V SEMANA DE PASCUA
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO B
Lecturas
a.- Hch. 9,26-31: Saulo en Jerusalén. Les contó cómo había visto al Señor
en el camino.
La primera lectura sitúa a Pablo en Jerusalén. Más allá de establecer si esta visita
coincide con la que menciona el apóstol, a los tres años de su conversión (cfr.Gál.
1,18-20), Lucas quiere poner a Pablo, en comunión con la Iglesia madre de
Jerusalén, son ellos Pedro, Santiago y Juan, los que deben autorizar el ministerio
apostólico de Pablo. Esta será la razón por la que el autor adelanta la visita del
apóstol a la ciudad santa, para que sean las autoridades de la Iglesia, las que lo
conozcan bien; es Bernabé quien se los presenta, habla de cómo Pablo había visto
al Señor y había predicado en Damasco. Lucas sabe que Pablo, es caso único en su
modo de pensar, tiene ideas propias, respecto al judaísmo, lo que lo hacía
incomodo en ciertos ambientes. Su figura y expresión imponían respeto entre los
hermanos y reserva entre los apóstoles. Es Bernabé, el intermediario, entre los
apóstoles y Pablo, y es a éstos a quienes considera, las legítimas autoridades:
Pedro como jefe de la Iglesia universal, Santiago de la Iglesia de Jerusalén. Se une
a los apóstoles, predica con ellos, en el Nombre de Jesús, discute con los
helenistas, en todo caso, se ve que quiere mantener esa comunión con Pedro, sólo
así se explica la colecta que organiza a favor de esa comunidad. Todas estas
razones para deshacer las injurias y calumnias, que proferían los judeo cristianos
en su contra, respecto a la independencia con que llevaba a cabo su ministerio. Son
precisamente sus disputas con los helenistas, lo mismo había sucedido con Esteban
(cfr. Hch.7), donde encontró un radicalismo tal, que teme por su vida y debe huir a
Tarso y esperar; nuevamente será Bernabé, con Pablo, quienes organizan la gran
misión (cfr. Hch. 11, 25). Mientras tanto, Pablo predica en Siria y Cilicia, (cfr. Gal.1,
21), personificando de alguna manera a la Iglesia, en estos primeros momentos:
rechazado por los judíos, aceptado por los gentiles su persona y su evangelio, en
definitiva como Jesús de Nazaret.
b.- 1Jn. 3, 18-24: Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de
su hijo Jesucristo y que nos amemos.
El apóstol Juan, nos invita a amar al prójimo con obras, no sólo de palabra, si se
está dispuesto a dar la vida por el prójimo, con mayor razón los bienes. Sigue el
ejemplo de Cristo, que antes de dar la vida, en sintonía con el Sermón de la
montaña, enseña que había que estar dispuesto a que te abofetearan o dejar la
túnica, en definitiva el apóstol apunta a una definición: amar es darse al prójimo.
También es verdad, que si no estoy dispuesto todavía a dar la vida por el hermano,
al menos, comparto los bienes con él. No permanece el amor de Dios, en quien no
se compadece de su hermano. El cristiano ha de ser compasivo, como Cristo
Sacerdote de la Nueva Alianza, ya que el amor de Dios será activo en el corazón del
cristiano, cuando es sensible con su prójimo. Cuando la caridad es afectiva y
efectiva, nuestra conciencia descubre que vive en la verdad de Dios, que somos sus
hijos, hacemos la voluntad divina. El apóstol a diferencia de Pedro y Pablo, hace de
la sinceridad del amor fraterno, criterio de la filiación divina, quien lo vive, está en
el buen camino de Dios. El cristiano debe estar tranquilo, que si bien la conciencia
le pueda presentar pecados o infidelidades, si tiene caridad con su prójimo, Dios
que es más que su conciencia, que lo conoce todo, sabe que le amamos, perdonará
con largueza. A pesar de nuestras ingratitudes, Dios ve, nuestro amor al prójimo,
señal clara de nuestra filiación. La tranquilidad del corazón del cristiano, le viene de
la grandeza del corazón de su Padre, piélago de misericordia y amor siempre
dispuesto a perdonar a sus hijos cuando ve un corazón arrepentido. Con plena
confianza ahora puede acercarse a Dios Padre, con audacia filial, a pedir lo que
necesita y lo obtendrá, porque hace su voluntad; la oración será eficaz ante Dios
(vv. 21-22). Finalmente, el apóstol sintetiza todo, en lo que agrada de verdad al
Padre, es la fe en Jesucristo y el amor al prójimo. Para el apóstol, la fe se
perfecciona en la práctica de los mandamientos, de ahí que fe y caridad están
íntimamente relacionadas, puesto que esta última manifiesta nuestra fe en Dios y
unión con Jesucristo. El Espíritu Santo certifica que Dios habita en cada cristiano,
indicador de esa comunión vital con Dios.
c.- Jn. 15, 1-8: El que permanece en mi y yo en él, ese da fruto abundante.
El evangelio nos habla de Jesús de la parábola de la Vid verdadera. Se identifica
con la Vid verdadera, los discípulos son los sarmientos, el Padre, el Viñador. La vid
se cultiva para que dé frutos, los sarmientos secos o desgajados, son arrancados
para no quitar vitalidad a otros. La clave de la alegoría, está en permanecer en ÉL
(vv. 4.5.6.7.9.10). Ha comenzado a despedirse de sus discípulos, donde les
asegura que volverá a estar con ellos (cfr. Jn.14, 3.18-19.22.28). Esta promesa de
su presencia en medio de ellos, se cumple con la alegoría de la vid y los
sarmientos: Jesús fuente de vida y de las buenas obras que hagan en su vida los
cristianos. Si en el discurso anterior, la clave está en creer en Jesús (cfr. Jn.14, 1),
ahora en este segundo discurso de despedida, está en permanecer en ÉL. La
misma idea, la había pronunciado Juan, en el discurso sobre la Eucaristía (cfr. Jn.
6,56). La imagen bíblica de la viña, era muy conocida en la literatura de Israel,
como expresión de su relación con Yahvé, de los cuidados que ÉL le prestaba a su
pueblo, como el descuido por parte de las autoridades religiosas, donde se
presentaba como la destrucción de la viña de Israel (cfr. Sir. 24,17; Sal. 80, 9-20;
Is. 5, 1-7; Jr. 2,21; Os.10,1; Ez. 17,5-10; 19,10-14). Jesús quiere ahora hablar de
comunión íntima con ÉL, que han de cultivar sus discípulos; conociendo esta
realidad de la vida, se sabe que no todos los sarmientos dan fruto, por ello, la poda
y el cuidado, son tarea exclusiva del Viñador. Se establece, entonces que la tarea
del Viñador es cortar y podar, así como la producción está condicionada por la
permanencia en la Vid. Pero en esta alegoría, la viña no es el pueblo de Israel, sino
el mismo Jesús, en cambio, el Viñador sigue siendo el Padre, lo cual sigue la línea
del evangelista, que con frecuencia nos habla de la dependencia de Jesús en
relación a su Padre. Los frutos, son las buenas obras, en cambio, los hombres sin
fe, no producen las obras que Dios quiere, los discípulos apóstatas, que como
Judas, reniegan de su fe en Jesús. Los creyentes son probados desde dentro (cfr.
Jn. 6, 60-65), otros han flaqueado, otros desertan, sin embargo, a todos se les pie
que permanezcan en la palabra recibida (cfr. Jn. 6,68; 8,3). La limpieza, a la que
alude Jesús, es obra de Jesús, por medio de su Palabra, es decir, por medio de la
comunicación de Jesús con los suyos, de sus bienes, su venida al mundo y su
muerte en la Cruz: una vez limpios, deben permanecer en ÉL (v. 3). Su palabra
está llena del Espíritu Santo, se refiere a todo el Evangelio, lo que el Enviado reveló
de parte del Padre, incluido el mandato del amor, que corona toda su vida de
entrega por los hombres. El término permanecer es como un estribillo que
establece, que a pesar de su ausencia, los discípulos deben permanecer unidos a
ÉL: promete su presencia en medio de ellos. Esta unión esencial, apunta a dar
frutos de santidad, vida divina, que produzca los frutos, obras buenas, que el Padre
espera de sus hijos. Pero el hombre que cuenta sólo con sus fuerzas, es decir,
abandonado a sus propias fuerzas, no está facultado para dar los frutos que el
Padre quiere, porque no vive la comunión con su Hijo. La soberbia, la auto-
suficiencia, aparta de Dios, rompe la unión con ÉL. La imagen del sarmiento
arrancado y echado al fuego, es la de la separación definitiva en el día del Juicio
final, pero como el juicio se vive aquí y ahora en Juan, expresa la falta de frutos,
debido a la ruptura de la comunión con el Hijo del Padre. Los términos usados por
Juan, son condenatorios (cfr. Mt. 3,10-12; Ap. 21,8). La verdadera vida colmada de
frutos, es la vida de unión con Dios, alimentada por la oración siempre atendida,
porque expresada en clave de fe y esperanza. Finalmente, Jesús habla claro, la
verdadera vida del discípulo, es dar frutos, que glorifiquen al Padre. Los frutos
proceden del Enviado, Mediador y el Padre, son las obras mayores, que había
prometido sus discípulos realizarían (cfr. Jn. 14,12-14). El movimiento comienza en
el Padre, con su iniciativa de amor y la respuesta de fe y obediencia del hombre,
porque el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama a los discípulos. Aquí radica el núcleo de
la fe cristiana, las relaciones entre el Padre y el Hijo, en las cuales nos introduce el
Hijo, por la obediencia que Él manifestó a su Padre, la misma que el discípulo debe
manifestar para vivir esa comunión que sostiene toda su vivencia de discípulo de
Cristo. El discípulo mantiene su condición mientras viva en el amor y obedezca al
Padre, como el Hijo (cfr. Jn.13, 35). Se concluye, que el discípulo debe cultivar esta
unión con Jesucristo, y que el amor asemeja a la que ÉL, mantiene con su Padre.