"En Nombre de Jesucristo, predicar a todas las naciones la conversión para el perdón
de los pecados."
Lc 24, 35-48
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA ALEGRÍA PASCUAL CRECE Y TENDRÁ SU PLENITUD EN LA VIDA ETERNA, EN
LA RESURRECCIÓN FUTURA.
Por eso, nuestra alegría está motivada por la esperanza de llegar a ser herederos del Reino
de los Cielos, por la esperanza de resurgir con Cristo también en cuerpo. Una alegría vivida,
experimentada, pregustada en la tierra como peregrinos, aunque destinada a crecer hasta
la meta de la eternidad bienaventurada.
Esta alegría de peregrinos -que va unida siempre a la fatiga y al sufrimiento del camino-
requiere de nosotros ascesis, conversión del corazón y empeño en su custodia, porque
puede verse, fácilmente, turbada y abrumada por el espanto, por el cansancio, por la
angustia... En una palabra, por todos los peligros que nos acechan mientras vamos de viaje.
De ahí que tengamos necesidad de una fuerza interior, divina: eso que nosotros no
seríamos capaces de guardar por nosotros mismos es confiado al Espíritu, al Espíritu
consolador.
¿Cómo es posible obtener un don tan precioso, gracias al cual podremos vivir como
verdaderos testigos del Resucitado y alegrarnos siempre, vayan como vayan las cosas?
Debemos desearlo con pureza de corazón y con humildad, pues así lo recibiremos, con
gratitud, como don. Si existe esta disposición en nuestro interior, reside en nosotros
verdaderamente la vida nueva: podemos ejecutar el testamento que el Señor Jesús nos ha
dejado, ¡venga el canto nuevo, la alegría verdadera!
ORACION
Por este camino por el que andamos siempre peregrinos -con el peso de la soledad en el
corazón- vienes tú, el Viviente entre los muertos, a nuestro encuentro y partes el pan del
amor. En este largo camino, donde, a la puesta del sol, se extienden nuestras sombras,
enciende, oh Viajero envuelto de misterio, el vívido vivaque de tu Palabra y sabremos, por
su fuego ardiente, que nuestra esperanza ha resucitado más viva, más fuerte.
Sí, abre nuestra mente para comprender la Palabra, porque sólo ella puede disipar las
dudas que aún surgen en nuestro corazón. ¡Cuántas veces, incapaces de reconocerte,
hemos renegado de ti también nosotros! Pero tú, el Justo, con manso padecer te has hecho
víctima de expiación por nuestros pecados. No nos dejes ahora vacilantes y turbados: que
tu presencia infunda en nosotros la paz, que tu espíritu despeje nuestra mirada y nos haga
alegres testigos de tu amor.