“El debía resucitar de entre los muertos”
Jn 20, 1-9
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“MI ALEGRÍA, CRISTO, HA RESUCITADO.”
“Mi Alegría, Cristo, ha Resucitado.” Con estas palabras solía saludar san Serafín de Sarov a
quienes le visitaban. Con ello se convertía en mensajero de la alegría pascual en todo
tiempo. En el día de pascua, y a través del relato evangélico, el anuncio de la resurrección
se dirige a todos los hombres por los mismos ángeles y, después de ellos, por las piadosas
mujeres a la vuelta del sepulcro, por los apóstoles y por los cristianos de las generaciones
pasadas, ahora vivas para siempre en El que vive. Sus palabras son una invitación, casi
una provocación. Esas palabras hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros la
pregunta fundamental de la vida: ¿quién es Jesús para ti? Ahora bien, esta pregunta se
quedaría para siempre como una herida dolorosamente abierta si no indicara al mismo
tiempo el camino para encontrar la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al
Autor de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas de los libros de historia o en las
palabras de quienes lo describen como uno de tantos maestros de sabiduría de la
humanidad. El mismo, libre ya de las cadenas de la muerte, viene a nuestro encuentro; a lo
largo del camino de la vida se nos concede encontrarnos con él, que no desdeña hacerse
peregrino con el hombre peregrino, o mendigo, o simple hortelano. El, el Inaprensible, el
totalmente Otro, se deja encontrar en su Iglesia, enviada a llevar la buena noticia de la
resurrección hasta los confines de la tierra.
En consecuencia, sólo hay una cuestión importante de verdad: ponernos en camino al alba,
no demoramos más, encadenados como estamos por los prejuicios y los temores, sino
vencer las tinieblas de la duda con la esperanza. ¿Por qué no habría de suceder todavía
hoy que encontráramos al Señor vivo? Más aún, es cierto que puede suceder. El modo y el
lugar serán diferentes, personalísimos para cada uno de nosotros. El resultado de este
acontecimiento, en cambio, será único: la transformación radical de la persona.
¿Encuentras a un hermano que no siente vergüenza de saludarte diciendo: «Mi alegría,
Cristo ha resucitado»? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo.
¿Encuentras a alguien entregado por completo a los hermanos y absolutamente dedicado a
las cosas del cielo? Pues bien, puedes estar seguro de que ha encontrado a Cristo... Sigue
sus pasos, espía su secreto y llegará también para ti esa hora tan deseada.
ORACION
Haz, Señor, que también nosotros nos sintamos llamados, vistos, conocidos por ti, que eres
el Presente, y podamos descubrir así el valor único de nuestra vida en medio de la inmensa
multitud de las otras criaturas.
Danos un corazón humilde, abierto y disponible, para poder encontrarte y permitir que nos
marques con tu sello divino, que es como una herida profunda, como un dolor y una alegría
sin nombre: la certeza de estar hechos para ti, de pertenecerte y de no poder desear otra
cosa que la comunión de vida contigo, nuestro único Señor.
A ti queremos acercarnos en esta mañana de pascua, con los pies desnudos de la
esperanza, para tocarte con la mano vacía de la pobreza, para mirarte con los ojos puros
del amor y escucharte con los oídos abiertos de la fe. Y mientras, angustiados, vamos hacia
ti, invocamos tu nombre, que resuena como música y como canto en lo más íntimo de
nuestro corazón, donde el Espíritu, con gemidos inefables, llora nuestro dolor y con dulzura
y vigor nos envía por los caminos del amor.