"Yo soy la luz”
Jn 12, 44-50
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divino
MI ACTITUD CON JESÚS Y CON SU PALABRA
En el evangelio de hoy encontramos palabras de confianza y palabras de temor. Palabras de
vida y de muerte. Palabras de salvación y de condena. Es cierto que Jesús no ha venido “para
juzgar el mundo”. Sin embargo, su Palabra y su misión realizan automáticamente un juicio y se
convierten en el criterio último de verdad y de praxis.
Mi actitud con Jesús y con su Palabra lleva a cabo hoy el juicio, el presente y el futuro. En la
persona de Cristo está la realidad definitiva. Y he de hacer frente, aquí y ahora a esta realidad,
porque es lo definitivo lo que sopesa lo que pasa, es lo eterno lo que criba lo transitorio. Es hoy
cuando decido mi destino eterno. Es hoy cuando debo compararme con Cristo, es hoy cuando
debo configurarme con la Palabra. Es hoy cuando mi vida está suspendida entre la vida y la
muerte, entre la luz y las tinieblas, entre el todo y la nada.
Importancia del momento presente. Importancia decisiva del instante que estoy viviendo. Valor
eterno de este fugacísimo momento. Valor del hoy para mi destino eterno. Recuperación del
sentido de la dramática ambivalencia del momento presente, tan vivo en muchos santos.
¿Hacia dónde estoy orientado hoy, en este momento, en lo hondo de mi corazón?
ORACION
Concédeme, Padre, que me deje empapar por estas palabras tuyas de salvador y de juez. Haz
que, a pesar de la carga de miseria que soy, no pierda la confianza, no me aleje de ti
entristecido y desalentado, sino que acuda a ti para dejarme iluminar por tu luz, revigorizar por
tu vitalidad, deseoso de recuperar tu vida.
Concede a mi corazón asustado ver bajo la dureza de tus palabras la voluntad de recuperarme
y salvarme. Concédeme, pues, oírlas como una ayuda concreta para no perder la vida eterna
que has preparado para mí.
Sé que quieres salvarme y que por eso has enviado a tu Hijo, que me ha transmitido tus
palabras. Te suplico que ninguna de mis culpas me haga perder la confianza en que tú quieres
mi salvación y no mi condena; que quede siempre, por tanto, una rendija de esperanza para mí,
porque eres un Dios benévolo incluso cuando te muestras severo. Padre bueno y
misericordioso, esculpe en mi corazón las palabras de tu Hijo para que yo pueda gustar hoy,
mañana y siempre tu salvación.