V Domingo de Pascua, Ciclo B
+ Lectura del santo Evangelio según San Juan
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - Yo soy la verdadera vid y mi Padre es
el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y al que da fruto lo
poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he
hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en
mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da
fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí,
lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego,
y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que
deseéis, y se realizará.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
A una buena mujer durante su infancia, en las catequesis, le habían insistido una y
otra vez en que Dios siempre estaría con ella, junto a ella, acompañándola; y con
esa confianza había vivido su no siempre fácil vida.
Habían pasado los años, muchos, sentía acercarse su final, se hacía montones de
preguntas… Había sufrido, no poco; ¿había merecido la pena todo aquello, había
tenido sentido su vida, le había importado a alguien su persona y su existencia?
Una noche, ya mayor y enferma, en sueños (¿visión o delirio?, quién sabe y qué
importa), tuvo una visión de conjunto de toda su vida. Era un largo caminar por
una playa de cálidas y suaves arenas y, ciertamente, allí estaban las huellas de
dos pares de pies: los suyos, y los de Dios, que le había ido acompañando a lo
largo de su vida.
Pero en aquellas huellas había algo extraño. De vez en cuando, intermitentemente,
un par de huellas desaparecía y sólo quedaba el otro par. Para mayor extrañeza y
sorpresa de aquella pobre mujer, los momentos en que desaparecía el otro par de
huellas coincidían exactamente con los momentos más duros de su vida: cuando
murió su hijo recién nacido, cuando quedó viuda, cuando aquella enfermedad que
estuvo a punto de terminar con ella en la flor de su vida, cuando aquella calumnia
que echaron sobre su persona y que la oblig a tener que marchar de su ciudad…
Siempre, en losmomentos más difíciles, sólo un par de huellas.
Y en aquel momento, en su visión, aquella mujer descubrió una figura a su lado.
Era el propio Dios que se hacía, al fin, visible para ella. Y la mujer, sin reproches,
pero con una sombra de dolor en su mirada, se dirigió a Él y le dijo:
- Señor, de niña me enseñaron que Dios siempre estaría a mi lado, que nunca me
dejaría sola; yo confié siempre en esa compañía; pero ahora, al acercarse el final
de mi vida y contemplarla en esta visión, compruebo que eso era cierto sólo en
parte, pues en las situaciones más duras me tocó caminar sola; mira, ahí se ven
mis huellas solitarias en aquellos momentos tan difíciles.
Entonces el Señor, lleno de ternura, la cogió de la mano y le contestó:
- Observa bien esas huellas, observa su tamaño, comprobarás que no son las
huellas de tus pies sino las de mis pies; porque en aquellos momentos más duros
de tu vida, aunque tú no lo notaras, aunque no te lo pareciese, aunque no lo
sintieras, era yo quien te llevaba en mis brazos, para que pudieras llegar hasta
aquí.
El verdadero Buen Pastor conoce y cuida realmente a sus ovejas, cuidándolas y
llevándolas sobre sus hombros cuando es verdaderamente necesario.
Ojalá digamos con el salmista y desde la verdad:
“Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”
(B)
Jesús nos recuerda un camino eficaz para producir fruto: la unión con Él. Afirma
rotundamente: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante,
porque sin mí no podéis hacer nada”
En una ocasión, un periodista fue enviado a convivir durante quince días con la
comunidad de la Madre Teresa de Calcuta con el fin de elaborar un artículo bien
documentado sobre su forma de vida y su tarea asistencial. Al concluir la
experiencia, y cuando se despedía de la Madre Teresa, le dice: “Bien, muy bien; me
ha parecido todo estupendo. Pero hay algo que no entiendo. He visto que están
desbordadas de trabajo, de pobres que las asedian; y he visto que se pasan
ustedes cuatro horas al día de oración. Cuatro horas por tres mil religiosas que
forman el Instituto son 12.000 horas, que ustedes podrían emplear al servicio de
los pobres más pobres”. La Madre Teresa se le queda mirando fijamente, le tiende
la mano y, dibujando una sonrisa compasiva y comprensiva, le dice: “Lo siento
mucho, pero usted no ha entendido nada de lo nuestro”.
No es que sea sólo la Madre Teresa y sus religiosas. Con frecuencia se oye el
testimonio de cristianos y cristianas comprometidos que dicen: “Si no cultivo el
encuentro con Cristo, si no escucho su Palabra, si no oro, desfallezco, empiezo a
decaer en mi compromiso cristiano”.
Cuando nos identificamos con Cristo, la cepa, su savia, su vida, nos invade y hace
que broten los racimos en nosotros, los sarmientos. Por eso la vanagloria es
absurda para el cristiano. “Todo es gracia”, “sin mí no podéis hacer nada”. Pablo lo
tiene muy claro.
Y una de las faenas imprescindibles en el cultivo de la vid es la poda. Si no se
cortan las ramas viciosas que absorben savia inútilmente, los racimos serán
escasos y raquíticos. También Jesús hace referencia a la poda, a la renuncia. Si no
se podan entretenimientos que absorben tiempo y energías, si no se renuncia a
caprichos y egoísmos, si se quieren percibir las promesas de Jesús sin renunciar a
las falsas promesas del mundo, no se pueden producir frutos ni para sí ni para el
Reino.
Me gustaría formarme como persona y como cristiano; me gustaría prepararme
para formar un matrimonio y una familia realizada; me gustaría colaborar, ayudar,
hacer muchas cosas; me gustaría, como dice Jesús, dar fruto; pues, para eso,
tengo que podar muchas evasiones, parte de mi tiempo libre, mi comodidad... Me
gustaría ser instrumento de paz, de unidad, de alegría; pues, para eso, necesito
podar mi mal genio, mi soberbia, mi mediocridad, mi consumismo...
A veces, es la misma vida, con los golpes que nos da, la que nos invita a dejarnos
podar.
Hace unos días me decía un deportista accidentado y parapléjico: “La enfermedad
ha sido para mí un lugar de encuentro con el Señor y con la alegría. El verme
imposibilitado me ha hecho repensar el sentido de mi vida, he descubierto valores
muy importantes ante los que era indiferente”. Fue una poda impuesta, pero eficaz.
En el libro Objetivo: Jesucristo se pregunta a todos los entrevistados: “¿Dnde te
has encontrado con Jesucristo?” Es asombroso comprobar que una gran mayoría
contesta: “En mi compromiso con el prjimo, en mi compromiso por una sociedad
mejor, en el servicio a los pobres y enfermos”.
Le pregunto a una gran creyente muy entregada. ¿De dónde sacas tiempo y coraje
para tanto? Me responde prontamente: “De la eucaristía de las ocho de la maana”.
Muchos cristianos al empezar el día, refuerzan el encuentro con Cristo, se recargan
de entusiasmo para vivir la jornada desde la fe; y al final vuelven más unidos a él
para ofrecerle los racimos del día y confesarle de nuevo su amor.
El encuentro con el Señor reanima para el trabajo y el trabajo reanima para el
encuentro con el Señor. El movimiento de Taizé tiene un lema muy preciso y muy
precioso: “Lucha y contemplacin para ser hombres de comunin”. Exacto.
(C)
Sabemos bien que los evangelios son escritos catequéticos que, de alguna manera,
reflejan la vida de la comunidad cristiana en que se escribieron. Cuando se escribe
el evangelio de este domingo, parece que la comunidad está pasando por
persecuciones y penalidades. Al decir que Jesús es como la vid a la que han de
estar unidos los sarmientos para dar fruto, se dice que “a todo sarmiento que no da
fruto, lo poda para que dé más fruto”. Esa poda puede significar algo doloroso que
ocurrió, y que ocurrió por voluntad de Dios con la intención de que esa
comunidad dé más fruto. Nosotros no sabemos en qué consistió esa poda.
Además, en este evangelio hay una insistencia machacona en un verbo:
“permanecer”. El mensaje es bien sencillo: hay que permanecer unidos al Señor
para poder dar frutos de vida cristiana. ¿Por qué se insiste tanto en permanecer
unidos al Señor? Quizás algunos cristianos, cansados de sufrir persecuciones,
estaban a punto de borrarse de la comunidad cristiana. Yo me los imagino
cansados, dispersos en pequeñas comunidades, desorientados, sin saber qué
camino tomar en su vida. A ellos les recuerda insistentemente que permanezcan
unidos a Jesús, porque separarse de él es como ir a la ruina.
Nosotros ahora no estamos en esa situación. No pretendemos borrarnos ni
queremos irnos con otro señor, pero el evangelio nos dice también cosas muy
valiosas: que no podemos dar fruto si no estamos unidos a Jesús. Cuando andamos
separados de él, por nuestra cuenta, buscando nuestros caprichos, nos agotamos
en la esterilidad.
Nos lo recuerda el evangelio: sin Jesús no podemos hacer nada. Esto nos ayuda a
comprender muchas cosas.
En el trabajo pastoral, con alguna frecuencia encontramos a personas que se
lamentan de trabajar mucho y tener pocos frutos. Echan la culpa de su fracaso a
otras personas o al ambiente. Pudiera ser que están trabajando para ellos mismos y
no se dan cuenta. Cuando andamos separados del Señor, por nuestra cuenta y
riesgo, somos como los sarmientos secos que no producen fruto. Todos hemos visto
salir adelante cosas imposibles, verdaderos milagros en los que unas pobres
gentes, sin recursos, sin preparación especial, unidos al Señor, sacaban adelante
empeños imposibles.
Otras gentes, más preparadas y con todos los medios a su alcance, sólo producen
castillos en el aire. Tenemos que recordar que los milagros los hace Dios. Las otras
cosas no hacen milagros.
Todo esto lo podemos comprobar en multitud de comunidades en las que unas
gentes sencillas solo desean hacer lo que Dios les pide y van realizando tareas muy
hermosas, con sabor a evangelio. ¿Por qué ellos sí y otros no? ¿Qué truco tienen?
Pues el que tenemos los cristianos cuando tenemos al Señor a nuestro lado. Como
el sarmiento que permanece unido a la vid, también nosotros unidos al Señor
producimos frutos abundantes. Creo que esto tan sencillo era lo que nos quería
enseñar Jesús hoy.
(D)
La imagen es realmente expresiva. Todo sarmiento que está vivo tiene que producir
fruto. Y si no lo hace es porque no responde a la vida que la vid puede comunicar.
No circula por él la savia de la vid.
Así es también nuestra fe. Vive, crece y da frutos, cuando vivimos abiertos a la
comunicación con Cristo. Si esta relación vital se interrumpe, hemos cortado la
fuente de nuestra fe.
Entonces la fe se seca. Ya no es capaz de animar nuestra vida. Se convierte en
confesión verbal, vacía de contenido y experiencia viva. Triste caricatura de lo que
los primeros cristianos vivieron al encontrarse con el resucitado.
Digámoslo sinceramente. Esa ausencia de dinamismo cristiano, esa capacidad para
seguir creciendo en amor y fraternidad con todos, esa inhibición y pasividad por
luchar arriesgadamente por la justicia entre los hombres, ese inmovilismo y falta de
creatividad evangélica para descubrir las nuevas exigencias del Espíritu, ¿no están
delatando una falta de comunicación viva con Cristo resucitado?
Por paradójico que pueda parecer, una soledad interior se agazapa en el corazón de
más un cristiano. Cogido en una red de relaciones, actividades, ocupaciones y
problemas, puede sentirse más solo que nunca en su interior, incapaz de
comunicarse vitalmente con ese Cristo en quien dice creer.
Quizás la derrota más grave del hombre occidental sea su incapacidad de vida
interior. El hombre contemporáneo parece vivir siempre huyendo. Siempre de
espaldas a sí mismo. Sin saber qué hacer con su vacío interior.
Se diría que el alma de muchos hombres y mujeres es un desierto. Son muchos los
afectados por esta epidemia de soledad y vacío interior. Ya lo advertía Paul Claudel:
“Nunca los hombres han sido tan solidarios, ni han estado tan solos”.
Este aislamiento interior de ese Cristo que es fuente de vida, conduce poco a poco a
un “ateísmo práctico”. De poco sirve seguir confesando frmulas, si uno no conoce
la comunicación cálida, gozosa, revitalizadora con el resucitado.
Esa comunicación de quien sabe disfrutar del diálogo silencioso con él, alimentarse
diariamente de su palabra, recordarlo con gozo en medio de la agitación y el
trabajo cotidiano, descansar en él en los momentos de agobio.