“El Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñara todas las
cosas”
Jn 14, 21:26
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Estudio y comentario
Lectio Divina
EL ES EL DULCE HUÉSPED DE MI ALMA
En tiempos no remotos, la inhabitación de la Trinidad era un tema bastante entrañable a los
cristianos más atentos a las realidades de la fe. Hoy, al menos así lo parece, lo es un poco
menos. Sin embargo, una vida «habitada por Dios» es muy distinta a una vida desierta,
abandonada a sí misma, condenada a agotarse en los límites de la criatura.
Mi vida ha sido visitada por Dios. Él habita en mi interior más profundo. El es el dulce
huésped de mi alma: «Vendremos a él y viviremos en él». ¿Cómo es posible vivir una vida
trivial teniendo como huésped a la Trinidad? ¿Cómo es posible no asombrarse por esta
verdad, por esta extraordinaria realidad que nos arrebata de la soledad, ensalza la dignidad
de la existencia, llena de estupor, da luz a la tonalidad grisácea de nuestra vida cotidiana,
sumerge en el mundo divino, hace familiar la existencia con Dios, no cesa de asombrar y de
maravillar, desplaza el centro de interés de toda la aventura terrena, colorea de sentido toda
acción? ¿Cómo no quedar sobresaltado de alegría frente a este ser mío mortal hecho
templo de la Trinidad inmortal, frente a este cuerpo mío corruptible hecho santo e
incorruptible por la intimidad con su Creador?
ORACION
Te bendigo y te doy gracias, Señor mío, porque hoy has abierto mis ojos a todo lo que
quieres obrar en mí y conmigo. ¿Cómo es posible que, por lo general, viva yo como si
estuvieras lejos? ¿Cómo es posible que te busque fuera de mí? ¿Cómo es posible que me
olvide de que estás conmigo, dentro de mí?
Señor, perdona mi ceguera y mi distracción. Perdona mi poco amor, que me impide
buscarte allí donde tú quieres ser encontrado. Perdóname, porque lleno en ocasiones mi
corazón de personas o cosas que no te dejan sitio a ti. Perdona todas las veces que me
lamento por mi soledad, como si tú me hubieras dejado solo para recorrer los caminos del
mundo.
Señor, hazte sentir tú también. Hazme volver, como tú sabes hacerlo, a la interioridad, a tu
presencia dentro de mí. Ayúdame a alejar lo que ocupa el sitio que tú te has reservado en lo
más íntimo de mí. Purifica mi corazón para que pueda verte presente en mi vida, operante,
tranquilizador, indispensable. Refuerza, Señor, mi corazón, para que pueda verte y sentirte,
para que pueda entablar contigo un diálogo de amor y vivir contigo una historia de amor
destinada a no acabar nunca.