Homilías Corpus Christi B
+ Lectura del santo Evangelio según San Marcos
El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le
dijeron a Jesús sus discípulos: -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte
la cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: - Id a la ciudad, encontraréis un
hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre,
decidle al dueo: “El Maestro pregunta: ¿Dnde está la habitacin en que
voy a comer la Pascua con mis discípulos?”.
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes.
Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les
había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se
lo dio, diciendo: - Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos
bebieron.
Y les dijo: -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Palabra del Señor
(A)
La hora de la misión (Corpus)
Eucaristía y Caridad... Dos realidades que se juntan el día del Corpus... Y
que debiera de realizarse cada vez que celebramos la Eucaristía...
Al finalizar la Eucaristía , el sacerdote en nombre de la Iglesia nos envía a
construir la paz, la justicia y la fraternidad... Si la reunión del domingo no
tuviera una repercusión en nuestra vida, se convertiría en una pérdida de
tiempo, sería un bla, bla, bla inútil.
En cada reunión proclamamos una y mil veces el amor mutuo, nos damos la
mano, nos concedemos mutuamente la paz, rezamos a Dios, le llamamos
Padre de todos... Todo esto nos compromete en la vida diaria.
Tras la asamblea comienza la misión ¿Recordáis cuál es origen de la palabra
“misa”? Viene de missio, misin. Después de la liturgia eucarística,
comienza la liturgia del hermano.
Los que hemos visto que nuestro Señor parte y reparte el pan no podemos
comer el pan ajenos a los que no tienen pan.
Los que hemos visto al Señor ponerse a la mesa y servir a sus discípulos,
hasta lavarles los pies, no podemos tomar una actitud egoísta o indiferente
ante nuestros hermanos...
Debe haber una conexión entre Eucaristía y vida sino queremos caer en una
flagrante contradicción que Dios detesta. Así nos lo decía Isaías en la
primera lectura...
El templo no es para Jesús el horizonte último, sino el espacio donde
vigorizamos nuestras vidas, para ponerlas al servicio en los lugares donde
hierve la vida.
Los cristianos que hemos participado en la Eucaristía con sinceridad y
hondura debemos intentar con todas nuestras fuerzas ser criaturas nuevas
en la sociedad...
Desgraciadamente, muchas veces no suele ser así.
La misa se ha convertido en una especie de remanso de paz que nada
cambia.
¿Cómo se puede explicar el hecho de que una persona se pase gran parte
de su vida comulgando, y después de muchos años recibiendo a Jesús,
resulta que tiene los mismos defectos y faltas más importantes que cuando
empezó a comulgar? ¿Cómo se puede explicar que tanta gracia acumulada
durante tantos años no se note, al menos de alguna manera, en la vida
concreta de la persona?
¿Cómo es posible que, en países de mayoría católica, mucha gente piadosa
que frecuenta la Iglesia, viva indiferente ante la injusticia y la desigualdad
y, más aún, contribuya con sus opciones políticas y económicas a mantener
cada vez más la desigualdad y la injusticia...
Quizá tú mismo en ocasiones has criticado a la gente que va a misa por un
simple hábito, costumbre o tradición, sin que ello afecta para nada a su
vida...
Cuántas veces hemos oído decir: “Para ir como va ése o aquella, mejor no
ir”.
No les falta razón cuando se critica a los que van por “cumplir” o a los que
“no se les nota nada que han estado en la Eucaristía”. No estoy de acuerdo,
sin embargo, con la conclusin: “¡Mejor no ir!”... La Eucaristía es un
encuentro para la misión. Intenta ser consecuente con ello y verás tú
mismo que no se puede decir: “Mejor no ir”...
Termino narrando un hecho ocurrido en una Parroquia de Madrid...
Un domingo, trataba el evangelio sobre la multiplicación de los panes. Entre
todos fueron discerniendo qué panes y peces deberían multiplicar y cómo...
Al final se había añadido que no nos basta con partir el pan de la eucaristía
si al salir no estamos dispuestos a partir y compartir no solo lo que
tenemos, sino lo que sabemos...
Siguió la misa.
Al final la misa termin con esta encomienda: “La misa en realidad no ha
terminado del todo. Podéis ir en paz si sois capaces”.
La gente salió. El sacerdote estaba recogiendo algunas hojas de canto que
se habían quedado por los bancos, cuando vio una muchacha sentada cerca
de la puerta. Tenía la cabeza sobre el reclinatorio.
La reconoció. Era Carmen. Sabía que acababa de terminar con éxito su
licenciatura en Periodismo y que ya tenía ofrecido trabajo en un diario
prestigioso.
Se sentó a su lado. ¿Qué pasa Carmen?
- Son ustedes unos liantes.... ¿Nosotros?
- Usted y toda la gente de esta maldita parroquia... y el que escribió esa
historia de multiplicar panes y peces.
Levantó la cabeza. Tenía una lagrimilla en los ojos y un papel medio
arrugado en la mano.
-Hace dos días me llegó esta carta de Guatemala. Me cuentan que está en
crisis la emisora cultural de un pueblito, junto a la frontera con México. Que
necesitan ayuda económica y ayuda de gente. Que tienen que formar
locutores y organizar campañas... y que si me voy con ellos. Yo me lo tomé
en broma, pero después de la misa de hoy y de las indirectas suyas que
parecía que iban para mí...
-Oye, yo... -Bueno, ya sé que no lo hizo aposta, pero lo hizo. Y ahora yo no
me atrevo a salir de la iglesia, porque ya sé a dónde tengo que ir.
El sacerdote le dio unas palmaditas en el hombro mientras me levantaba.
-Yo no te digo ni que sí ni que no. Puedes ir en paz.
Intentó darle al cura una patadita en la espinilla. Y al cabo de un tiempo el
sacerdote se encontr con su hermano…
-¿Ya se enteró, don Mariano? Carmen se marchó ayer para Guatemala.
-¿Cómo no me dijo nada? -Nos pidió que callásemos y dijo que ya le
escribiría.
A Carmen le costó muchísimo salir de misa aquel domingo. Acaso a algunos
otros nos costaría mucho también si pensásemos en lo que tenemos que
hacer al salir. Aunque solo sea pedir perdón a alguien, echar una mano, ser
más tolerante... o lo que sea, pero que se note... por que la Misa se tiene
que notar en la vida...
(B)
Se publicó hace un tiempo un documento romano que tiene como finalidad
«proteger» la celebración litúrgica de la Eucaristía frente a determinados
«abusos» en la observancia del ritual. Sin embargo, el mismo documento
advierte en su introducción que «la mera observancia externa de las
normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada
liturgia».
No basta observar correctamente los ritos. Nos puede preocupar que no se
observe estrictamente la normativa, pero lo que nos ha de inquietar es
seguir celebrando rutinariamente la Cena del Señor sin planteamos una
renovación más profunda de nuestra vida. Lo dijo Jesús. Lo decisivo no es
gritarle «Señor, Señor», sino hacer la voluntad del Padre. Por eso, hemos
de recordar otros posibles abusos.
Es un grave abuso terminar convirtiendo la misa en una especie de
«coartada religiosa» que tranquiliza nuestra conciencia, y nos dispensa de
vivir día a día en el seguimiento fiel a Jesús.
La liturgia tiene que aterrizar también en la vida de cada día. En la vida
fraterna, en el nivel doméstico de nuestras familias y comunidades, y en el
más universal de las relaciones eclesiales y sociales.
Es muy hermoso que hagamos genuflexión ante el sagrario. Pero no lo es
menos que hagamos genuflexión ante los hermanos, ante el prójimo,
respetándoles y amándoles como a Cristo mismo.
Es muy interesante que prestemos suma atención a la Palabra de
Dios cuando nos es proclamada. Pero también tiene importancia prestar
atención a lo que nos dicen los demás.
Está muy bien que asumamos a veces el papel de sacristanes voluntarios y
ayudemos espontáneamente a llevar y retirar del altar lo que se necesite.
Pero también es conveniente que nos acostumbremos, por ejemplo, a
levantarnos de la mesa en casa para traer y llevar lo que haga falta.
Es muy litúrgico celebrar por todo lo alto las fiestas del calendario que
gozan de la categoría de solemnidad. Pero tampoco desentona en absoluto
celebrar con la correspondiente fiesta y detalles fraternos los cumpleaños y
onomásticos de las personas que nos rodean.
Está bien que todos nos sintamos pecadores a la hora del acto penitencial al
comienzo de la misa. Pero eso nos debe llevar a saber pedir perdón puntual
y personalmente cuando hemos faltado al hermano.
Es nuestro deber alabar a Dios y cantar su gloria. Pero también podrían
mejorar nuestros comentarios en relación con las personas, sobre todo si no
nos caen demasiado bien.
Seguro que ponemos cuidado en respetar todas las normas de la buena
celebración litúrgica. Pero tendremos que cuidar también las normas del
trato fraterno y de la buena educación.
Aprovechemos todo el margen de creatividad pastoral que permiten los
libros litúrgicos para animar las celebraciones. Y luego, aprovechemos
también todas las posibilidades que brinda el sentido común y el amor a los
demás para animarles cuando están pasando por horas bajas.
Cuando entonéis el aleluya, cantadlo con entusiasmo. Pero luego, que se
note en la vida que no tenemos una visión pesimista, sino pascual de los
acontecimientos y de las personas.
Antes de ir a comulgar nos damos fraternalmente la paz, y no parece
costarnos mucho. Pero luego a lo largo de la jornada deberíamos traducir
ese gesto en un esfuerzo eficaz por crear un espacio de paz y reconciliación
a nuestro alrededor... Es un abuso celebrar semanalmente el sacramento
del amor sin hacer algo más por suprimir nuestros egoísmos y sin cultivar
con más cuidado la amistad y la solidaridad.
Hoy celebramos los cristianos la fiesta del «Corpus Christi» ¿Qué diría hoy
Jesús de nuestras Eucaristías? ¿Qué le preocuparía? ¿Nos mandaría de
nuevo interrumpir nuestros ritos ante el altar, para ir antes a crear una
sociedad más justa y reconciliada?
(C)
Los cristianos repetimos con frecuencia que la eucaristía es el centro vital
de la Iglesia y la experiencia nuclear de la vida cristiana. Y realmente es así.
Lo record con fuerza especial el Concilio Vaticano II: “No se construye
ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de
la eucaristía”.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha hecho de todo con la Cena del
Señor. La misa ha servido de marco para celebrar homenajes y escuchar
grandes conciertos; se han organizado “misas de campaa” para animar al
combate a los ejércitos; se han hecho funerales para defender una
determinada ideología. Es evidente que en todo esto no se busca
precisamente celebrar “el memorial del Seor”, sino algo mucho más
ambiguo y confuso.
Sin llegar a estos abusos, la eucaristía queda vacía también de su contenido
esencial cuando se convierte en práctica rutinaria sin repercusión alguna en
nuestras vidas. Esas misas no construyen comunidad ni alimentan la vida
cristiana. Al contrario, como dice J. von Allmen: “La Cena hace enfermar a
la Iglesia cuando no es el lugar de un amor confesado y compartido”.
Es una contradicción grave comulgar con Cristo todos los domingos en la
más recogida intimidad, y no preocuparnos durante la semana de comulgar
con los hermanos; compartir el pan eucarístico, e ignorar el hambre de
millones de seres humanos privados de pan, justicia y paz; celebrar el
“sacramento del amor”, y no revisar nuestros egoísmos individuales y
colectivos o nuestra apatía ante situaciones de injusticia y olvido de los más
desvalidos; escuchar la Palabra de Dios en las Escrituras, y no oír los gritos
de sus hijos más necesitados; darnos todos los domingos el abrazo de paz,
y no trabajar por hacerla realidad entre nosotros.
Vivida así, la eucaristía no provoca conversión ni pone en seguimiento de
Cristo. Al contrario, puede convertirse en “coartada religiosa” que, al ofrecer
la satisfacción del deber religioso cumplido, refuerza inconscientemente lo
que alguien ha llamado “el status quo” de nuestros corazones
aburguesados.
Se exhorta mucho a los cristianos a que no dejen de participar en la
eucaristía dominical. En esta fiesta del Corpus yo quiero hacer oír otro grito:
¡Cuidado con la eucaristía vivida de manera rutinaria!.
(D)
¡Lo que va de Eucaristía a Eucaristía!
En un mismo domingo, en una ciudad, participé como simple feligrés en
tres eucaristías en parroquias distintas, con ambiente pastoral muy distinto.
En una de ellas, humilde, de barrio, los “con-celebrantes” salían alegres y
animosos, departían en pequeños grupos, se palpaba ambiente de fiesta. La
celebración fue muy participativa en todos sus aspectos. En otra, en pleno
centro de la ciudad, los feligreses bostezaban, se removían en el banco,
miraban los relojes y, al terminar, parecían huir del templo. “Soportaron” la
celebración como sufridos espectadores. La tercera, estaba presidida por un
sacerdote animado y animador. Los feligreses “le siguieron” con atencin,
pero pasivamente, con la sola participación de un par de lectores y cuatro
personas que pasaron las bolsas de la cuestación. Terminada la celebración,
aquella masa de feligreses se dispersó silenciosamente.
¡Qué Eucaristías tan distintas las celebradas con una masa anónima y con
grupos en los que se vive día a día la fraternidad y el compromiso! Porque
una celebración viva no se improvisa.
(Tres apuntes, que puede servir para tres homilías diferentes)
De la Misa a la Eucaristía...
Durante siglos , misa ha sido el término familiar empleado en occidente para
designar la reunión eucarística. Este viejo nombre está lleno de resonancias
socio-religiosas y es indicador de una determinada mentalidad que ha
configurado la práctica religiosa de muchos cristianos (“oír misa”, “decir
misa”, “sacar misas”, “misa homenaje”, “misa polifnica”, “misas
gregorianas”...)
Hoy se observa una tendencia generalizada a sustituir el viejo nombre de
misa por el de eucaristía , término más antiguo, de raíces bíblicas más
hondas y que significa “accin de gracias”. Este cambio de palabras no es
un capricho de teólogos y liturgistas. Está sugiriendo todo un cambio de
actitudes, el descubrimiento de unos valores nuevos y una voluntad de vivir
la celebracin en toda su riqueza. Como dice X. Basurko: “Celebrar la
eucaristía no es lo mismo que decir u oír misa”.
El cambio apunta a ir pasando de una misa entendida como acto religioso
individual hacia una eucaristía que alimenta y construye toda la comunidad.
De un asunto que concierne fundamentalmente al clero que “dice la misa”
mientras los demás la “oyen” pasivamente, se pasa a una celebración vivida
por todos de manera activa e inteligible; de una obligación sagrada, bajo
pecado mortal, a una reunión gozosa que la comunidad necesita celebrar
todos los domingos para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su
esperanza en Cristo resucitado; de una misa que ha servido de marco para
toda clase de aniversarios, fiestas, homenaje o lucimiento de coros y
solistas, a la celebración de la Cena del Señor por la comunidad creyente;
de una conmemoración del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, a una
celebración que recoja también las demás dimensiones de la eucaristía
como banquete, comunión fraterna y acción de gracias a Dios; del
cumplimiento de un deber religioso que nada tiene que ver con la vida, a
una celebración que es exigencia de amor solidario a los más pobres y de
lucha por un mundo más justo.
La Eucaristía, fuente y cumbre
La Eucaristía es un sacramento fraternizador: “Los que comen de un mismo
pan forman un mismo cuerpo”.
Como cualquier otra comida de amistad, supone el afecto mutuo y lo
acrecienta. Los hermanos o amigos se juntan porque se estiman y aman y,
después de compartir cordialmente la comida, se sienten más unidos y
compenetrados.
La Eucaristía, como la comida familiar festiva, no es, primordialmente, un
sacramento para alimentar cada espíritu, sino para ayudarnos a crecer
como comunidad. Es el sacramento de la comunidad, de la solidaridad.
En este sentido, no olvidaré nunca del contraste, un tanto chocante, que
ponía el padre Lombardi. Ridiculizaba el individualismo de nuestras “misas”
diciendo: “Unas cuantas mujeres se han juntado para aprender cestería;
después de un tiempo de convivencia, se juntan para cenar un pollo asado,
y a partir de ahí se sienten mucho más unidas... Nosotros –recalcaba él-
nos pasamos días y días comiendo juntos el Cordero de Dios, y seguimos
tan ajenos los unos a los otros...”.
Recordamos todos muy bien las expresiones increpadoras de Pablo a los
Corintios porque celebraban la eucaristía sin comunión fraterna. En este
sentido, hemos de preguntarnos: ¿Vivo la Eucaristía con espíritu fraterno?
¿La vivimos despiertos o nos come la rutina? ¿Vivimos la comunión que ella
significa? ¿Cada Eucaristía que celebramos nos hace crecer en amistad, en
fraternidad, en cercanía hacia los otros comensales, de modo que nos lleve
a ser parábola de la unidad como seal Cristo?. Recordemos que “unin”
no significa sólo ausencia de rencores, sino afecto fraterno y espíritu de
servicio. A una comida de hermanos no acuden los que no se odian, sino los
que se aman.
Celebrar la Eucaristía no es sólo apiñarse como los apóstoles en el cenáculo
en torno al brasero en actitud de apoyo mutuo. En una reunión
verdaderamente fraterna se echa de menos a los ausentes, a los pródigos,
a los que sufren la miseria del cuerpo y del alma. Los participantes se
comprometen a hacer algo para que también ellos participen algún día en
las reuniones del hogar. Participamos de la Palabra y del Cuerpo de Cristo
para identificarnos con él, hacer nuestros sus sentimientos, unirnos a él en
la entrega a los demás y luchar por la causa para la que él vivió y por la que
murió. Celebrar la Eucaristía implica voluntad de inmolarse, estar dispuesto
a partirse y repartirse, dejarse comer por los demás, como hizo Cristo. En
esto consiste celebrar activamente la entrega del Señor. Por eso, celebrar la
Eucaristía de verdad supone un gesto de audacia, si es que queremos ser
consecuentes con el significado de lo que celebramos. ¿Pueden sentirse los
padres plenamente complacidos con sólo el afecto y los gestos de ternura
de los hijos que están a la mesa, teniendo tantos hijos pródigos?
¡Qué modélicas las comunidades de Pablo en su solidaridad con los
hermanos de Palestina que sufren la pobreza a causa de una gran sequía en
el país! (2 Cor 8,13).
No hay Eucaristía sin solidaridad...
Los Santos Padres proclamaron unánimemente la exigencia radical de
solidaridad con los pobres por parte de quienes celebramos el misterio de la
entrega del Señor.
San Cipriano increpaba a una comunidad cristiana de su diócesis: Tú eres
afortunada y rica. ¿Te imaginas celebrando la Cena del Señor sin tener en
cuenta tu aportación solidaria? Tú suprimes la parte del sacrificio que es del
pobre”. Tradicionalmente una tercera parte de la colecta se destinaba a la
ayuda de los pobres de la comunidad. Dice, asimismo, tajantemente:
“Cuando los ricos no llevan a la Eucaristía lo que los pobres necesitan, no
celebran el sacrificio del Seor”. San Juan Crisstomo, al llegar a una
población de su diócesis, se enteró de que había muerto un mendigo por
descuido de los vecinos. Entonces advirti con firmeza: “Me niego a celebrar
la Eucaristía hasta que no hagáis penitencia por tan gran pecado, porque no
sois dignos de participar en la Cena del Seor”.
Juan Pablo II ha hablado también con absoluta claridad y exigencia: “La
Eucaristía nos conduce a vivir como hermanos. Quienes comparten
frecuentemente el pan eucarístico deben comprometerse en construir
juntos, a través de las obras, la civilización del amor... No se puede recibir
el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son
explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos”.
Nueve millones de pobres en España y nueve millones de cristianos que
participamos cada domingo en la Eucaristía. Ciertamente, los nueve
millones de pobres son una acusación a los nueve millones de practicantes.
El Señor nos invita a preguntarnos: ¿Hacia quién he de tender la mano
generosa? ¿Qué puedo hacer yo para que la sociedad sea un poco menos
fábrica de pobres? ¿Debería, tal vez, afiliarme a un voluntariado? ¿Estoy
haciendo bastante y lo que me queda es hacerlo cada vez mejor y con más
entusiasmo?
El cardenal Lercaro tenía en el frontis del altar de su capilla privada un
interrogante interpelador: Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no vamos
a compartir el pan de la tierra?.
La fiesta del Corpus puede ser una ocasión adecuada para que, en cada
comunidad parroquial, pastores y creyentes nos preguntemos qué estamos
haciendo para que la Eucaristía sea, como quiere el Concilio, “fuente y
cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”.
(E)
Día de la Caridad
No es por azar que el día del Corpus sea el día de la Caridad. Y no es por
casualidad, por que el Día del Corpus es un día en el que la Iglesia quiere
que los cristianos nos fijemos en uno de las detalles de amor exquisito de
Cristo hacia los suyos, el detalle que le llevó a convertirse en pan para
vivificar a los hombres e intentar que aquéllos que coman en la misma mes
y el mismo alimento se sientan en la necesidad de repartir la vida que
reciben sin guardarla para sí celosamente.
Jesucristo sabía lo que era el pan para el hombre. Fundamental. Pero
advirti en un gran momento de su vida que “no slo de pan” se vive. La
realidad que contemplamos a diario, es que el hombre desoyendo la
máxima de Cristo, se está empeñando en vivir sólo de pan. Los resultados
no pueden ser más atroces. En ese búsqueda exclusiva del “pan” el hombre
se ha encerrado en su propio egoísmo y ha empezado a desconocer a los
demás hombres, que aparecen en el horizonte como competidores y
enemigos. En consecuencia, se ha instalado en el mundo el hambre y la
muerte. Miles de personas miran con sus ojos apagados y mortecinos cómo
viven opíparamente los que han tenido la suerte de nacer en una
determinada tierra. Miles de personas viven separadas del quehacer social,
víctimas del paro, auténtica plaga de nuestro mundo moderno.
En consecuencia, nuestras calles, llenas de letreros luminosos y espléndidos
escaparates, montones de manos extendidas nos entorpecen el paso y
montones de niños tristes han cambiado sus juegos por el oficio de pedir. Y
todo porque el hombre busca slo y por encima de todo “pan”, olvidando
esa añadidura que da al pan su verdadero sentido y lo coloca en su
auténtico lugar.
Necesitamos un alto en el camino. Y lo necesitamos los cristianos. Hoy que
es el día del PAN por excelencia podríamos muy bien preguntarnos cuál es
el pan que nosotros perseguimos y qué efecto produce en nosotros el que
recibimos en nuestras Eucaristías. Hoy es un día especialmente apto para
revisar nuestras comuniones, para ver hasta qué punto esas comuniones
son un rito, carente de virtualidad, que nos deja estáticos y sin ninguna
clase de compromiso personal con Dios y con los hombres.
Jesucristo repartió el pan e, inmediatamente, salió al exterior, donde le
esperaba el dolor, la burla, el insulto y la muerte. Así entendió Jesucristo la
comunión; su participación en el banquete eucarístico, llevó consigo el
compromiso total de su vida a favor de los hombres.
Esta “lectura” que Cristo hizo de la Eucaristía es la que tenemos que hacer
nosotros. No es aventurado decir que muchos cristianos comulgamos y
permanecemos ausentes del dolor de los hombres, de sus angustias y
necesidades. El Día de la Caridad es sencillamente un intento para que
nuestras comuniones no sean un “estar”, sino un “darse”. Un dejar de
buscar el “pan” para mí, a un abrir el corazn y la bolsa a todos los demás.
Para hacer posible un mundo más justo, en el que el hombre, nazca donde
nazca y viva donde viva, viva como un hombre.
Padre Juan Jáuregui Castelo