DOMINGO RESURRECCIÓN
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
El sentido más pleno de la vida: ¡HA RESUCITADO!
Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé
madrugan para ir la sepulcro” . El amor siempre madruga. Las tres mujeres son las
mismas que habían acompañado a Jesús y a su Madre hasta el Gólgota. Van solas.
Llevan los perfumes con que era costumbre ungir a los difuntos. Sólo buscan
cumplir un último deber de amor a un ser querido: el deber que no habían podido
cumplir la tarde de la muerte de Jesús porque se echaba encima el rígido descanso
sabático de los judíos, que empezaba en la tarde del viernes.
Así me imagino la escena: primavera mediterránea. Hasta las tierras humildes de
Palestina se visten en esta época del año de una austera hermosura. No hay flores
muy vistosas, pero en las laderas apuntan algunas magarzas y jaramagos. Está
saliendo el sol y se oye ya el canto de los jilgueros en la escasa arboleda. El fresco
de la mañana invita a aligerar los pasos de las tres mujeres. Llevan en el alma el
dolor de un recuerdo todavía sangrante. La pena compartida crea entre ellas una
comunión en el silencio, sólo roto para preguntase: ¿Quién nos ayudará a correr la
piedra del sepulcro?
La anterior, es una pregunta tan importante que se pronuncia, con ligeras
variantes, en todos los idiomas: ¿Quién puede quitar la losa de la muerte que pesa
sobre la humanidad? Porque por mucho que nos hablen desde posturas agnósticas
o ateas de la aceptación serena de la finitud, la existencia sería una burla sin
sentido y un fracaso rotundo si la muerte tuviera la última palabra. Lo sería, sobre
todo, para los perdedores. Decía León Felipe: “Pobres son los que dicen y si Dios
no existiera?”. Escamotear la pregunta, endosando la supervivencia personal a la
de la especie, como quiso el marxismo, no dejaría de una alienación, y los
hombres, por muy importantes que nos creamos, no dejaríamos de ser una
procesión de fantasmas hacia la nada, que así lo formulaba aquel genial
cascarrabias que fue don Miguel de Unamuno.
Pero sigamos con nuestro evangelio: Nada más llegar se dan cuenta de que la
piedra estaba corrida “Asomándose ven un joven, sentado a la derecha, vestido con
una túnica blanca” . El evangelista Marcos, más sobrio, no habla de ángeles, ni de
temblores de tierra, ni de resplandores, sólo de un joven. No toma prestado el
lenguaje apocalíptico corriente, sólo lo mínimo para afirmar el hecho. El color
blanco es el color de la luz, de la gloria. Ya nos había dicho Marcos, cuando la
transfiguración, que los vestidos de Jesús aparecían blancos, de una blancura
inigualable.
“Se llenaron de miedo ”, dice el evangelista. La presencia de lo divino, como sucede
en todas las teofanías bíblicas, siempre es desconcertante para la razón humana,
provoca el asombro, deja estupefactos a quienes experimentan el hecho.
No tengáis miedo. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no
está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Id a decir a sus discípulos y a Pedro que
irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como os dijo ”.
“¡Id !”. Id!, no hay que permanecer junto a la tumba, ni en Jerusalén. “Id a
Galilea ”, vuestra tierra, la tierra de vuestra vida real. Allí fue donde resonó por vez
primera la Buena Nueva, donde Jesús realizó sus primeros signos, donde empezó a
reunir a la gente. Id, porque recomienza el tiempo de Galilea, la hora de reunir un
nuevo pueblo alrededor de Pedro y de los demás discípulos. Es la hora de la Iglesia.
El “ Id ” suena como una orden de marcha, como un envío misionero.
Ellas salieron huyendo del sepulcro ”. Habían venido para ungir a un muerto y
parten sin haber hecho nada. “Un gran temblor se había apoderado de ellas, que
estaban como fuera de sí, y no dijeron a nadie nada, porque tenían miedo”. Todo lo
profundo encuentra en el silencio clima connatural. Una declaración de amor, un
atardecer o la contemplación del mar no suscitan voces, sino silencio.
Estremecimiento, temblor, estar fuera de sí… ” son las últimas palabras de este
evangelio de Pascua. ¿Se puede expresar mejor la irrupción desconcertante del
misterio de Dios en la historia de los hombres?
A lo largo de su evangelio, Marcos había insistido sobre el “secreto”, como
queriendo esconder la verdadera identidad de Jesús, que no quería que la gente se
formara una idea triunfalista de Él. Por eso, siempre que alguien le reconocía como
el Hijo de Dios, Jesús pedía silencio. Por eso, hay que respetar este final del
evangelio de Marcos -“las mujeres no dijeron a nadie nada ”-. Es como decir que la
persona de Jesús escapa a todo intento de comprensión, que es tan desconcertante
que sobrepasa nuestras medidas. Todo el que intente encontrar en este relato una
evidencia absoluta quedará frustrado. Como si Marcos sólo pretendiera sumergirnos
en el silencio de la fe y de la adoración. Una fe y una adoración que nos abren a la
alegría más alta, a la esperanza más definitiva frente al dolor, la injusticia, la
muerte o el sinsentido. Silencio y adoración que nos permiten encontrar la cifra que
descifra el sentido más pleno de la vida y de la muerte: “ Ha resucitado ”. Y no
olvidemos el “ Id “, que nos remite a Galilea.
“Los doce”, uno tras otro, fueron luego comprobando que Él estaba vivo. Y todos,
acabarían rubricando su testimonio con la propia sangre.
¡Feliz Pascua de Resurrección!