DOMINGO 2º DE PASCUA (B)
Lecturas: Hch 4,32-35; S.117; 1Jn 5,1-6; Jn 20,19-31
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano s.j.
Creo en la Iglesia,
fundada por Jesucristo,
fuente de luz y de verdad
Les indiqué el domingo pasado que todas las
apariciones de Cristo resucitado nos hablan de la Iglesia.
Cristo resucitado viene a nuestro encuentro en la Iglesia. Creo
importante insistir en el esfuerzo de hacerles caer en la
cuenta del valor y necesidad que tenemos de la Iglesia para
encontrarnos, conocer y vivir con y de Cristo.
Es claro que, al hablar de la Iglesia, no nos referimos a
los edificios, sino a esta sociedad humana, que llamamos
“Iglesia católica, apostólica y romana”, formada por personas,
que hoy son millones, que coinciden en creer como verdades
un conjunto preciso de afirmaciones de orden religioso y
moral, están organizadas socialmente de un modo concreto y
especial y tienen como jefe supremo en la tierra al Papa.
Esta Iglesia ha sido fundada por Cristo y ha sido Cristo
el que le ha dado la misión que deberá cumplir, los poderes
divinos para ello y la asistencia de su Espíritu hasta el fin del
mundo.
Esto se ve al leer con atención los evangelios. En ellos
aparece clara la intención de Cristo desde el principio de
formar un grupo de discípulos, que conviviesen con él al estilo
de los grupos de otros rabís o maestros de la ley . Apenas
terminados los 40 días de oración y ayuno regresa camino de
Galilea, pasa por donde el Bautista bautiza e invita a dos de
sus discípulos, Juan y Andrés, que se quedan ya con él. Al día
siguiente invita a Simón Pedro, el hermano de Andrés, y a
Felipe. Luego a Natanael y con ellos, como “discípulos” va a la
boda en Caná. Poco después a los cuatro primeros les repite
la llamada y les dice que los hará “pescadores de hombres”.
Después de algún tiempono parece ser muchoescoge a
doce “para que estén con él”es decir le acompañen
siempre“y enviarlos a predicar” en su nombre y con su
autoridad (Mc 6,6-13; Mt 10,40). A ellos dedica buena parte
de su tiempo; les explica el contenido de las parábolas, que
para otros no quedan del todo claras; les corrige sus defectos
como el de la ambición de ser los primeros; les pide que sigan
siempre unidos y pide al Padre esa gracia de su unidad; les
pone a Pedro como su cabeza, expresando su propósito de
fundar una iglesia, “su Iglesia”, distinta de la que forman los
creyentes judíos; a ellos los envía tras su resurrección,
dándoles su Espíritu, el poder de perdonar los pecados,
encargándoles seguir su obra, haciendo más y más discípulos
suyoses decir de Cristo bautizando al que crea, dándoles
el poder de hacer milagros y garantizando que estará con
ellos hasta el fin de los tiempos.
La fe en Cristo resucitado los reúne. Habiendo oído que
se ha aparecido a Pedro, creen en el hecho y se juntan en el
Cenáculo. Entonces se les aparece a todos Jesús. La
experiencia de Cristo resucitado se da preferentemente en la
Iglesia. Y, si se da fuera como en el caso de los dos de Emaús
y también en San Pablo, la experiencia de Cristo vivo los lleva
a Iglesia. Ella es el cuerpo de Cristo, de la que Cristo es la
cabeza, que comunica su vida a cada miembro, como la vid a
sus sarmientos. Por eso es teológicamente un grave error eso
de “Cristo sí, Iglesia no”.
Sin Iglesia no hay Cristo. Lo vemos en Santo Tomás. El
domingo de resurrección no estaba con los demás y, pese a
ser uno de los doce, de los elegidos, no tuvo la experiencia de
Cristo resucitado. Pero, una vez vuelto, pese a la frustración y
soberbia que le impedían creer a todos los demás, tuvo la
humildad de no marcharse. Y el buen pastor que busca la
oveja perdida, se apareció especialmente para él ante todos
los demás, dándole la gracia de una fe modelo y estímulo
para todas las generaciones; en él ha querido Cristo
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enseñarnos una gran verdad: que él está en la Iglesia y está
vivo, y en la Iglesia lo encontramos; encontramos su
presencia, su palabra, su verdad, su perdón, su gracia, sus
sacramentos, su vida, su Espíritu. Porque “sepan que yo estoy
con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
De la Iglesia como la viña predilecta del Señor habla la
Sagrada Escritura ya en el Antiguo Testamento. Simboliza al
pueblo de Israel, pueblo elegido por Dios entre todos, objeto
de las predilecciones de Dios. Pero recuerden que el Antiguo
Testamento es una preparación para el Nuevo y que todo lo
que en él se dice, se dice de Cristo, que es la palabra
definitiva de salvación del Padre. La viña primera no le dio
frutos, pero esta sí los dará. El primero de estos frutos es la
verdad. Cristo es la verdad y la Iglesia, llevando Cristo a los
hombres, también es la verdad. La expresión de Dios en la
Escritura “miren que estoy con ustedes” expresa la garantía
total de la asistencia de Dios para que su enviado cumpla lo
que se le encomienda. Dicha a los discípulos manifiesta el
compromiso de Cristo que les garantiza el cumplimiento de su
misión. Y su misión es la de llevarles a Cristo, que es la
verdad. Todo el que es de la verdad, oye su voz. Por eso la
Iglesia, cuando habla en nombre de Cristo, no puede
equivocarse; es Cristo mismo quien habla por medio de ella.
Los católicos estamos seguros de que, cuando la Iglesia nos
dice algo sobre lo que tenemos que creer y obrar para nuestra
salvación, con la plena autoridad que ha recibido de Cristo,
Cristo la asiste, es infalible y nosotros participamos de su
infalibilidad aceptando su doctrina.
Todos debemos fomentar el amor y la confianza en la
Iglesia, orar por ella y colaborar en su obra con nuestras
limosnas, oraciones, sacrificios y acción personal. Hoy se
habla mucho contra la Iglesia; y, hay que decirlo,
normalmente con ignorancia y sobre todo sin amor.
Procuremos conocer su obra actual, su historia, las figuras de
sus santos, que son ejemplo para nosotros, sus enseñanzas.
Hoy hay muchos medios para ello. Incluso las páginas tristes
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y oscuras de su historia nos confirman que es Dios quien la
protege y defiende hasta contra ella misma. En la barca de
Pedro no naufragaremos nunca.
La misa de cada domingo es el momento cumbre de
nuestro encuentro con Cristo en la Iglesia: gran ocasión para
dar gracias a Dios, pedirle que la siga asistiendo y fortalecer
nuestra fe y amor a ella. Hagámoslo con María, Madre nuestra
y de la Iglesia.
Nota.- Para más información:
<http://formaciónpastoralparalaicos.blogspot.com>
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