"'Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes'"
Jn 20, 11-18
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
TODA PALABRA, TAMBIÉN LA PALABRA , TRASPASA EL CORAZÓN CUANDO
ES EL ESPÍRITU QUIEN LA LLEVA CON SU FUERZA IRRESISTIBLE.
La conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa.
A decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos,
no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en
Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta
el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien
convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una espada de
doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más endurecidos. Todo el libro
de los Hechos de los Apóstoles, en especial los primeros capítulos, constituye la
demostración de esta verdad elemental: el protagonista de la evangelización es el
Espíritu Santo, que toca los corazones cuando y como quiere, según sus designios
misteriosos.
En estos años se ha reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la
evangelización, lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme
camino para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo
cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y más paz,
menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra , traspasa el
corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder
a veces arrollador y a veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de
nuestra comprensión, siempre digno de adoración.
ORACION
Oh Espíritu Santo, qué poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción
misteriosa. Por momentos lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente.
Pero eres necesario para la evangelización, porque sin ti las palabras suenan
vacías, mis esfuerzos son conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos.
¿Cómo puedo llevar la salvación si tú estás ausente? Hazme comprender
interiormente tu absoluta necesidad, y la necesidad que tengo de ti, en mi acción
de testigo y de evangelizador. Hazme comprender que siempre estás presente,
incluso cuando el Evangelio tiene dificultades para ser acogido, dándome paz y no
quitándome el valor de sembrar sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la
siembra y te reservas para ti los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que
siempre estás conmigo en cada momento de mi trabajo apostólico, porque así
estaré seguro de que nunca será inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de
las veces serán otros los que recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán mis
ojos ciertamente esos frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo