“Dios amó tanto al mundo”
Jn 3, 16-21
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿QUIÉN PUEDE DETENER LA PALABRA ?
Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de su Palabra
porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: “¿Por qué no los hace también
hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas para hacer salir
la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no tan numerosos
fieles?”. Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no preserva de la cárcel a los
anunciadores, sino que los libera, con mayor o menor rapidez, de ella. La impotencia
de la Palabra dura una noche, en ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra
avanza irresistible “hasta los confines de la tierra”.
A los que gemían bajo la bota del comunismo les parecía que había terminado la
época de la fe. En aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes
parecían irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro.
Después, de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha sucedido
innumerables veces a lo largo de la historia. Constantino llegó después de la más
violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en duda la
misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de liberación.
El Señor va acompañando el camino de su palabra y, de diferentes modos, se hace
presente a sus anunciadores, acampando junto a ellos y liberándolos de las
presiones externas e internas.
ORACION
Debo convencerme, Señor, de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero no
debo inquietarme ni tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra
parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto,
no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más
peligrosa de hoy.
Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la
certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y
es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los
corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando
decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo
geográfico y el mundo de los corazones.
Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que
debo sembrar siempre tu Palabra, sin “adaptarla” demasiado, para que quizás sea
mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra
en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de
mi aislamiento.