“Yo soy el pan de Vida”
Jn 6, 44-51
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
CORAZÓN ARDIENTE DEL EVANGELIZADOR
La evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por sus
inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles que
hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana planificada.
Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de secundar. Felipe recibe la
orden de ir por un camino que cruza por el desierto, a pleno sol, precisamente hacia el sur.
A decir verdad, no parece una buena premisa para la evangelización. Pero es aquí donde
Dios ha predispuesto un encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la
evangelización de África. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su
impulso evangelizador, que no deja perder ninguna ocasión; su capacidad para interpretar
la Escritura. Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su
“preparación”. El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el encuentro y favoreció el
acercamiento misionero.
Quizás nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión, cuando,
en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de evangelizadores, por nuestra
disponibilidad para ir a alguno de los muchos “desiertos” de la ciudad secular, precisamente
a los sitios donde parece inútil ir, porque son áridos, lugares posiblemente desesperados.
Sin embargo, es posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener
lugar encuentros decisivos. Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende de
su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a veces, una forma
extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es posible encontrar una
pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a veces rechazada, y en alguna
ocasión acogida como liberadora.
ORACION
Te pido, Señor, tener más confianza en tu Evangelio. Recuerdo haber sido abucheado o
ridiculizado o hecho callar demasiadas veces cuando hablaba de ti como respuesta a los
problemas de nuestro tiempo: quizás por eso me he vuelto demasiado cauto, casi me he
retirado y ya no me atrevo a hablar de un modo tan abierto de ti, a no ser en los lugares
donde pienso que seré escuchado. Ciertamente, me he procurado óptimos motivos para
obrar así: es necesario “respetar” los tiempos de maduración y las opciones de los otros, no
debemos ser “fanáticos”, no debemos “forzar” las cosas y los tiempos; pero el hecho cierto
es que cada vez hablo menos de ti. ¡Cuántas ocasiones he perdido para iluminar a
corazones inquietos, cuántas situaciones potencialmente abiertas a tu Palabra se me han
escapado!
Es posible que tú, Señor, me hayas llevado desde la excesiva seguridad a la
desconcertante incertidumbre para traerme a este momento, en el que me siento un
humilde servidor de la Palabra , consciente de que no soy yo quien decido las conversiones,
sino de que eres tú el dueño de la mies, y de que yo debería estar, como Felipe, sólo
dispuesto a introducir en la comprensión de tus caminos.
Gracias, Señor, por haberme indicado este camino.