EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes de la tercera semana de Pascua
Libro de los Hechos de los Apóstoles 9,1-20.
Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor,
se presentó al Sumo Sacerdote
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a
Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o
mujeres.
Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo
envolvió de improviso con su resplandor.
Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?".
El preguntó: "¿Quién eres tú, Señor?". "Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le
respondió la voz.
Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer".
Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a
nadie.
Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo
tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco.
Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.
Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en
una visión: "¡Ananías!". El respondió: "Aquí estoy, Señor".
El Señor le dijo: "Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal
Saulo de Tarso.
El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba
y le imponía las manos para devolverle la vista".
Ananías respondió: "Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a
tus santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar
presos a todos los que invocan tu Nombre".
El Señor le respondió: "Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí
para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel.
Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre".
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: "Saulo, hermano mío, el Señor
Jesús -el mismo que se te apareció en el camino- me envió a ti para que recobres
la vista y quedes lleno del Espíritu Santo".
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista.
Se levantó y fue bautizado.
Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con los
discípulos que vivían en Damasco,
y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Salmo 117(116),1.2.
¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos!
Porque es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre.
¡Aleluya!
Evangelio según San Juan 6,52-59.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer
su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y
no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de
la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El
que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Comentario del Evangelio por
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas
Misioneras de la Caridad
Jesús, la palabra hablada, cap. 6
«El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él»
Jesús nos habla con ternura cuando se ofrece a los suyos en la santa
comunión: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él". ¿Qué más podría
darme, mi Jesús, además que su carne en alimento? No, Dios no podría hacer más,
ni mostrarme un amor más grande.
La santa comunión, como la palabra misma implica, es la unión íntima de
Jesús con nuestra alma y nuestro cuerpo. Si queremos tener la vida y poseerla
abundantemente, debemos vivir de la carne de nuestro Señor. Los santos lo
comprendieron tan bien, que podían pasar horas preparándose y más todavía en
acción de gracias. ¿Quién podría explicar esto? "¡Qué abismo de riqueza, de
sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios,
exclamaba Pablo, qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del
Señor? "(Rm 11,33-34).
Cuando acogéis a Cristo en vuestro corazón después de partir el Pan Vivo,
acordaos de lo que Nuestra Señora debió sentir mientras el Espíritu Santo la
envolvía con su sombra y Ella, que estaba llena de gracia, recibió el cuerpo de
Cristo (Lc 1, 26s). El Espíritu estaba tan fuerte en Ella que inmediatamente "se
levantó de prisa" (v. 39) para ir y servir.
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