Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Octava de Pascua,
Viernes
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Ningún otro puede salvar * La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. * Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y
lo mismo el pescado
Textos para este día:
Hechos 4,1-12:
En aquellos días, mientras hablaban al pueblo Pedro y Juan, se les presentaron los
sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al
pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Les
echaron mano y, como ya era tarde, los metieron en la cárcel hasta el día
siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres,
abrazaron la fe.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los
escribas; entre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que
eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y los
interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?" Pedro,
lleno de Espíritu Santo, respondió: "Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos
hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha
curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que
ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien
Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante
vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha
convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha
dado otro nombre que pueda salvarnos."
Salmo 117:
Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / Diga la
casa de Israel: / eterna es su misericordia. / Digan los fieles del Señor: / eterna es
su misericordia. R.
La piedra que desecharon los arquitectos / es ahora la piedra angular. / Es el Señor
quien lo ha hecho, / ha sido un milagro patente. / Éste es el día en que actuó el
Señor: / sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.
Señor, danos la salvación; / Señor, danos prosperidad. / Bendito el que viene en
nombre del Señor, / os bendecimos desde la casa del Señor; / el Señor es Dios, él
nos ilumina. R.
Juan 21,1-14:
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos
discípulos suyos. Simón Pedro les dice: "Me voy a pescar." Ellos contestan: "Vamos
también nosotros contigo." Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron
nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los
discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: "Muchachos, ¿tenéis pescado?" Ellos contestaron: "No." Él les dice:
"Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis." La echaron, y no tenían
fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto
quería le dice a Pedro: "Es el Señor." Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se
acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros,
remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les
dice: "Traed de los peces que acabáis de coger." Simón Pedro subió a la barca y
arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y
aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: "Vamos, almorzad."
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien
que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar
de entre los muertos.
Homilía
Temas de las lecturas: Ningún otro puede salvar * La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. * Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y
lo mismo el pescado
1. La unicidad de Jesús
1.1 Como no faltan los que piensan que estar convencido es sinónimo de ser
intransigente, y que por lo mismo el único modo de ser abierto de mente es ser
medio demente, relativizando todo y a todos, conviene que hoy meditemos en las
palabras de Pedro sobre la mediación necesaria de Cristo para la salvación del
hombre. A este respecto nos ayudan las reflexiones de "Dominus Iesus",
documento con que la Congregación para la Doctrina de la Fe se expresa al
respecto. Tomamos textos de los números 13 a 15.
1.2 Es frecuente la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del
misterio de Jesucristo. Esta posición no tiene ningún fundamento bíblico. En efecto,
debe ser firmemente creída, como dato perenne de la fe de la Iglesia, la
proclamación de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único salvador, que en su evento
de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la
salvación, que tiene en él su plenitud y su centro.
1.3 Los testimonios neotestamentarios lo certifican con claridad: "El Padre envió a
su Hijo, como salvador del mundo" (1 Jn 4,14); "He aquí el cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para
justificar la curación del tullido de nacimiento realizada en el nombre de Jesús (cf.
Hch 3,1-8), proclama: "Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12). El mismo apóstol añade
además que "Jesucristo es el Señor de todos"; "está constituido por Dios juez de
vivos y muertos"; por lo cual "todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el
perdón de los pecados" (Hch 10,36.42.43).
1.4 Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, escribe: "Pues aun cuando se les
dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud
de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del
cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por
quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8,5-6). También el
apóstol Juan afirma: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no
ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él" (Jn 3,16-17). En el Nuevo Testamento, la voluntad salvífica universal
de Dios está estrechamente conectada con la única mediación de Cristo: "[Dios]
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate
por todos" (1 Tm 2,4-6).
1.5 Basados en esta conciencia del don de la salvación, único y universal, ofrecido
por el Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los
primeros cristianos se dirigieron a Israel mostrando que el cumplimiento de la
salvación iba más allá de la Ley, y afrontaron después al mundo pagano de
entonces, que aspiraba a la salvación a través de una pluralidad de dioses
salvadores. Este patrimonio de la fe ha sido propuesto una vez más por el
Magisterio de la Iglesia: "Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos
(cf. 2 Co 5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que
pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la
humanidad otro nombre en el que sea posible salvarse (cf. Hch 4,12). Igualmente
cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor
y Maestro".
2. Fe firme
2.1 Debe ser, por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la
voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para
siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
2.2 Teniendo en cuenta este dato de fe, y meditando sobre la presencia de otras
experiencias religiosas no cristianas y sobre su significado en el plan salvífico de
Dios, la teología está hoy invitada a explorar si es posible, y en qué medida, que
también figuras y elementos positivos de otras religiones puedan entrar en el plan
divino de la salvación. En esta tarea de reflexión la investigación teológica tiene
ante sí un extenso campo de trabajo bajo la guía del Magisterio de la Iglesia. El
Concilio Vaticano II, en efecto, afirmó que "la única mediación del Redentor no
excluye, sino suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la
fuente única". Se debe profundizar el contenido de esta mediación participada,
siempre bajo la norma del principio de la única mediación de Cristo: "Aun cuando
no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo
cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser
entendidas como paralelas y complementarias". No obstante, serían contrarias a la
fe cristiana y católica aquellas propuestas de solución que contemplen una acción
salvífica de Dios fuera de la única mediación de Cristo.
2.3 No pocas veces algunos proponen que en teología se eviten términos como
"unicidad", "universalidad", "absolutez", cuyo uso daría la impresión de un énfasis
excesivo acerca del valor del evento salvífico de Jesucristo con relación a las otras
religiones. En realidad, con este lenguaje se expresa simplemente la fidelidad al
dato revelado, pues constituye un desarrollo de las fuentes mismas de la fe. Desde
el inicio, en efecto, la comunidad de los creyentes ha reconocido que Jesucristo
posee una tal valencia salvífica, que Él sólo, como Hijo de Dios hecho hombre,
crucificado y resucitado, en virtud de la misión recibida del Padre y en la potencia
del Espíritu Santo, tiene el objetivo de donar la revelación (cf. Mt 11,27) y la vida
divina (cf. Jn 1,12; 5,25-26; 17,2) a toda la humanidad y a cada hombre.
2.4 En este sentido se puede y se debe decir que Jesucristo tiene, para el género
humano y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio,
exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios hecho hombre
para la salvación de todos. Recogiendo esta conciencia de fe, el Concilio Vaticano II
enseña: "El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre
perfecto, salvará a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la
historia humana, "punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la
historia y de la civilización", centro de la humanidad, gozo del corazón humano y
plenitud total de sus aspiraciones. Él es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y
colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos". "Es precisamente
esta singularidad única de Cristo la que le confiere un significado absoluto y
universal, por lo cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin de la misma:
"Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin" (Ap 22,13)".