“El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada
pueden hacer”
Jn 15, 1-8
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ESTAR UNIDOS A CRISTO Y DAR FRUTOS DE SANTIDAD Y DE PAZ ES PRECISO MORIR
Y RESUCITAR CON ÉL
Para estar unidos a Cristo y dar frutos de santidad y de paz es preciso morir y resucitar con él,
llegar a ser una criatura nueva, liberada del pecado. Para ser sarmientos puros, auténticos, que
producen fruto, debemos aceptar la ley de la necesaria purificación; el sufrimiento y la poda
realizada por el Padre. Jesús dice que el mismo Padre, con sus manos, poda la vid; corta lo
superfluo de los sarmientos no para mortificar y disminuir su vitalidad, sino para aumentarla,
para que den más fruto. Se trata siempre de la ley de la semilla que muere: por eso es
importante que aprendamos a leer nuestra vida en clave de fe: nos hace falta creer que el
sufrimiento, si se acepta de este modo -no porque en sí mismo sea un bien, sino porque lo
vivimos por amor, con amor-, da fruto de vida, de salvación y de alegría.
Como es obvio, se trata de ese sufrimiento que es participación en la pasión de Cristo, de ese
que es querido y permitido según el designio divino de amor.
Por desgracia, podemos ser también sarmientos que producen infección en la vid. De ahí que
debamos desear cada vez más ser purificados, limpiados. La poda consiste en dejar cortar de
nosotros el pecado y todo lo que no es según Dios: ése es el sufrimiento que da fruto.
ORACION
Oh Padre, celeste viñador que has plantado en nuestra tierra tu vid preferida -el santo retoño
de la estirpe de David- y llevas a cabo tu trabajo en todas las estaciones. Haz que aceptemos
las podas de primavera, aunque, como tiernos sarmientos, gimamos con lágrimas bajo los
golpes decididos de tus tijeras. Ven también a podarnos en la cumbre de la estación estival,
para que los zarcillos superfluos no sustraigan linfa vital a los racimos que deben madurar.
Que el fruto de nuestra vida sea el amor, ese «amor más grande» que, desde tu corazón, y a
través del corazón de Cristo, se derrama sobre nosotros en un flujo inagotable. Y que todos los
hombres, hermanos nuestros en tu nombre, queden colmados de él, con espíritu de
mansedumbre, de alegría y de paz.