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H ACER LAS COSAS PERTENECIENDO A OTRO
5 º D OMINGO DE P ASCUA (J N 15,1-8)
6 de mayo de 2012
En su carta Novo Millennio Ineunte, el beato Juan Pablo II definía la comunin
cristiana de una manera original: sentir que el otro me pertenece. Es una forma de
explicar el amor: una pertenencia. Los primeros domingos de Pascua han subrayado
con una insistencia “demostrativa” que efectivamente Jesús había resucitado, que la
muerte no tenía dominio sobre Él, que ha sido muerta y vencida arrebatando así la
palabra última sobre la vida. El domingo pasado veíamos cmo este Jesús
resucitado es el Pastor bueno que nos conoce y nos conduce hasta el redil eterno
de la casa del Padre. Este domingo, nos habla de la vinculacin que existe entre Él y
cada uno de los cristianos, como un anticipo de lo que se nos dirá al llegar la
solemnidad de la Ascensin del Seor. Efectivamente, cuando Jesús vuelva al Padre,
dejará a los suyos el relevo de su propia carrera, la herencia de la misma misin que
el Padre le confi a Él. Los cristianos podrán llevar adelante semejante encargo si
permanecen unidos a su Seor. Así, en los pocos versículos de este Evangelio,
aparece con nitidez repetitiva el argumento de fondo, casi un estribillo: dar fruto (6
veces), permanecer en Jesús (7 veces).
No se trata simplemente de estar ocupados, de ser diligentes trabajadores,
sino de estar y ser en una via que no es nuestra sino del Seor, y actuando no en
nombre propio sino en el Nombre de Dios. Este es el sentido que tiene ese gesto
de enorme sencillez con el que empezamos casi todas las cosas los cristianos: “en el
Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu...”.
Nos encontramos ante la prueba de fuego para discernir todo cuanto
hacemos. Importa que sea mucho y que esté bien hecho, pero ésto no basta. Lo
que nos dice Jesús en el Evangelio de la vid y los sarmientos es que la condicin
imprescindible para hacer un bien fecundo, para dar un fruto verdadero y
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo
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abundante, es estar unidos a Él: “... permaneced en mi y yo en vosotros. Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, tampoco vosotros si
no permanecéis en mi” (Jn 15,4). Este fue el consejo, la amable exhortacin de Jesús
en aquella cena última de adioses y confidencias. Y esto es lo que la larga historia
cristiana atestigua a través de los mejores hijos de la Iglesia: los santos. Slo quien
hace las obras, quien dice las cosas en nombre de Jesús y unido a la Iglesia, puede
dar fruto. Lo demás es ruido e incluso dao. Pero ¡qué hermoso y qué fecundo
cuando nuestra palabra es eco de la Voz del Seor y cuando nuestras manos
custodian el discreto hacer de Dios!
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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