucristo y de la economía de la
salvación, de la que brota la vida nueva para ÉL a la diestra del Padre y para
nosotros sus discípulos. Es claro que la resurrección no es un dato que podamos
comprobar por método científico alguno, es un dato que está más allá de la
historia. Es un misterio de fe, obra de Dios Padre, que nosotros recibimos por la
predicación apostólica. Es el testimonio de los apóstoles en que se fundamenta la
Iglesia para predicar la resurrección de Jesucristo. Testimonio de vida, es más,
sellado con su propia existencia y muerte; a lo que se une el testimonio de la
Escritura y los profetas. La realidad de la resurrección y la fe en ella, no es algo
ilusorio, sino que basado en el testimonio de los apóstoles, que vieron a Jesucristo,
vivo después de su muerte en cruz. Murió por los pecados de los hombres y
resucitó por nuestra salvación, enseñará el kerigma primitivo (cfr. Rm. 4, 25). Su
testimonio es fidedigno, plenamente creíble: creemos en Cristo Jesús, como Señor
de la historia humana y Juez de vivos y muertos, dador de vida a quienes creen en
ÉL. “¡Dichosos los que no han visto y han creído!” (Jn. 20, 29), ense Jesús. El
fundamento último de la resurrección son los relatos evangélicos donde
encontramos datos imprescindibles: el sepulcro vacío, el mensaje de los ángeles
revelándoles el misterio de la resurrección a los testigos de primera hora: las
mujeres. Un segundo dato son las apariciones del Resucitado, que vienen a
confirmar lo anterior. Finalmente el don del Espíritu, que unida a la tarea
evangelizadora, les comunica Jesús a los apóstoles. Si bien el sepulcro vacío y el
mensaje de los ángeles, centra la atención de la liturgia de la vigilia y del día de
Pascua, será la propia experiencia del resucitado, visión y comunión vital con Jesús
vivo al que vieron repetidas veces, resultará decisivo a la hora de creer en ÉL. Al
mismo que habían visto morir, ahora lo contemplan vivo para siempre y presente
entre ellos. Sus apariciones confirman la palabra de los ángeles y proporciona la
razón que explica el sepulcro vacío. Esta solemnidad nos llena de gozo y la
proclamamos a todos los hombres para que tengan vida. Nuestra vida de
resucitados con ÉL, es para buscar los bienes definitivos allá donde está Cristo,
barriendo la vieja levadura del pecado y ser así masa nueva, criaturas nuevas.
Lecturas:
a.- Hch. 10, 34. 37-43: Nosotros somos testigos.
El discurso de Pedro, con motivo de la conversión de Cornelio, es un resumen de la
vida y obra de Jesucristo en medio del pueblo de Israel, siendo ellos testigos
oculares de primera importancia. Se presentan todos los elementos del kerigma
cristiano. El evangelio no es sólo la Palabra, sino que también es espacio, es decir,
los lugares donde comenzó Jesús la predicación, citando regiones como Galilea,
Judea y finalmente Jerusalén. Encontramos en el kerigma: la unción de Jesús, por
el Espíritu Santo (v. 38; cfr. Is. 61,12), dato fundamental de la cristología de Lucas,
Dios estaba con ÉL (v. 38); pasó haciendo el bien (v. 38), un aspecto de la vida de
Cristo, donde ejerce su misericordia con los más débiles. Finalmente, recuerda su
muerte y resurrección, lo colgaron de un madero, lo mataron (v.39), pero Dios
Padre lo resucitó al tercer día (v. 40), y se apareció a sus discípulos, testigos
cualificados. Escogidos por el Padre y el Hijo, no sólo para contemplarlo vivo, sino
para predicar en su Nombre la salvación (cfr. Hch. 9,15; 13,2). El anuncio de la
resurrección en boca de Pedro es toda una confesión de fe, lo mismo que hace
Pablo, en Corinto (cfr. 1Cor.15, 5), sin olvidar, que ahora Jesucristo, es Señor y
Juez de vivos y muertos, dato teológico que pertenece al kerigma apostólico. Hay
que darle importancia a las varias veces que Pedro, pone en evidencia que él y los
otros apstoles, fueron testigo de todo el kerigma que anuncian: “y nosotros somos
testigos de lo que hizo en la regin de lo los judíos y Jerusalén” (v.39); “a los
testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos
con él después de la resurreccin” (v. 41); “y nos mand que predicásemos al
Pueblo” (v. 42). El núcleo de la predicacin apostlica, será lo que hizo y dijo Jesús,
lo anunciado por los profetas y la eficacia de esa palabra en la vida de los hombres,
presencia viva de Dios, Cristo resucitado, en medio de los hombres. Fruto de la
predicación apostólica y del anuncio profético, es la noticia que todo el que cree en
Jesucristo, obtiene el perdón de los pecados. Se cumple en la predicación de los
discípulos, la palabra de los profetas, acerca del Mesías y del que ahora es Señor de
vivos y muertos. Su perdón de los pecados llega a toda la humanidad, y no solo al
pueblo judío escogido, que ahora está en paz con los gentiles, por la cruz de Cristo
y su sacrificio salvador. La fe de los discípulos en la resurrección, se basa en el
encuentro personal que tuvieron con ÉL, después de su muerte. Los que no lo
vieron, se fiaban del testimonio de fe de tan insignes testigos, como nosotros lo
hacemos hoy. La Iglesia, cree desde el testimonio de los apóstoles. Fe y testimonio,
son una norma para la Iglesia, en lo que se debe creer y nos fiamos del testimonio,
en la credibilidad de los apóstoles que afirman: Jesucristo Resucitó. Hay un hecho
que narran los cuatro evangelistas, antes de las apariciones del resucitado: el
sepulcro vacío. Cada evangelista da su visión al respecto, pero el encuentro con
Jesús, hace que el tema del sepulcro vacío pase a un segundo plano.
b.- Col. 3, 1-4: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo.
El apóstol Pablo, comienza la parte moral de la carta, en que hace aplicación de la
doctrina aplicada a la vida cotidiana. Recuerda a los colosenses su nuevo estado de
resucitados con Cristo, que les exige vivir para el cielo (vv.1-4), despojándose cada
día más del hombre viejo, y revistiéndose del hombre nuevo, que es Cristo
resucitado (vv. 5-17). El apóstol parte del principio (vv.1-4) de que el cristiano,
muerto y resucitado místicamente con Cristo en el bautismo (cfr. Col. 2:12; Ef.
2:6), ha roto sus vínculos con el mundo y con sus doctrinas religiosas, habiendo
entrado en una vida nueva, la vida de la gracia, vida que posee ya realmente, pero
que no se manifestará de modo pleno hasta después de la parusía, cuando todos
los miembros del cuerpo de Cristo seamos asociados públicamente a su triunfo
glorioso. Este nuevo estado, pide que nuestros pensamientos no estén puestos en
las “cosas de la tierra,” sino en “las del cielo,” como corredores que piensan
únicamente en la meta, a la que dirigen todos sus pensamientos. Se refiere a que si
bien, estamos en el mundo no somos del mundo, porque no compartimos ni las
políticas, ni las modas de pensamiento, que se oponen al Evangelio, pero que en
definitiva se vuelven en contra del propio hombre que las propicia, lo vacían de
contenido moral, quedándose, como sucede hoy, con el hombre económico y
digitalizado, informático, pero carente absolutamente de humanidad. Es este
pensamiento del cielo, vida eterna, vida verdadera, el que debe constituir la regla
de nuestra conducta, subordinando todo al progreso de esa nueva vida, cuya plena
manifestación esperamos alcanzar en Cristo resucitado (cf. Rm. 8,14-25).
c.- Jn. 20,1-9: Cristo había de resucitar de entre los muertos.
El cuarto evangelio, contempla a María Magdalena que va al sepulcro sola y no
encuentra el sepulcro como lo había dejado el viernes, queda angustiada. Luego
aparece Juan en el sitio, más tarde Pedro, dejando en claro que la actitud decisiva
no es la de Pedro, sino la de Juan. Ve las telas, el sudario…Juan vio y crey, luego
de contemplar el sepulcro vacío donde había sido puesto Jesús. Quiere decir, que el
primero que creyó en la resurrección no fue la Magdalena ni Pedro, sino que el
primero en creer en la resurrección de Cristo, fuel el discípulo amado, es decir, Juan
apóstol. El autor del cuarto evangelio, piensa en sus lectores, cristianos y
cristianas, que no habían tenido un encuentro personal con Jesucristo, como los
testigos de las apariciones del resucitado. ¿Cómo podían estar seguros de la
resurrección, sino es desde la fe? No era necesario ese tipo de pruebas, les abre el
único camino para aceptar la resurrección, el camino de la fe. ÉL mismo ha creído
sin haber visto, sin haber tenido hasta ahora, un encuentro personal; le bastan los
indicios, el sepulcro vacío. ¿Es la intención de Juan, presentarse a sus lectores
como modelo de creyente a quienes anuncie él, y los demás apóstoles, la
resurrección de Cristo, anuncio hecho de parte de testigos insignes? La referencia a
las Escrituras (v. 9) y a la novedad de esta realidad de la resurrección, hace pensar
en la reflexión, la comprensión, por parte de la comunidad, de este acontecimiento
de fe. No habían comprendido, hasta ahora, desde el AT, que Jesús debía resucitar
de entre los muertos. Escrutadas las Escrituras, viene la reflexión cristiana donde
descubren la profundidad del misterio de la resurrección de Cristo Jesús. Esta
reflexión si bien vino mucho mas tarde, la fe en la resurrección estuvo siempre
presente. Habría que pensar que el “vio y crey”, del autor del cuarto evangelio
tuvo su tiempo de maceración en la fe, desde el alba del domingo, hasta que
escribe su evangelio, pero lo indiscutible es, que la luz brilló esa mañana y la nueva
creación, abrió el camino de la unión con Dios. Felices Pascuas de Resurrección a
todos los cristianos. Aleluya, aleluya ¡¡¡Cristo ha resucitado!!! Aleluya, aleluya.