El mejor vino de Dios eres tú. .
Domingo 5º. Pascua 2012 B
Hemos llegado en esta Pascua, a las ocasiones en que Cristo comienza a hablar de
sí mismo con aquellos “yo soy” que tanto bien dejan a nuestra fe y a nuestra vida:
“Yo soy la vida, yo soy la verdad, yo soy la puerta, yo soy la verdad” y ahora Cristo
hablará de sí mismo como “la vid”, una palabra que los israelitas estimaban en
mucho porque sabían que la vid era precisamente el pueblo hebreo. En una de las
puertas de Jerusalén había una gran vid con recargados racimos que simbolizaban
precisamente la predilección de Dios por ese pueblo. Pero Cristo dará un vuelco
total, y será desde entonces él, el que venga a ocupar el lugar del pueblo hebreo,
para comenzar a dar fruto abundante para todos los hombres. Él habla de sí mismo
en la sobremesa de la última cena, y con mucha tranquilidad pero también con una
insistencia muy grande, de la necesidad de permanecer en él si en verdad quisieran
dar fruto en esa aventura de la evangelización por el mundo que él mismo les
encomendaría. Lo hace hasta por siete veces. Y habla de su Padre como el viñador
que cultiva amorosamente su viña. Los que conocen de vides, sabrán que en
determinado tiempo el viñador tiene que hacer “llorar” a sus vides, o sea a
podarlas, pues de otra forma, a la vid se le va en dar más racimos de lo debido, con
la consecuencia de que no todos maduran y se asilvestran y el vino no tendrá la
calidad merecida. Así sucede en nuestra vida espiritual. Muchas veces no
comprendemos por qué la actitud del Señor para con nosotros, pero si estamos
seguros de su amor, podemos estar seguros que todo contribuirá para bien nuestro
y para nuestra propia salvación. Por eso Cristo insiste tanto en la necesidad de
estar unidos a él para que el Padre pueda hacer en nosotros su obra salvadora que
no será sino ir quitando de nosotros las asperezas, las cosas inútiles, los deseos, las
ambiciones, proyectos y tendencias carnales que nos dispersan por todas partes y
no nos dejan acabar nada. Eso lo decía en otras palabras Miguel Ángel, para quien
la escultura es el arte de quitar. Otras artes consisten en poner algo, por ejemplo el
pintor agrega pincelada sobre pincelada en su lienzo, el arquitecto pone piedra
sobre piedra para construir un edificio, el músico coloca notas y notas en su
pentagrama, pero el escultor no. Cuando Miguel Ángel veía una pieza de mármol,
inmediatamente pensaba en lo que tendría que quitar con su cincel a aquella mole,
hasta convertirla en una obra que aún después de siglos sigue siendo la delicia de
los hombres que la contemplan.
Si nosotros, cristianos queremos dar fruto, no lo podremos hacer con poses y con
palabras bonitas, sino con hechos que hagan este mundo más llevadero, más
fraternal, un mundo donde de gusto estar, donde cada uno proceda con justicia
hacia los demás, pero acompañándola del amor de unos para con otros. Eso tendría
que ser en la misma Eucaristía, una escuela donde aprendamos el amor compartido
aún de nuestros mismos bienes, para no convertirnos en una cueva de mentirosos.
Nuestra vida como cristianos no tendría que ser un certificado de buena conducta,
sino una tarea perpetua y constante por mejorar este mundo que tendremos que
dejar a las generaciones por venir. Tener fe, entonces, no será un lujo, ni un
privilegio, sino una tarea en la que todos tendríamos que estar empeñados.
El mundo está esperando de los cristianos esos frutos maduros que sean el
resultado de nuestra fuerte unión con Cristo en el Espíritu Santo de Dios. El mundo
ya tiene y escucha muchas palabras y muchas promesas. No ponemos ser una más,
sino una vida de entrega y generosidad, como nos mostró Cristo en la cruz que hizo
posible, como la mejor vid, el vino sabroso de la entrega, de la generosidad y del
amor.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx
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