EL SEGUNDO DOMINGO DE LA PASCUA B
(Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)
Para algunos era asunto privado. Para otros tocaba el bien público en el mero corazón. Por
eso, cuando el juez Ken Starr buscaba evidencia en contra del presidente Bill Clinton, tuvo
que hallar algo más convincente que el testimonio de testigos. En encontrar el DNA de
Clinton en la ropa de la mujer con quien estaba enredado, nadie podría negar que el
presidente actuara mal. En el evangelio vemos otro caso de buscar evidencia más decisiva
que testimonio.
En tiempos bíblicos ni si imaginaba DNA, el código genético que es único para cada
persona. Sin embargo, cuando escucha a sus asociados hablando de la aparición de Jesús
resucitado, Tomás quiere más prueba que las palabras de algunos aterrizados por miedo.
Pone un doble criterio para aceptar el fenómeno como hecho; 1) ver las heridas en las
manos de Jesús y 2) tocar la cicatriz en su costado. El relato sigue con la aparición de
Jesús a Tomás. Según la narrativa Jesús le ofrece sus manos y su costado, pero Tomás no
viene a probarlos. Sería una negación de la creencia que Jesús afirma cuando dice, “Tú
crees porque me has visto…”
La palabra “creer” viene de la palabra latín “credo”. Esto, en torno, es una amalgama de dos
palabras cor que significa “corazn”, y do o, en espaol, “doy”. Por eso, se puede decir que
cuando la persona cree en otra persona, le entrega su corazón. Por lo tanto, originalmente
la palabra significaba más confianza que asentimiento intelectual. Sin embargo, a través de
los cuatro evangelios Jesús no pide de sus escuchadores la convicción que Dios existe sino
la confianza que está actuando en su favor. Cuando pregunta a Marta antes del sepulcro de
Lázaro si ella cree que él es “la resurreccin y la vida”, por supuesto no quiere probar su
catequesis. Le pide la fe para que vea hechos maravillosos.
Vemos la fe vivida en la primera lectura. Siempre al segundo domingo de la Pascua esta
selección nos da un retrato de la vida comunitaria de los discípulos después de la
resurrección. La gente que cree en Cristo resucitado entrega sus propios recursos para que
todos tengan pan en la mesa y techo para cobijarse. Podríamos decir que la confianza en el
Señor se está extendiendo a la imitación de sus modos. No sólo comparten los bienes
personales sino también entregan sus propios caracteres de modo que todos tengan “un
solo corazn y una sola alma”. Es la vida sin arrogancia ni engao ni descortesía. Es como
se espera la vida en un monasterio o lo que se ve en los nuevos marineros al día una vez
que cumplan el “boot camp”.
¿Puede ver este tipo de comportamiento en nosotros creedores de la resurrección de
Jesús? No importa tanto lo que hagamos cuando otros nos miran. Más al caso es cómo
actuamos cuando no nos reconocemos – cuando estamos manejando en la carretera o
cuando estamos retirados de nuestros conocidos. Una mujer ha administrado la dispensa
parroquial de comida para los pobres por años. Era parroquia de su familia cuando se
criaba pero la comunidad se ha cambiado de modo que ahora viene de lejos para hacer el
servicio. Aún se puede contar con ella para repartir diarios allá tanto como la gente espera
ver las flores de primavera.
Pauper sum ego – así comienza una cántico en latín, “Yo soy un pobre”. Nihil habeo –
siguen las palabras, “no tengo nada”. Cor meum dabo, concluye, “Doy mi corazn”. Como
muestra de creencia en su resurrección Jesús nos pide algo semejante. Quiere que le
entreguemos nuestros corazones por vivir sin arrogancia, ni engaño ni descortesía. Quiere
que le entreguemos nuestros corazones.
Padre Carmelo Mele, O.P.