EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Miércoles de la Octava de Pascua
Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10.
En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde.
Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la
puerta del Templo llamada "la Hermosa", para pedir limosna a los que entraban.
Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos".
El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo.
Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de
Jesucristo de Nazaret, levántate y camina".
Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los
pies y los tobillos.
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el
Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.
Toda la gente lo vio camina y alabar a Dios.
Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo
llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le
había sucedido.
Salmo 105(104),1-2.3-4.6-7.8-9.
¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!
¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro;
Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos.
El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac:
Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús,
situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con
ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el
semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en
Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno,
que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el
pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser
condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van
tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado:
ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido
unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres
habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo
que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su
gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en
todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir
adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se
acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo
dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había
desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino
y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
Comentario del Evangelio por
San León Magno (?-v. 461), papa y doctor de la Iglesia
1er sermón para la Ascensión; SC 74 bis
«Entonces sus ojos se abrieron»
Los días que transcurren entre la Resurrección del Señor y su Ascensión no
pasaron infructuosamente, sino que en ellos recibieron su confirmación grandes
misterios y se nos revelaron grandes verdades. En estos días se nos arranca el
temor a la muerte y la inmortalidad y no solo del alma, sino también del cuerpo, se
nos revela...
En estos días, el Señor se junta y acompaña a dos discípulos que iban de
camino; y para disipar en nosotros toda tiniebla de duda, reprende la tardanza en
creer de estos hombres asustadizos y amedrentados. Sus corazones iluminados
reciben la llama de la fe, estaban tibios, y al explicarles el Señor las Escrituras, se
vuelven fervorosos. Asimismo se les abren los ojos al sentarse a la mesa y partir el
Señor el pan. Mucho más dichosos fueron los ojos de estos, pudiendo contemplar la
glorificación de la naturaleza humana del Salvador, que los de nuestros primeros
padres, cuyos ojos se abrieron ante la confusión de su propio pecado (Gn 3,7).
En medio de estos y otros milagros, como los discípulos temblaban
sobrecogidos del temor, el Señor se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz
sea con vosotros» (Lc 24, 36; Jn 20,26). Para alejar de sus pensamientos la duda...
el Salvador demuestra la falsedad de tales cavilaciones mostrándoles las señales de
la crucifixión sobre sus manos y pies... Y así pudiera creerse, no con fe dudosa, sino
a ciencia cierta, que la misma naturaleza que estuvo en el sepulcro había de
sentarse juntamente con Dios Padre en su trono. Durante todo este tiempo que
transcurre entre la resurrección del Señor y su Ascensión, oh amadísimos, esto es
lo procuró la providencia de Dios, esto lo que enseñó y metió en los ojos y
corazones de los suyos, para que reconociesen por verdaderamente resucitado al
Señor Jesucristo, que era el mismo que había nacido, padecido y muerto.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”