V Semana de Pascua
Con permiso de dominicos.org
Introducción a la semana
Con la euforia pascual apenas advertimos el inexorable tránsito del tiempo;
estamos ya en el quinto tramo del recorrido resurreccional. Las lecturas de este
domingo pascual, de aparente dispersión en sus mensajes, enfatizan tres
momentos creyentes de honda trascendencia: la gente de Jerusalén no se fía de
Pablo, otrora perseguidor de los cristianos, y éste tiene que autopromocionarse
diciendo que había visto al Señor en el camino; la carta de Juan nos recuerda
nuestra vocación de la verdad y la fiel asistencia del Espíritu en todos nuestros
afanes; el evangelio, apoyado en la alegoría de la vid, nos evoca nuestra gran
verdad: que si no continuamos unidos al tronco (Jesús de Nazaret) seremos
sarmientos inútiles, infecundos.
De lunes a jueves, los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen la crónica de los
viajes apostólicos de Pablo de Tarso, no exentos de peligros, trufados de
vicisitudes sin cuento, pero con una fecundidad evangelizadora más que
modélica; valentía predicadora se llama. Completa la semana el relato del
llamado Concilio de Jerusalén, donde Pedro y Pablo dirimen, en diálogo abierto y
oración discernidora, las dificultades surgidas en el proceso de crecimiento y
pluralidad de la naciente iglesia.
El cuarto evangelio proporciona las páginas de la segunda lectura de esta
semana. En los dos primeros días acogemos la parte final del discurso de
despedida (y en tales situaciones se habla con el corazón en la mano). El resto
de la semana lo ocupa todo el capítulo decimoquinto del evangelio de San Juan:
ampliación del discurso de despedida, recordatorio del principal mandamiento y
de lo mucho que Dios nos quiere (Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos), aviso de las dificultades que surgirán, promesa del
Espíritu… equipaje para el pueblo de Dios que quiere ser testigo del mucho amor
que nos tiene nuestro Padre Dios.
Los frailes y hermanas predicadores evocamos el miércoles esa imagen que
tenemos todos grabada en la fibra más tierna de nuestro corazón: María, con su
manto abierto, que acoge a todos los que siguen a su Hijo al estilo del
Predicador de la Gracia, Domingo de Guzmán. Es el Patrocinio de María en la
Orden de los Predicadores. La semana nos ofrece también la memoria de dos
insignes evangelizadores: uno, el fraile consejero, San Antonino de Florencia
OP., otro, San Juan de Ávila, el protector de todo el clero español e incansable
vocero del evangelio por tierras andaluzas; uno más del impresionante ramillete
de seguidores de Jesús en el siglo XVI español. Hermosos ejemplos de
sarmientos que sólo saben vivir de la fuerza que le viene de la vid, Jesús de
Nazaret.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)