IV Domingo de Pascua
“Jesús, Buen Pastor, que te conozcamos como Tú nos conoces” (Jn. 10,14)
La Palabra de Dios de este domingo nos presenta la figura de Jesús como el “Buen Pastor”, el
pastor que conoce a sus ovejas, que no las abandona nunca y las cuida a la hora del peligro. El
Buen Pastor da la vida por sus ovejas, las cuida y protege, porque las ama. El rebaño, las
ovejas, somos nosotros y Cristo nos trae la grandeza y plenitud del amor del Padre. El Buen
Pastor nos ama, ama con amor de predilección a cada oveja de su rebaño.
El Pastor tiene la misión de conducir a sus ovejas a los pastos frescos, que no es otra cosa que
alimentarlas y cuidarlas y si es necesario dar la vida por su rebaño, tal como el evangelista nos
lo dice: “el buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn. 10,11). Es el gesto espontáneo del amor
de Cristo por los hombres: “nadie me quita la vida, soy yo quien la doy” (Ib. 18). En este
misterio de misericordia infinita el amor de Jesús se entrelaza y confunde con el amor del
Padre. El Padre es quien lo ha enviado para que los hombres tengan en Él, al pastor que los
cuide y les asegure la vida verdadera. Por medio de la entrega de su vida, Jesús, el Buen
Pastor, brinda el amor misericordioso y libra a los hombres del pecado y de la muerte, dándoles
una vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
Por este misterio todos los hombres estamos llamados a tener a Dios como Padre y a su Hijo
Jesús formando una sola familia, con un solo Pastor y un solo Padre y Señor. Esta familia y
este rebaño se identifican con la Iglesia. De la cual como dice el Apóstol Pedro en la primera
lectura, Jesús es la piedra fundamental: “El es la piedra rechazada por vosotros los
constructores, que ha venido a ser la piedra angular” (Hech. 4,11). Cristo buen Pastor y Cristo
piedra angular son dos figuras diversas pero que expresan una misma realidad: El es la única
esperanza de salvación para todo el género humano.
Esto hace que los hombres pensemos con toda sinceridad en la necesidad de pertenecer a un
único rebaño, un único redil, a la Iglesia de Jesucristo y caminando en la verdad dejarse guiar
por el único Pastor: Jesucristo, el Señor. Sabe Jesús que hay ovejas que pertenecen a otro
aprisco y por eso dice: “es preciso que yo las atraiga“ (Jn.10,16), y a pesar de sentirse a lo
mejor cómodas fuera del redil, Él mismo dice: “oirán mi voz”. Para oír la voz del Pastor hacen
falta dos cosas: orar y que haya quien les anuncie la voz del Pastor. Todo creyente está
comprometido en esta misión: orar, hacer sacrificios, estudiar la Palabra, anunciarla, vivir la
gracia a través de los sacramentos para que la conciencia y la razón estén iluminadas por la fe
en el momento del anuncio; pues es necesario atraer a Cristo a las ovejas olvidadizas y
lejanas, a las extraviadas y errantes, para que haya entre todos un solo rebaño y un solo
Pastor.
Jesús nos deja un mensaje muy importante para nuestra vida: “conozco a mis ovejas y ellas
me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre (Ib. 14-15). No es un
simple conocimiento teórico, sino existencial, que conlleva manifestaciones de amor y amistad,
entre el Pastor y sus ovejas. El Pastor entra en el corazón de quien le deja entrar y entabla con
él una relación de amistad. Esta relación de amor y de amistad nos llevará a una relación más
profunda y total la del hombre creyente -la oveja- con su Pastor Glorioso, en pasturas de un
eterno verdor. La verdadera vida de los hijos de Dios comienza en la tierra en la vivencia de la
fe y el amor y culmina en el cielo, donde “seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal
cual es” (1 Jn. 3,2).
Que María, la madre del Buen Pastor, nos lleve al conocimiento amoroso de Jesús.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú